lunes 23 de diciembre de 2013, 11:20h
Hoy adolescentes y jóvenes "NI", así los llaman los
sociólogos. Ni estudian ni trabajan. Ni tienen aspiraciones ni motivaciones. Ni
buscan superaciones ni sueños. Ni entienden el concepto del "esfuerzo" o "respeto".
Toda una generación que no tiene un proyecto de vida ni una
definición de responsabilidad sobre sus propios destinos. Jóvenes y
adolescentes nacidos en una sociedad desintegrada, desmembrada y enfrentada;
que vieron a sus padres perder sus trabajos, perder la dignidad, perder la autoestima,
perder el respeto por si mismos. Jóvenes y adolescentes que solo se vinculan
con su realidad colectiva por medio de la frustración y el desencanto; que se
criaron en el individualismo más pragmático y en el desamparo de una sociedad
que tenía problemas más urgentes que resolver.
Hijos de la crisis del 2001, los protagonistas de los
saqueos colectivos de hoy son los hijos del saqueo colectivo de la Argentina.
¿Quiénes son? ¿De dónde salieron? ¿Cómo no los vimos?
Ellos son los que tenían entre 8 y 15 años cuando el país se
derrumbó. Ellos son los que crecieron
por la dadiva del Estado benefactor. Ellos son los que ante el vacío de
autoridad crearon sus propias reglas. Ellos son los que no creen en nada ni en
nadie. Ellos son los que viven el presente, sin entender que el futuro es una
posibilidad cierta. Ellos son los que con las drogas, el alcohol y el
consumismo llenan los espacios de su vida que no pueden llenar con estudio,
trabajo y bienestar.
Salieron de los suburbios de las grandes ciudades, salieron
de los barrios pobres y de los asentamientos, salieron de las escuelas en sus
motitos y se organizaron a través de las redes sociales, nueva sublimación
colectiva/individual, y se encontraron en las calles con el desierto de
autoridad, y se llenaron las manos de artilugios, exponiendo sus propias vidas.
No los vimos porque somos una sociedad que mira solo lo
superficial. No los vimos porque no sabemos que hacer con esta generación que
hace culto al materialismo más extremo, que solo puede satisfacerse con "cosas" porque no supimos enseñarles que la
vida se llena con valores y sueños. No los vimos porque fue más cómodo no
verlos, asumiendo que se iban a adaptar y que el sistema los iba a
"institucionalizar". No los vimos porque no quisimos ver que estos niños de
ayer se criaron con códigos diferentes a los nuestros, en los que el respeto,
la solidaridad y el esfuerzo son casi entelequias platónicas, tan distantes de
ellos como Platón.
Hijos de trabajadores que observan como sus padres se
esfuerzan por darles una mejor calidad de vida, trabajando 12 horas diarias,
honestamente, y sin embargo el fruto de ese esfuerzo no alcanza para satisfacer
sus necesidades familiares. Entonces descreen del trabajo como medida de
ascenso social y pierden el respeto por ese valor asignado a "la dignidad de
ganarse el pan con el sudor de su frente". Y llegan a la casa mostrando el
"premio" de un colchón robado, transformándose en la vergüenza de esos padres
laburantes, que no logran entender en que fallaron.
Hijos del Plan Trabajar o la Asignación Universal y la
asistencia estatal, que no encuentran en
la inclusión laboral un estímulo económico que equivalga al esfuerzo por el
trabajo; en tanto, les alcance para subsistir es suficiente en el conformismo
social de pagar la cuota de la moto, tener el plasma y el cable. Y sus chicos
llegaron a casa con un aire acondicionado o un par de zapatillas y los muestran
orgullosos a sus amigos con una foto subida al Facebook.
Niños de la pobreza que vivió el país entre 1999 y 2005, hoy
son jóvenes y adolescentes que transitan una crisis moral.
De la marginalidad de la pobreza, pasamos a la marginalidad
del consumo. Porque los saqueos no fueron fruto del hambre y la miseria. No
robaron supermercados y despensas. Robaron comercios de electrónica, deportes,
telefonía, zapaterías, y ropa.
Porque lo que necesitan no tiene que ver con la carencia
nutritiva del cuerpo sino con la carencia nutritiva del alma y del ser. Porque
lo que necesitan no es tener una zapatilla o un televisor, necesitan obtener la
mejor zapatilla, el mejor televisor, el mejor celular, la mejor computadora.
Y eso es lo más grave. Porque en el 2001 a la pobreza se la
podía cuantificar. Podíamos saber quienes eran los indigentes y los pobres.
Donde estaban los desocupados. Que necesitaban. Y con políticas publicas
direccionadas de influjo económico y de contención social se pudo reencauzar
esas necesidades con inversiones directas en las poblaciones más vulnerables.
De la crisis económica del 2001 pasamos a la crisis moral y
existencial de toda una generación en el 2013.
Hoy no sabemos donde están, ni quienes son, ni que
necesitan. Y el problema es más complejo que la inyección económica de
recursos. Lo que necesitamos es inyectar valores. Y eso no es cuantificable.