sábado 24 de noviembre de 2012, 18:18h
Las piruetas de los dirigentes sindicales que estuvieron al
frente del 20-N no dejan de asombrar, pero el intercambio suscitado a propósito
del 7-D durante la conferencia de prensa del martes pasado en la CGT esclarece
en más de un sentido.
Para Pablo Micheli, de la CTA disidente, que el grupo
emblemático de la prensa hegemónica deba comenzar a cumplir con la ley de
medios es absolutamente irrelevante. "¿Qué trabajador puede comprar un canal o
una radio?", disparó en respaldo de su argumento. Por su parte, Hugo Moyano,
mandamás de los camioneros, aseguró: "El monopolio privado no es bueno, pero el
monopolio estatal es más jodido porque lo pagamos nosotros".
El repentino sentido común del primero y el súbito
republicanismo liberal del segundo no tienen nada de inocentes. Aun
prescindiendo de toda visión conspirativa, es imposible no detectar la autoría
del libreto, el mismo que viene recitando aquel grupo desde sus pantallas.
Si bien las sutilezas teóricas nunca han sido el fuerte de
Moyano y Micheli -y en consecuencia no sería razonable esperar que citaran a
Gramsci para desentrañar la centralidad de la hegemonía cultural-, ese
posicionamiento deja en claro que, detrás de cierta fraseología obrerista, han
abrazado una opción política que no es precisamente la de los trabajadores.
La prescindencia en materia política, que signó la historia
de la corriente sindicalista del movimiento obrero a comienzos del siglo XX, se
disipó hace muchas décadas, cuando las ideas de Georges Sorel se fueron
desvaneciendo junto a la ilusión corporativa de que la sociedad podía avanzar a
partir de la lucha meramente sindical. Ya antes del 45, y más claramente a
partir de entonces, los trabajadores asumieron que la acción política era
insoslayable para la defensa de sus derechos.
Pero a diferencia de hoy día, aquel sindicalismo apolítico
-pero al que incluso se llamó revolucionario por sus demandas de clase-
protagonizó valientes episodios de lucha contra la clase dominante y jamás
hubiera recibido el apoyo que sí obtuvieron ahora Moyano y Micheli de los
medios concentrados, las patronales agrarias y la elite cacerolera. La
comparación entre aquellas gestas y estas sumisiones inspira algo más que
vergüenza ajena.
Por Oscar González
Integrante de la mesa nacional de la Confederación
Socialista Argentina