martes 11 de febrero de 2014, 21:07h
A un año del anuncio de la renuncia de Benedicto XVI -que
tuvo lugar el 11 de febrero de 2013- el pontificado de Francisco cobra un
significado aún más relevante a la luz del liderazgo construido a nivel mundial
y del estilo que le imprime a la conducción de la Iglesia universal.
El cambio que se evidencia desde que Bergoglio asumió la
cátedra de Pedro, acontecimiento que el mes próximo cumplirá un año, involucró
no sólo a las instituciones vaticanas sino que ha influido de manera concreta
en la visión de la política y la economía de muchas naciones. Entre esas
naciones está su patria.
La Argentina ha cobrado una notoriedad impensada años atrás
en el concierto mundial. Así, resulta obligada la referencia del papa a su
origen geográfico. Sin embargo, esa circunstancia no implica necesariamente una
reciprocidad en términos simétricos.
La patria del papa es la Iglesia y desde que se convirtió en
el obispo de Roma su misión es universal. La aclaración vale en tiempos en los
que parte de la dirigencia argentina puede verse tentada de "influir" o
"interpretar" las acciones o palabras del pontífice.
La tentación no es menor: la sola idea de que uno de los
hombres más poderosos del mundo decida intervenir de modo directo en las
cuestiones domésticas resulta sumamente atractivo.
La intención de adecuar el discurso o eventuales audiencias
de Bergoglio a la coyuntura local es, en los hechos, una expresión de deseos.
El problema radica cuando esas aspiraciones terminan convirtiéndose en un
intento de aprovechamiento de la figura del pontífice.
Francisco sigue de cerca la realidad nacional. Sus
colaboradores y amigos lo mantienen informado. Sus pensamientos y oraciones
tienen a la Argentina en un lugar de preferencia. Pero su trabajo tiene aún
muchas otras preocupaciones.
Las guerras que se libran y dejan a ciudades devastadas. Las
tragedias humanitarias que requieren una atención inmediata. Las catástrofes
naturales que sumen en la angustia a miles de hombres y mujeres. Los miles de
niños que mueren a causa de la interrupción de embarazos. La economía que
deglute al ser humano y lo pone a su servicio. La pobreza que se extiende en
vastos sectores de diferentes continentes. La pastoral de los enfermos, los
presos o los perseguidos. Pero por sobre todas las cosas, el anuncio vivo del
Evangelio.
Todas estas cuestiones exceden la realidad coyuntural
argentina más allá de los intentos ocasionales de pretender apropiarse de la
figura de Francisco.
La generosidad debería imponerse ante la mezquindad y
advertir que la Argentina tiene ante sus puertas la posibilidad de ofrecer la
capacidad y el compromiso de uno de sus hijos para el bien de la humanidad.