lunes 05 de marzo de 2012, 16:48h
La Presidenta de la Nación inauguró el jueves pasado las sesiones ordinarias del Congreso.
Su interminable relato puede ser analizado tanto desde las
formas como en su contenido, para saber hacia dónde vamos.
Desde las formas, porque volvió a ratificar el desprecio que
el cristinismo tiene por las instituciones en general y por el Congreso en particular.
En efecto, el discurso de inauguración de las sesiones
ordinarias del Congreso, no es un discurso cualquiera. Se trata de la presencia
de la máxima autoridad del Poder Ejecutivo ante los representantes del pueblo y
de las provincias, para plantear, básicamente, la agenda legislativa que dicho
ejecutivo propondrá para el año, junto a un balance de lo
acontecido en el año previo.
Resulta una tarea ciclópea reconstruir la agenda que la
Presidenta le propone al Congreso para el año, analizando los 130 minutos de
desordenada, desprolija y hasta, sin exagerar, irrespetuosa exposición de la
Presidenta (nadie que usa 130 minutos del tiempo de los demás para decir algo
que, ordenadamente, y en un discurso bien construido, pudo haberse dicho en menos de una hora,
respeta a su audiencia),
Insisto, no es una novedad el desprecio que el cristinismo
manifiesta sobre las formas institucionales, en especial, cuando le impiden
hacer lo que se le da la gana, pero, en todo caso, lo del jueves fue una ratificación
de esta actitud.
El diálogo es entre quién manda y el pueblo, sin
intermediarios, y sin marcos institucionales molestos. Lo que vimos es
escenografía, globos de colores, con un número importante de extras en escena,
al estilo de las viejas superproducciones de Hollywood, previas a la tecnología
computacional, y con un actualizado manejo de cámaras y coreografías
predeterminadas. (Ahora, se enfoca a tal ministro que asiente con cara de
admiración los dichos de su líder. Ahora, a los jóvenes, -si es posible una
joven embarazada, que recibirá la asignación universal por hijo-, embelezados por la gesta de su solitaria y
sacrificada Jefa. Ahora nos ponemos de pie, ahora, aplaudimos).
Respecto del contenido, obviamente, no hubo autocríticas de
ningún tipo, todo se ha hecho bien, muy bien, o por lo menos, mejor que antes,
y si no se pudo hacer más fue por la "herencia recibida" de hace 8 años atrás,
o por el complot de los que, todavía, no han entendido nada o siguen poniendo
palos en la rueda.
Elegir invertir en aviones para ricos en lugar de trenes
para pobres es una consecuencia del "corralito" (en todo caso de las
compensaciones por la pesificación), no de las prioridades del gobierno.
Subsidiar más a los ricos que a los pobres (el decil de más
ingresos de la población recibía, hasta ahora, el doble de subsidios en
electricidad y gas, que el decil de menores ingresos), tampoco es consecuencia
de algo mal hecho, si no, el "gran impulsor del consumo y del crecimiento de
muchas actividades" y que ahora habrá
que "redireccionar" (lo que implica un desaliento al consumo y al crecimiento
de muchas actividades).
La falta de inversión
en energía, no es el resultado de las políticas públicas, si no de la
perversidad empresaria.
El Fondo de Sustentabilidad de las Jubilaciones, no es una
ficción contable, con la mitad de sus activos constituido por títulos
públicos del propio gobierno, que no se
pueden hacer líquidos, si fuera necesario, porque no hay fondos para pagarlos,
y que se incrementó por el aumento de las cotizaciones de esos mismos títulos,
si no que es el respaldo de "16 meses" (no años, textual), de pagos
jubilatorios.
Entre muchos ejemplos.
Por último, el anuncio macroeconómico más importante,
escondido en esa maraña discursiva, fue la eliminación del concepto de "reservas
de libre disponibilidad" (es cierto, como ya conté en otra columna, que no hace
falta para el actual régimen cambiario, pero era una barrera de prudencia en el
uso de las reservas), y la ratificación
de que el Banco Central es otra caja más del Tesoro Nacional y que, además,
entramos en una fase más profunda de "crédito dirigido y controlado".
Y es el anuncio macroeconómico más importante, porque no
sólo se trata de "cosmética legal" para que el directorio del Banco Central
deje de violar la ley como hasta ahora, y pueda ceder libremente las reservas
al Gobierno, si no porque indica que no
habrá política monetaria antiinflacionaria y que el control de cambios está para quedarse permanentemente.
Sin querer sonar apocalíptico, el asalto final al Banco
Central, por parte del gobierno, es muy
mala noticia para la estabilidad macro de la Argentina