viernes 16 de diciembre de 2011, 13:38h
El ingenio de los pueblos que viven bajo una ocupación
extranjera no tiene límites, la torpeza de las potencias ocupantes
tampoco. Por las estrechas calles de la
famosa Casba de Argel los soldados franceses corrían detrás de chiquillos
argelinos que los provocaban en la cara y luego desaparecían en uno de los
tantos laberintos que tiene la maravillosa ciudadela construida sobre una
colina al borde del mar mediterráneo. En Vietnam, los pequeños gigantes que
luchaban contra la sofisticada tecnología de los marines norteamericanos
atacaban y se esfumaban en alguno de los miles de túneles que habían cavado
bajo tierra. Los soldados, desconcertados, sabían que detrás de cada planta
podía aparecer y desaparecer un vietnamita en un abrir y cerrar de ojos.
En Palestina no hay montañas ni selvas y nunca hubo una
verdadera guerra de guerrillas contra la ocupación israelí. Pero los palestinos tienen sentido del humor
y muchas veces desafían a los israelíes con la picardía. A comienzos de la década de los ochenta el Estado
de Israel apenas reconocía a los palestinos como pueblo y consideraba a la OLP
una organización terrorista a la cual había que destruir de cualquier
manera. Por ende, también todos sus
símbolos estaban prohibidos y eran perseguidos.
Mientras el "enemigo público N° 1", Yasser Arafat, se encontraba en el
Líbano acosado por las bombas que caían sobre Beirut en su afán por matarlo,
los palestinos jugaban al gato y al ratón con los soldados israelíes
mostrándoles las bandera palestina roja, negra, verde y blanca. El ocupante, torpe y embrutecido, no contento
con arrestar a quien osara enarbolar la bandera, perseguía cualquier expresión
pública donde se combinaran los cuatro colores, prohibidos si se exhibían juntos. Si en una exposición de pinturas algún
artista mostraba el pasto verde combinado con flores rojas, negras y blancas,
llegaban las autoridades militares y clausuraban la muestra.
Uno de los frutos favoritos de los palestinos es el "batij",
la sandía, cuya cáscara exterior es verde y su parte interior blanca, con pulpa
roja y pepitas negras. Y como el humor
popular no tiene límites a alguien se le ocurrió hacer remeras con el dibujo de
una sandía abierta. La respuesta fue
inmediata: perseguir a quienes vestían esas remeras. Es posible que hoy algunos palestinos
recuerden cuando comían sandías en la calles y se reían de los soldados. Pero seguramente todos miraran con felicidad
las imágenes que llegan de París, donde la bandera palestina flamea en la
UNESCO