La
limitación silenciosa o abierta de los derechos de los ciudadanos, decidida por
las mayorías absolutas o pactadas con otros, no son nunca una buena noticia ni tampoco una buena
idea. Cuando se producen sucesos como el de la matanza de Paris, el 11-M o el
11-S, inmediatamente surgen voces que ponen sobre la mesa la necesidad de
limitar la libertad para garantizar la seguridad. Volver a cerrar las fronteras
o aumentar, sin control judicial, la intervención de las comunicaciones
telefónicas, controlar las redes sociales o poder "retener" sin
garantías a ciudadanos sospechosos por su raza o su procedencia, son siempre
tentaciones inmediatas de los gobernantes, incluso de los democráticos. Y hay
muchos ciudadanos que, inmediatamente, "compran" la propuesta. ¿Por
qué no si se trata de evitar que nos maten intencionada o indiscriminadamente?
¿Por qué no sufrir pequeñas molestias en los aeropuertos o en las estaciones,
por qué no dejar que miren nuestros correos si no nos enteramos, por qué no
dejar que espíen nuestros mensajes en las redes sociales...? ¿Por qué no dejar
que detengan a alguien... si no somos nosotros?
Los
Estados tienen suficientes instrumentos, a veces demasiados instrumentos, para
conocer la vida y milagros de casi todos nosotros. A través de Hacienda, a
través de decenas de mecanismos donde queda registrado lo que comemos, lo que
compramos, con quién hablamos, donde viajamos... Y luego están los servicios de
información oficiales... Hay cosas que la técnica pone en manos de quien debe
tenerlas, pero también en manos de desaprensivos. Pero darle cobertura legal al
espionaje indiscriminado, limitar las libertades que tanto cuestan para obtener
una seguridad que nadie puede garantizar, es
un riesgo difícilmente asumible. Y un falso debate. Los Estados deben
garantizar nuestra seguridad pero no a costa de limitar las libertades sin que
un juez decida que es necesario hacerlo o en casos realmente excepcionales.
Cuesta demasiado conseguir la libertad para dejarla en manos de
cualquiera.
Las
libertades son un camino en el que no se debe nunca retroceder. Otra cosa es
que la libertad permita amparar todo. Defiendo la libertad de expresión, sobre
todo de los que tienen creencias diferentes a las mías. Pero la libertad no
debe ser nunca faltar al respeto, insultar innecesariamente las creencias de
nadie, imponer lo que es políticamente correcto y lo que no lo es, ridiculizar
a nadie. Tampoco hacerlo selectivamente: sí a unos, no a otros que son más
poderosos. El número extraordinario de Charlie Hebdo que acaba de salir a la
venta lleva un titular sobre la manifestación del domingo que dice "Más
gente con Charlie que en misa". ¿Es gracioso, era necesario? ¿Hay alguna
frontera entre el humor y el insulto gratuito, es necesario que el humor o un
artículo sean deliberadamente ofensivos para grupos religiosos o sociales?
Insisto, hay que defender la libertad de expresión sin límites, pero las ideas
diferentes de los demás merecen el mismo respeto. La intolerancia es también un
ataque a la libertad.
francisco.muro@planalfa.es