lunes 23 de febrero de 2015, 09:59h
Los acontecimientos del jueves pasado presentaron
sintéticamente la contradicción que enfrenta hoy a la sociedad argentina.
Sobre la primera hora de la tarde, la Presidenta de la
Nación, en su alocución por la re re re inauguración de Atucha II, explicitó su
espíritu antidemocrático, al manifestar que a ella "nadie le marca la cancha",
mientras era vivada y aplaudida por sus seguidores.
A última hora de la
tarde, en cambio, una parte de la sociedad argentina se manifestó para recordar
que, en democracia, todos tenemos la cancha marcada.
La Presidenta intenta desconocer que a cualquier ciudadano
de una República democrática, le marcan la cancha la Constitución y las leyes.
Además de las implícitas reglas de convivencia que caracterizan a una sociedad
civilizada.
Y en el caso del Poder Ejecutivo que ella representa, la
cancha se la marca el Congreso, por un lado, y los jueces independientes,
custodios naturales de las marcas de la cancha.
CFK no quiere que le marquen la cancha. El "modelo", el
"proyecto", considera esos límites como imposiciones anacrónicas, y no como
reglas a respetar.
De allí que, en los últimos años se dedicara
sistemáticamente, a destruir el sistema de controles, equilibrios y balances de
poder que marcan la cancha.
Al periodismo crítico, se le opuso un periodismo militante,
financiado con publicidad oficial, y la compra por parte de "amigos" de medios de
comunicación, violando su propia ley de medios.
Al poder de marcar la cancha inherente al Congreso de la
Nación, se le impuso la disciplina partidaria (más cercana a la asociación
ilícita), sin admisión de debates,
enmiendas, o participación constructiva de otras fuerzas políticas.
A la marcada de cancha de los fiscales y jueces, se les
intentó oponer la reforma judicial, las reformas a los códigos, la justicia
militante, las persecuciones.
A las macadas de cancha del "mercado", se le opuso un estatismo
desproporcionado e ineficiente. Una maraña de regulaciones, controles y
prohibiciones.
Todo esto, condimentado y "ayudado" por aprietes,
carpetazos, y usos varios, de los sistemas de inteligencia.
Así, las marcas de la cancha argentina, se fueron desdibujando,
borrando, diluyendo, al ritmo del ejercicio del poder K., mientras una parte
importante de la sociedad, lo admitía, y hasta apoyaba, bajo el "soborno" de
una mejora económica o una cuota impensada de poder.
Cuenta Karen Amstrong, en su extraordinario libro "La
historia de Dios", que las sociedades primitivas tenían una aproximación
absolutamente pragmática a sus dioses. No había vocación filosófica o moral,
sólo una cuestión práctica. "Haceme llover para que la cosecha sea buena".
"Haceme ganar la guerra" frente a los enemigos. "Que sople el viento frente al
calor". "Que se encienda el fuego, ante el frío".
Análogamente, hace mucho que una buena parte de la sociedad
argentina, se relaciona con ese mismo "primitivismo" con sus gobernantes.
Y este "primitivismo"
no sólo ha sido patrimonio de los "necesitados".
Hace algunos años, un industrial justificaba su oficialismo
argumentando "nunca gané tanta plata". Hoy está casi quebrado y protestando por
el acuerdo con China.
Todo lo anterior, no desconoce que las "marcas de la cancha"
no pueden permanecer estáticas, ni dejar de actualizarse, pero el propio
sistema establece mecanismos eficientes para esos paulatinos e irremediables
cambios.
El jueves por la tarde, decía, una parte de la sociedad, sea
porque ya la Diosa Cristina no nos hace ganar plata, sea por auténtica vocación
republicana, marcharon/mos, bajo la lluvia, pidiendo que las marcas de la
cancha sean nuevamente pintadas y que los que gestaron o aprovecharon esa falta de marcas para robar, vayan presos.
Si llegó hasta aquí, usted se preguntará, con razón, ¿Qué
hace toda esta extensa perorata en una columna sobre economía?
La respuesta no es trivial, aunque debería serlo.
Siguiendo con ese "primitivismo".
Tome usted cualquier
ránking que ordene a los distintos países en función del bienestar de su
población, y su calidad de vida.
Podrá comprobar que en los primeros puestos, encontrará,
casi sin excepción, a países donde prevalecen gobiernos que tienen la cancha
marcada, por el equilibrio de poderes, por jueces independientes, por Bancos
Centrales autónomos, por Congresos que representan a sus votantes.
A la larga, no hay buena economía sin buenas instituciones.