viernes 09 de enero de 2015, 10:14h
Cuando escribo esto, el mundo se llena de rumores, la
inquietud invade las conciencias de todos. La operación en Francia contra el
terrorismo asesino ni siquiera se ha cerrado del todo, pero los debates ya se
han abierto. Tienen a los límites del periodismo como telón de fondo: ¿se
pueden publicar caricaturas de Mahoma que hieren la sensibilidad de muchos
creyentes? Y ya que estamos: ¿se podría hacer lo mismo con el Papa, con Buda?
¿Hasta dónde la crítica -o la burla-a las instituciones? ¿Cuáles son los
límites del buen o mal gusto?
El debate es casi eterno: ¿dónde fijar la raya entre la
libertad de expresión y lo intolerable? He escuchado voces, afortunadamente
minoritarias, que dicen que 'Charlie Hebdo' había traspasado a veces ese
umbral. Claro que también se oyen voces, por suerte las menos, pidiendo una
restricción en la tolerancia a las costumbres y usos de los que piensan
diferente a la civilización occidental. Y yo pido tolerancia a quienes se creen
en posesión de la verdad occidental, que debe estar contrapesada con la
tolerancia desde el lado de la 'otra' civilización de Hungtinton, que tantas
veces se piensa con la exclusiva de la luz. Los asesinos, los verdugos, los
torturadores, sean islamistas o lo que fueren, están excluidos de cualquiera de
estas consideraciones, desde luego.
Mi concepto de lo que ha de ser la libertad de expresión
incluye también lo exagerado, especialmente si viene del campo del humor. El
propio, heroico, director de 'Charlie Hebdo', ese 'Charb' para quien pido el
máximo reconocimiento y honores hasta donde él los hubiese admitido, resumió de
una manera a mi entender luminosa esa concepción tan indefinible, tan
inaprehensible, que resume muchas contradicciones aparentes: "humor o
muerte", nos dejó dicho. Frase tremenda, que resume siglos de peleas en la
humanidad: nada hay que separe más a un hombre de otro que un diferente sentido
del humor. Lo que trae aparejado un diferente sentido del honor. Y aquí sí que
con la Iglesia hemos topado, amigo Sancho.
Claro que no voy a resumir en el humor -ni siquiera en el
honor-- la tragedia colectiva que hemos vivido todos en París, y que podría
haber sido en otros muchos sitios. Simplemente, digo que depositar la más
mínima culpa en pretendidos 'excesos' periodísticos, buscando así una razón
para el crimen, es un grave desenfoque. Sería como justificar los crímenes de
ETA porque hay vascos a los que les gusta Madrid y lo proclaman. Los
periodistas no podemos dar ni un paso atrás en las conquistas que hemos ido
logrando a lo largo de siglos, y que siempre se topan con la dialéctica entre
derecho al honor versus libertad de expresión. El problema comienza cuando
vemos quiénes son los que ponen el listón al derecho al honor. Porque los
límites a la libertad de expresión ya están contemplados, a veces muy
severamente, en los códigos penales y hasta en esa frase genial de un dibujante
y periodista también genial: "humor o muerte".