Del "todos juntos" al "que se bajen todos"
miércoles 07 de agosto de 2013, 16:21h
Mientras la oposición cambió el "alternativismo"
con que había iniciado la campaña por la "polarización" directa, el
Frente para la Victoria reorganizó sus fuerzas en torno a la profundización del
proyecto iniciado en 2003.
El intento por conformar una estrategia "alternativista"
dentro de una oposición que, especialmente desde 2009, se había mostrado
rabiosamente anti-kirchnerista duró lo que duró: apenas 10 días. Esta
estrategia, que se presentaba como opción de cambio a las políticas
kirchneristas reteniendo, supuestamente, "lo que se hizo bien", se basaba en
realidad en una lógica que piensa la política como construcción de un "perfil"
y no como la articulación de fuerzas dispuestas a decidir el bien común
partiendo del reconocimiento de la conflictividad social.
De este modo, y a menos de una semana de las elecciones
primarias, un balance mínimo de la campaña de la oposición deja ver que la
misma lógica que condujo a la estrategia "alternativista" es ahora la que
conduce a la polarización. A pesar del "golpe de timón", la lógica subyacente
es la misma: como la política se concibe como adecuación a un "perfil" lo que
prima es la aritmética que garantice que esa adecuación sea "exitosa".
Esa aritmética genera importantes tensiones internas.
Algunas son muy evidentes: se denuncia el "divisionismo k" pero lo único que se
exhibe públicamente son las propias divisiones internas, como pudo apreciarse
dentro del espacio UNEN; se critica la polarización, pero a partir de un
discurso que es netamente polarizado ("estamos hartos"); se encomia la
diversidad pero se condena a tal o cual candidato que no sea lo suficientemente
unánime y enérgico en su repudio al gobierno nacional ("Massa es un falso
oficialista y un falso opositor" -dijo Francisco De Narváez); se festeja la
unión y los acuerdos contra el kirchnerismo pero al mismo tiempo no se los
asume públicamente, como es el caso del PRO y el Frente Renovador.
La lista podría prolongarse con varios ejemplos más, pero
quizás la más desquiciante es la versión que acaba de cobrar forma en estos
días. La maniobra comenzó cuando se conocieron las últimas encuestas de la
Provincia de Buenos Aires, continuó como preocupación en boca de Mariano
Grondona, siguió con la renuncia de Amadeo a su candidatura, prosiguió con la
negativa del "Momo" Venegas y ahora surge como título en varios en diarios
opositores (por ejemplo, leemos en Perfil: "Clarín busca que De Narváez se
baje para unificar el voto de la oposición"): que para ganarle al
kirchnerismo, hace falta ya no que todos se "unan" sino que, excepto Massa,
todos declinen de su candidatura.
En contrapartida, para el kirchnerismo el desafío de estas
elecciones no consiste en la construcción de un "perfil" -de hecho, muchas
veces se le critica que tiene un perfil demasiado marcado que le impediría
dirigirse a los sectores que, sin ser abiertamente opositores, no forman parte
de los "convencidos"- sino en rearticular las fuerzas políticas para seguir
abordando cuestiones estructurales del proyecto iniciado en 2003, entre ellas,
la disminución de los índices de empleo no registrado, la implementación de
modificaciones progresivas a la carga tributaria sin afectar la recaudación y
el mejoramiento del transporte público.
Esta rearticulación de fuerzas se produce en un contexto
especial. En primer lugar, porque se tratan de elecciones de medio término, que
en la tradición política argentina adquieren una dinámica distintiva respecto a
aquellas elecciones donde se ponen en juego cargos ejecutivos. En segundo
lugar, porque estas elecciones se inscriben en un contexto de marcada
recuperación económica luego de un año sumamente difícil como el 2012, en que
el gobierno sin embargo logró preservar un bien central para la articulación
social, el empleo, al tiempo que evitó que la caída en el crecimiento económico
deviniera en recesión. En tercer lugar, porque esta recuperación económica
acontece en el marco de la crisis mundial y, en especial, la crisis de buena
parte de los socios comerciales de la Argentina, cuyos pronósticos favorables
para este año comienzan a ser reformulados negativamente, según los últimos
índices del CEPAL. En cuarto lugar, aunque
no menos importante, porque son elecciones donde los actores políticos, y la
ciudadanía, saben que el mandato de Cristina Kirchner finaliza en el 2015, lo
que demanda encarar estrategias de rearticulación de las fuerzas para asegurar
la continuidad del proyecto luego del fin de su mandato. Y en quinto lugar,
porque no es difícil apreciar que las corporaciones que se oponen al
kirchnerismo han jugado todas las cartas -y los recursos- de que disponen para
estas elecciones. Algunas de ellas, las mediáticas, como sostuvo la Presidenta
el sábado pasado en La Matanza, no sólo ocultan noticias auspiciosas sino que
en sus noticieros apenas mencionan el nombre del candidato a diputado por el
Frente para la Victoria en Provincia de Buenos Aires, Martín Insaurralde, en
una estrategia cuyo primitivismo no deja de asombrar.
Mientras estos poderes zigzaguean en busca de un perfil, el
kirchnerismo afronta estas elecciones en este escenario complejo. Y sin
embargo, es la única fuerza que verdaderamente cuenta con un proyecto político
de transformaciones sociales, lo cual puede apreciarse en el hecho de que es la
única fuerza que se dirige a la sociedad sosteniendo abiertamente qué y a
quiénes defiende. Las palabras de Cristina Kirchner en el último acto en La
Matanza ("El Frente para la Victoria, que nunca traicionó al pueblo, que
siempre le dio más, que nunca le prometió nada, que entregó la vida de su mejor
dirigente para que el pueblo fuera feliz y la Nación fuera mejor") no sólo son
índice de ello; son también testimonio de una intensidad política inédita en
este ciclo de treinta años de democracia, una intensidad que conmueve y
moviliza como no puede hacerlo la política "profile".