martes 10 de marzo de 2015, 15:29h
El inicio del año final del gobierno de Cristina Fernández
de Kirchner se dio en un clima político agitado, que sin embargo contrasta con
lo que muestra un análisis calmo de la situación del país, sobre todo si se
toma una perspectiva histórica.
Hace ya un tiempo que se habla de "fin de ciclo". Para
algunos la afirmación es una expresión de deseos: que concluyan un proyecto y
un estilo político, así como un rumbo económico. Quienes en cambio pretenden
continuar en la dirección planteada en 2003 aceptan en general que más allá de
que ésta se mantenga hay algo que efectivamente llega a su fin: los años del
matrimonio Kirchner en la presidencia, que dieron lugar a un nuevo movimiento
político que tomó su nombre y constituyen un auténtico ciclo, remarcable por su
duración en la historia de la Argentina moderna.
Quitando la espuma y los calores de la coyuntura, dejando de
lado las apreciaciones apocalípticas tan en boga en algunos medios, una
observación general del inicio del último tramo del gobierno de Cristina
Fernández permite apreciar que es la primera vez desde el retorno de la democracia
que el año final de un gobierno no está marcado por una crisis estructural de
grandes proporciones.
Claro, no se puede hacer futurología, y cualquier
argentino/a -como quien escribe estas líneas- siente la necesidad de atajarse.
Siempre se puede recelar de una maniobra destituyente exitosa, un deterioro
económico repentino o algún otro factor disruptivo. Podría decirse que ese
temor a los giros imprevistos, la idea de que en Argentina un año es demasiado
tiempo, es una marca de nuestra cultura política.
Por supuesto ella no es azarosa. Una persona que haya vivido
el Rodrigazo en 1975, la gran depreciación salarial que hizo la Dictadura en
1976, la circular 1050 de Martínez de Hoz en 1980, la crisis de la deuda de
1982, las hiperinflaciones de 1989 y 1990, y finalmente la crisis económica
extrema de 1998-2002 (incluyendo fenómenos como las cuasimonedas y el
corralito), tiene razones de sobra para ser desconfiada. A la vez, la renuncia
de De la Rúa en diciembre de 2001 permitió poner fin al consenso neoliberal
pero dejó también una estela menos beneficiosa: la sensación de que un
presidente puede ser derribado con cierta facilidad por el paso a la acción de
una indignación colectiva. Esos elementos cuentan en la política argentina.
Pero, insisto, si uno se corre por un instante de la
afirmación de que "todo puede pasar", observa una situación general que pocos
hubieran soñado cuando el ciclo comenzó en 2003. A Alfonsín, Menem, De la Rúa, Duhalde y
Kirchner les tocó asumir en medio de grandes crisis, con situaciones económicas
y sociales muy complicadas. Eso los llevó a políticas diferentes pero con algo
en común: el "parche", el tener que solucionar problemas urgentes. El ciclo que
concluye este año viene cerrándose de otro modo. Con inconvenientes, claro,
pero que se sitúan en los vaivenes lógicos de una economía y no en los
movimientos volcánicos de los fines de ciclo anteriores. Quien herede el
gobierno no enfrenta enormes vencimientos de deuda por delante ni una situación
social explosiva con la que lidiar. Tendrá que resolver temas urgentes y
complicados, como cualquier presidente, pero en el panorama de un "país
normal", ese que ansiaba Kirchner en 2003.
Esa normalidad, por cierto, incluye una serie de derechos
adquiridos y de medidas que hoy parecen inamovibles, de las paritarias a la
AUH, de la ampliación de la jubilación a la política de DDHH. Se puede pensar
que es por eso que muchos opositores buscan si no derribar al gobierno sí
debilitarlo en su último tramo, para desarmar a posteriori esa realidad que no
comparten. De ahí que la presidenta expresara que no será "cómodo" para un
dirigente sucederla (si pretende romper la línea política). Efectivamente,
algunas cosas ganadas no parecen sencillas de modificar sin mediar una gran
crisis -como ocurrió en 1989- que quiebre el consenso tácito sobre algunos
temas de fondo -por ejemplo, el papel del Estado- que hoy comparten, tal vez
sin saberlo, personas que pueden estar enfrentadas en sus opiniones sobre el
kirchnerismo.
La inédita situación presenta una oportunidad, la de
discutir temáticas de fondo, proyecciones. Este último año de mandato de CFK
sería un gran momento para debatir formas de mirar el futuro, luego de haber
superado la peor crisis de la historia argentina, al menos a nivel macro, dado
que el neoliberalismo ha dejado una impronta en valores y expectativas
individuales de sectores grandes de la población que todavía tienen un peso
formidable. ¿Cómo erradicarlos? ¿Cómo seguir avanzando contra el gran mal del
país, y de Latinoamérica, que es la desigualdad? ¿Cómo lograr un crecimiento
con poca inflación y sin provocar endeudamiento externo, a contramano de lo que
siempre ocurrió en las últimas décadas de historia argentina? ¿Cómo se supera
el hecho de que el sector más competitivo de Argentina, el "campo", no genera
empleo y que éste lo crea una industria que solo puede sobrevivir con
protección y muchas veces buscando subsidios? En fin, la lista de temas de
fondo puede ser grande.
Lamentablemente, la agenda de los medios no suele incluirlos
y prefiere poner el foco en los tuits de figuras conocidas, en el gesto de tal
o cual, en los gaffes de la clase política y otras cuestiones de superficie.
Ojalá en estos meses de carrera electoral, en este último año del ciclo
político más largo de la casi centenaria y fragmentaria democracia argentina,
haya espacio para debatir lo importante.