El ministro Kicillof aseguró hace pocos días :"Yo no tengo
el número de pobres, me parece que es una medida bastante estigmatizante". En
declaraciones a radio Metro, el ministro afirmó: "Cuántos pobres hay es una pregunta
bastante complicada".
La canallada queda zumbando. Una respuesta irresponsable,
frágil y todo lo elegante que pudo ser para no decir: son tantos los pobres que
no puedo decirte la cifra.
Pero son tan provocativos que uno cae en la tentación de analizar
la excusa, la fruta mandada, que bien podría haber sido cualquiera; dejé el
agua en la hornalla, o el "me quiero ir" de Lorenzino, predecesor de
Kicillof. Hacer visible a un pobre no es estigmatizar. Estigmatizar es
deshonrar o infamar. No hay infamia en la verdad. El reconocimiento es una de
las formas más altruistas de dignidad y autoestima que necesitamos las
personas. Necesitamos ser reconocidos si tenemos razón, si somos capaces o
talentosos o buenos, si hemos caído, si estamos enfermos, si somos víctimas, si
somos pobres. Porque entonces significa que somos visibles. La invisibilidad es
la que estigmatiza y de una forma más dolorosa, porque el estigma se lleva con
la penuria de saberlo propio y oculto, como una condena injusta.
El Estado debe tener las cifras de las condiciones en las
que viven los ciudadanos. El número de la pobreza debería ser su obsesión, más
que el índice del dólar.
Ya habíamos incomodado a Capitanich en el Senado, cuando le
pregunté repetidas veces, cuál era el índice de pobreza en la Argentina
(https://
www.youtube.com/watch?v=wWJAhZrGd6w) y no obtuve respuesta más allá de
su papelón dubitativo. Nuevamente, un hombre del gobierno, que ostenta el cargo
más alto de la economía del país, apeló al silencio ante esta pregunta. Pero
cobardemente, en una maniobra en la que invierte los signos a su antojo. No
cuento pobres porque es muy malo para los pobres y yo soy bueno con los pobres.
Podría ser perfectamente una viñeta de Mafalda de Quino. Son la clase de dichos
que ponía en boca de Susanita.
Las estadísticas de organismos, universidades y estudios
privados hacen ascender el nivel de pobreza entre el 24 y el 28 por ciento de
la población argentina. Es decir, ante la cifra más dramática uno de cada tres
argentinos es pobre. Un dato feroz si en la
"década ganada" el gobierno se mostró preocupado por los subsidios
sociales y las distintas ayudas, aunque ahora, por el creciente déficit fiscal
aparecen atenuadas.
La desigualdad es pronunciada, peligrosa y estancada. No
resuelta, más allá de la catarata de subsidios que no alientan la cultura del
trabajo sino una dependencia extrema del Estado, que pueden implicar votos
futuros para quien da el dinero. Uno de cada tres argentinos no tiene ni
siquiera esperanza. La situación no se acerca a la catástrofe social del
2001/2002 pero la enfermedad está, las carencias están, faltan las obras de
infraestructura. Faltan desagües, faltan tierras para los que la necesitan, no
hay provisión de elementos indispensables para la vida más simple. Y, tampoco
hay, por supuesto, fuentes de trabajo dignas como para aquellos que están
sumergidos puedan acceder a la dignidad de tener un puesto de trabajo.
Después de diez años la mitad de los argentinos cobra un
salario inferior a 5.500 pesos por mes. Con una inflación del 30 por ciento
prevista para los próximos meses. El mismo INDEC reconoció que empeoró la
"distribución de los ingresos". Esta cifra de los 5.500 pesos para muchos que
tienen a cargo familias con dos hijos queda minimizada con el salario mínimo
que ha manifestado la CGT oficialista y opositora para atender a las
necesidades de los núcleos familiares: 10.000 pesos mensuales.
En estos días el Observatorio de la Deuda Social de la
Universidad Católica Argentina ha publicado un trabajo sobre la vida de los
"mayores " en la Argentina. Dos de cada 10 personas que han sobrepasado los 60
y 70 años, asegura el trabajo de la UCA, reside en hogares que tienen que
percibir ayudas monetarias. Uno de cada 5 hogares del Gran Buenos Aires padece
"inseguridad alimentaria". El 15,9 por ciento de los que tienen más de 60 años
dejaron de ir al médico porque no les alcanza ni para pagar el transporte. Y el
17,4 por ciento de la misma capa etárea no pudo comprar remedios.
Esto decía un Fallo de la Corte Suprema de Justicia
Argentina de Abril de 2014 en el Caso
Cippec c. Ministerio de Desarrollo Social por acceso a la información a los
padrones de beneficiarios de planes sociales:
"La vulnerabilidad de muchos ciudadanos es una
experiencia cotidiana que lastima a quienes la sufren y a quienes son testigos
de ella, todos los días. No es ocultando padrones que se dignifica a los
vulnerables. Por el contrario, haciéndolos accesibles se facilita que las
ayudas estatales lleguen a quienes tienen derecho a ellas".