miércoles 11 de febrero de 2015, 15:13h
El 18 de febrero cuando hagamos silencio y empecemos a
marchar por las calles de Buenos Aires y del país, sólo vamos a escuchar
nuestros pasos retumbando en el asfalto y la respiración emocionada y tranquila
del que sabe que está donde debe estar.
Pero también vamos a percibir el vacío de la consternación
porque somos una República que fue traicionada.
El silencio funciona, en estos casos, como una bocina
reflexiva. Avanzar mudos con la potencia que otorga ser una muchedumbre, ser
muchísimos, ser un montón que pide justicia y que se hace visible más que
audible.
Yo me quiero hacer visible ese día, como todos los que
marcharán, con todo lo que mi trayectoria personal y política pueda aportar
para dar alcance a este pedido clave de esclarecimiento. Hace años que me
expreso en cuanto micrófono, atril y medio tengo oportunidad. Pero esta vez
quiero hacer silencio para que se escuchen la indignación, el miedo y el
hartazgo, Cuantos más y más diversos seamos, más legítimo y más político será
el reclamo. Más importante y más serio será su significado.
Los motivos son graves. La intencionalidad de hacer colapsar
el sistema judicial a fuerza de extorsiones se viene comprobando en la última
década. Sacaron al fiscal Rívolo, al juez Rafecas y al procurador Righi por el
caso Boudou, suspendieron al juez Campagnoli por el caso Báez, amenazaron a
Bonadío por el escándalo Hotesur, intentaron designar fiscales militantes. En
este escenario turbio, aparece muerto el fiscal Nisman, el fiscal del atentado
a la AMIA, el fiscal que había acusado hacía una semana a la Presidenta, al
Canciller y a otros personajes de encubrir a los culpables del atentado, y
aparece muerto, nada menos que el día antes de ampliar su denuncia en el
Congreso (no nos vamos a cansar de contextualizar porque nada hace pensar que
sea un episodio privado entre partes).
Este día 18 se va a cumplir un mes de la muerte del fiscal
Nisman.
En la marcha me voy a ubicar donde haya un lugar, no me
importa si es atrás o es adelante, no me importa con quién deba rozar los
codos. Es demasiada la paciencia de esta Argentina, pero pagar la injusticia
con la sangre de un fiscal de la nación que investigaba tanto a lo más alto del
gobierno como al peor de los atentados terroristas que vivió nuestro país es
muy caro e inaceptable.
Estamos ante un magnicidio. La justicia debe estar a la
altura, y poner todos los recursos para esclarecer el hecho, para liberar a
todos de suspicacias y sospechas, y teorías conspirativas que dañan la
integridad democrática, y cortar con todas las presiones.
Para seguir desenmascarando todos los hechos de corrupción
que son la vergüenza nacional.
La verdad es que tengo mil slogans pertinentes para esta
manifestación, pero optaremos por el silencio. El silencio del duelo. El
silencio después del estruendo. El silencio previo a la verdad.