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Cataluña, cada vez más decidida por la independencia

Cataluña, cada vez más decidida por la independencia

Por Federico Vázquez
martes 21 de enero de 2014, 20:00h
La realización del referéndum, recientemente aprobada por el Parlamento catalán, sobre la independencia, o no, del estado de Cataluña de España es una muestra de cómo una idea que tiene cientos de años va tomando, cada vez, más fuerza de verdad y realidad.
 
El jueves pasado, el Parlamento catalán dio un paso más hacia su consolidación como estado independiente aprobando por amplísima mayoría un pedido a la cámara de Diputados de España para que autorice a los ciudadanos de Cataluña a votar en un referéndum donde se dirima la independencia o no de la hasta ahora "comunidad autónoma". La iniciativa jamás vendrá aprobada desde Madrid, donde los partidos españoles mayoritarios (PP y PSOE) se oponen a cualquier referéndum sobre la cuestión. Pero la lectura política es obvia: de esta manera los catalanes siguen avisando que van en serio con la cuestión y ponen presión al gobierno de Rajoy.
 
Suena extraño, casi inverosímil, pero en España cada vez son más los que admiten como una posibilidad seria que la región de Cataluña termine consolidando su independencia.
 
No se trata de una elucubración de los pasillos de la política: la cuestión está ahora en el debate cotidiano de los catalanes, que vienen dando muestras claras de querer la emancipación. En el 2013, se calcula que unas 400.000 personas participaron de la Vía Catalana, una cadena humana que cubrió 400 km continuados del norte al sur de la región. Algo que también se refleja a la hora de votar: en las últimas elecciones para el parlamento regional, la mayoría se inclinó por partidos catalanes con un claro discurso separatista.
 
Una eventual independencia catalana abre un interrogante sobre si sería beneficioso o no para Cataluña. Pero lo que está fuera de duda es que tal suceso  sería un desastre para España. El PBI ibérico caería un 20%, su población se reduciría un 10% y el territorio un 6%. Detrás de los catalanes, probablemente sacarían la bandera soberana los vascos. Es decir, España quedaría reducida a sus regiones menos prósperas y con un peso específico como nación muy disminuido.
 
¿Por qué ahora? La respuesta más inmediata es vincular este despertar nacionalista con la crisis europea que, desde el 2008, se ensañó con particular intensidad contra España. Aumento del desempleo, de la pobreza, recortes varios a los beneficios sociales, en un marco de seis años corridos de recesión o crecimiento casi nulo son una buena plataforma. Y en esa coyuntura, se hizo muy popular recordar que Cataluña es la región que más aporta al fisco español y que, comparativamente, menos recibe.
 
Claro que estas cuentas de almacenero son siempre sospechosas porque recortan la realidad económica local de la dinámica nacional y alimentan el discurso reaccionario que se opone a cualquier distribución geográfica de la riqueza, pero tienen su productividad política, no cabe duda. ¿Acaso no son los mismos argumentos que suele partir de los despachos del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, que si no pueden tener mayor impacto es porque la identidad "porteña" está lejos de equipararse a un nacionalismo?
 
Sin embargo, la crisis económica europea y española, si sirvió para caldear más los ánimos, no creó el sentimiento independentista catalán. Como suele pasar en estos casos, la historia es vieja: desde el 11 de septiembre 1714, cuando un largo asedio a la ciudad de Barcelona terminó con la entrada triunfal del ejército de Felipe V, la dinastía borbónica sojuzgó a Cataluña, que a partir de ese año vio abolidas sus instituciones de gobierno soberano. El dato no es puro enciclopedismo: este 2014 se cumplen 300 años desde el fin de la independencia catalana y las manifestaciones populares pidiendo que sea el último prometen ser enormes. Más que eso: la promesa de los políticos catalanes es que lo catalanes podrán votar y así decirle al resto de España y al mundo que la mayoría quiere, sin más, la independencia. La estrategia es clara: si queda en evidencia la voluntad popular, va a ser muy difícil que el camino de la emancipación no se abra.
 
Pero hay una historia más "corta" y es que, en verdad, la transición democrática nunca terminó en España, y la cuestión de los nacionalismos irresueltos (además del catalán, también aparece con fuerza el vasco, apenas en sordina por la desprestigio de la experiencia armada de ETA de los últimos años) tuvo una salida parcial, que nunca terminó de convencer a los protagonistas, con la formación de las comunidades autónomas.
 
Como todo proceso complejo y contradictorio, el establecimiento de las autonomías, después décadas de una dictadura "castellanizante" que intentó barrer con todas las identidades que no fueran la España monárquica y católica, permitió por contraste, el reforzamiento de los nacionalismos. En ese sentido, los que hoy se oponen a la independencia, señalan que el sistema educativo catalán, hijo de la reforma autonómica que permitió impartir la enseñanza en su idioma, funcionó durante todos estos años como un arma de "adoctrinamiento" para las nuevas generaciones.
 
Pero el señalamiento a la transición democrática española es polisémico: se entroncan allí la cuestión de la relación del estado español y los nacionalismos, como también las bases económicas del posfranquismo ( el "moncloísmo" de la transición funcionó como un gran acuerdo social entre empresarios, sindicatos y gobierno). La crisis actual parece estar dinamitando ambas herencias, haciendo crujir aquellos acuerdos que hace 30 años llevaron al país a un lugar nuevo, pero hoy aparecen como cadenas que impiden pensar y gestionar los problemas actuales.
 
Tal vez por eso surge, aunque aún tímidamente, la idea de algún tipo de instancia "constituyente" que vuelva a marcar un horizonte para el futuro de España. Sin ir mas lejos, la propuesta del PSOE sobre cómo resolver las ansias catalanas apunta a reconstruir el Estado español desde una perspectiva "federal", tomando el modelo alemán o norteamericano, donde las injerencias del poder central son mínimas en los asuntos regionales.
 
Pero esta modificación necesariamente implica un cambio constitucional, y es ahí donde los sectores conservadores del PP se oponen, azuzando los peligros de abrir un caja de Pandora, donde mediante la discusión "federal" terminen entrando otros debates, como el modelo económico, la vigencia de la monarquía, la vinculación con Europa, etc. Temas que en un contexto de crisis y con una sociedad desencantada, pueden derivar en cambios que vayan en una dirección opuesta al status quo.
 
El propio diario El Mundo, de tendencia marcadamente conservadora, difundió hace pocos días una nueva encuesta, donde por primera vez, son más los españoles que dicen "no" a la monarquía como forma de Estado que los que la apoyan. La reciente embestida del gobierno de Rajoy contra el derecho al aborto (que se había sancionado en el 2010), también parece ir a contramano de los deseos mayoritarios: una encuesta muestra que esta iniciativa, por sí sola, estaría haciendo perder varios puntos al PP.
 
Este 2014 aparece como un año clave, tanto para el proceso catalán como, en general, para la salud del conjunto de instituciones españolas que se abrieron paso desde la transición democrática.
 
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