Alfonsín más que un gobernante fue un estadista
lunes 31 de marzo de 2014, 10:51h
En 1983 el país
tenía dos caminos. Cerrar un ciclo e iniciar una transición con más
continuidades que cambios, o enfrentar el desafío de construir una democracia
perdurable y Raúl Alfonsín eligió ese camino, el más complejo y difícil, pero
el correcto para poner a la Argentina de cara al siglo XXI.
Ese fue el
último gobierno que, ante la opción de fin de ciclo o cambio de época, decidió
transformar en serio. Al cambio político y al fin de la dictadura, ese gobierno
tuvo la capacidad, la lucidez y la decisión de imprimirle un cambio cultural.
Al hablar de los
logros de aquel gobierno, mal haríamos en resaltar solamente hechos concretos
de la gestión. En 1983 en Argentina hubo un cambio profundo de valores y
conductas.
Se rompió con la
tutela militar que durante 50 años condicionó la estabilidad democrática y a
ningún argentino en sus cabales podría ocurrírsele tomar las armas para imponer
ideas. Desde entonces está claro, que en una democracia sólida si hay delito
hay juicio, y después del juicio, condena.
Parecen acuerdos
y conductas básicas, pero hasta hace 30 años no lo eran. La Argentina de 1983
no tenía como sociedad los acuerdos básicos de convivencia que requiere
cualquier país para progresar.
Argentina tenía
un grave problema cultural y superarlo no habría sido posible con un gobierno
que no tuviera ante todo tres valores: la verdad, la transparencia y el respeto
por el prójimo; y una hoja de ruta inalterable: la Constitución Nacional.
Alfonsín podría
haber tomado otro camino. Nadie lo obligó a afrontar el desafío cultural que
azotaba el país. Podría haberse conformado con ser lo que se dice un
"presidente de transición", y así su gobierno habría pasado por
evitar decisiones controvertidas y confrontaciones con los exponentes de esa
cultura violenta e intolerante, apostando solo a transcurrir y durar. No lo
hizo, y eso es lo que distingue a un estadista de un gobernante, su decisión de
transformar nunca cedió lugar a las dudas de quien solo quiere perdurar.
Hace unas
semanas decíamos que en Argentina no podría haber Memoria, Verdad y Justicia si
en 1983 ganaba la propuesta de la autoamnistía. De igual manera, no hubiésemos
podido construir el Mercosur si Alfonsín no hubiera tenido la visión de apostar
por la integración para eliminar hipótesis de conflicto e históricos
enfrentamientos.
En estos
momentos en los cuales los temas de género cobran notoriedad, toma un enorme
valor aquella decisión de avanzar con las leyes de divorcio y de patria
potestad compartida, el comienzo de la lucha de las mujeres por alcanzar la
igualdad real en el día a día no sería posible sin aquel primer paso.
La figura de
Alfonsín cobra grandeza cuanto más lejos estamos de 1983, pero sería un
gravísimo error mirar solo aquel pasado desde la nostalgia y la melancolía.
Miro a Alfonsín, analizo aquel gobierno y me convenzo de que Argentina necesita
un nuevo giro. No se trata ahora del valor de la paz contra el de la violencia,
de la democracia contra la dictadura, de la vigencia de la Constitución contra
la ilegalidad; se trata de decidir de una vez afrontar el futuro, apostar por
el progreso y hacer avanzar Argentina.
El homenaje que
le debemos hacer a Alfonsín es ser fieles a ese espíritu transformador,
demócrata y republicano. Devolverle a la Argentina el sueño del desarrollo y a
los argentinos la oportunidad de progresar.
Ernesto Sanz
Senador nacional
y titular de la UCR