España, el país más 'conspiranoico' del mundo
martes 03 de marzo de 2015, 07:46h
Quizá en otras materias no ocupemos el primer lugar del
mundo. En obsesiones conspiranoicas -que viene de conspiración y paranoia--, me
parece que estamos a la cabeza, por activa o por pasiva, ya sea la conspiración
interna o externa. Tsipras dice que España y Portugal encabezan un movimiento,
aliado con Alemania, para hundir a Grecia. Maduro nos coloca en el 'eje del
mal', junto a Colombia y Miami (que no Estados Unidos) que prepara un golpe
contra él en Venezuela. Menuda capacidad de maniobra deben tener la diplomacia
y el CNI españoles. Ríase usted de la CIA, del MI6 y de todos los servicios de
inteligencia del mundo mundial juntos: el malvado Gobierno español maneja todos
los hilos.
Claro, no es cierto. España es más bien un país que se ha
distinguido siempre por practicar un 'fair play' que, a veces, raya en lo
ingenuo, y no es esta una característica del Gobierno Rajoy, sino algo que nos
viene desde Isabel y Fernando, ninguno de los cuales era precisamente naif,
pero sí previsibles; no como la pérfida Albión o como los vecinos franceses,
que te clavaban el puñal cuando menos te lo esperabas.
Pienso que, al menos en esta tierra patria, lo casual prima
casi siempre sobre lo causal, y carecen la mayor parte de las veces de razón
esas tesis conspirativas a las que tan aficionados somos algunos periodistas y
no pocos políticos. Sobre todo, claro, cuando estos últimos tratan de
exculparse. Porque lo 'conspiranoico' afecta de manera casi invariable a
quienes se sienten amenazados por la acusación de la calle o por el largo -y,
en tantas ocasiones, tardío-brazo de la ley. No me extraña, en este contexto,
que la familia Pujol, tras tratar de envolver 'lo suyo' en la estelada, hable
ahora de que está sometida a un juicio político; yo más bien creo que, en todo
caso, la política ha actuado en beneficio de las actividades extrapolíticas
-vamos a llamarlas así-de Jordi Pujol y sus muchachos: por mucho menos, otros
han visitado, por dentro, la cárcel.
Y ya que hablamos de Barcelona, allí hemos tenido, a cuenta
de aquellas escuchas del restaurante La Camarga, buenas dosis de
conspiracionismo: ha llegado a ser un elemento natural en la convivencia de una
cierta clase política catalana. En Madrid también hemos tenido, desde luego,
nuestras escuchas, y contemplamos ahora,
como figura central de la Gran Conspiración, nada menos que al presidente de la
Comunidad, Ignacio González, que, sin parar mientes en lo que su figura
institucional representa, ha acusado a medio cuerpo policial de estar tramando
un complot contra él a cuenta de presuntas irregularidades en la adquisición de
una vivienda. Policías contra policías en Madrid: apasionante para una película
de Torrente. Pero esto no es una película, y lo menos que se puede pedir al
ministro del Interior es que nos aclare de qué va la cosa y quién tiene razón,
si algunos policías que denuncian o el denunciado, que, a su vez, denuncia a
una parte de la policía. Toma culebrón.
Y, así, la marea de la presunta (o real) conspiración se
extiende hasta a las elecciones para el rectorado de la Universidad Complutense
de Madrid, donde el actual rector, que aspiraba a la reelección, ha visto
suspendida la jornada electoral por una cuestión reglamentista planteada desde
la Comunidad de González. ¿Qué hay detrás? Ni me atrevo a aventurarlo hasta que
hable, si es que habla, Don Jorge Fernández, el responsable máximo de los
Cuerpos y Fuerzas de Seguridad de este Estado (de cosas). Pero esa, qué hay
tras todo esto, es la pregunta que muchos ciudadanos se hacen, nos hacemos,
cuando ven, cuando vemos, que sucesos extraños, actuaciones judiciales en
tiempos de campaña, noticias explosivas que en ocasiones no lo son tanto pero
que sí estallan en la cara de alguien, saltan como liebres en estos tiempos
convulsos. Y preelectorales.
Sucede que uno, que es de natural ingenuo, tiende a mantener
la antedicha tesis de que la casualidad prevalece sobre la causalidad, y que la
mera coincidencia prima sobre la mala conciencia. Pero claro, un marciano que
aterrizase en este secarral ocasionalmente inundado que es España pensaría que
sí, que tiene razón el libro Guinness cuando se plantea incluir a nuestro país
como 'recordcountry' en conspiraciones inútiles que a nada llevan, si no es a
producir incomodo, frustraciones y la tan carpetovetónica mala leche.