Transparencia (y más cosas) también para nosotros mismos
jueves 11 de diciembre de 2014, 12:36h
Estamos en tiempos de revoluciones que acaso nadie busca y
que casi llegan por sí mismas a nuestros hogares. Que el año que comienza
dentro de tres semanas va a ser, cuando menos, políticamente convulso, es algo
de lo que a nadie le cabe duda. Que, en lo referente a los medios de
comunicación, puede ser un auténtico terremoto, es una evidencia que cada día
constatamos más profesionales: el huracán del cambio no es que esté llamando a
nuestras puertas; es que se ha colado de rondón en nuestras casas, está
conmoviendo los cimientos sobre los que asentamos, o ya casi sobre los que nos
asentábamos.
Es obvio que no se trata solamente de un cambio de caras,
que ya en 2014 las ha habido, y muchos: en varios de los principales
periódicos, en la televisión estatal...Tampoco se trata de cambios
accionariales, ni de la irrupción de numerosos medios digitales que comportan
voces diferentes y que, con sus pros y sus contras, se expresan de distinto
modo. Creo que la revolución es más profunda que todo eso, incluyendo los
aspectos tecnológicos, económicos y de posicionamientos políticos. La
revolución que nos viene afecta nada menos que a la cotidianeidad de los usos,
ocios y costumbres, a cómo se va a emplear en lo sucesivo ese derecho inherente
a la persona de obtener una información completa, libre, veraz, contrastada.
Es ahí donde irrumpen factores como las formas (inéditas) de
entender la información desde las nuevas formaciones políticas, que aportan
planteamientos que a mí me parecen cuando menos cuestionables (por ejemplo, los
ataques de Podemos contra la concepción de los medios privados, o lo sucedido
en alguna entrevista con Pablo Iglesias en medios públicos), hasta la guerra
que se ha organizado a cuenta de la 'tasa Google'.
No es asunto menor, aunque, en principio, a los medios
digitales, incluso, o especialmente, a los pequeños, les afecte poco en la
cuantificación de sus visitas...en principio, como digo. Porque aún es pronto
para evaluar el alcance de lo que pueda ocurrir con la retirada de Google News
de España, merced a la decisión, sin duda influenciada por sectores profesionales,
de los dos principales partidos del arco político. Que también es casualidad
que se pongan de acuerdo solamente para esto y no para temas que, en principio,
pudieran considerarse más trascendentales.
En todo caso, el establecimiento de una 'tasa Google', que
ha hecho que esta plataforma contraataque con su retirada, no es una decisión
menor, y las consecuencias están empezando a verse. Google ha sido, es, una de
los grandes avances en comunicación que ha registrado la humanidad, y lo mismo
puede decirse, dentro del paraguas de Internet, de las redes sociales, que cada
día tienen una influencia mayor, no estoy seguro de que siempre para bien,
sobre cómo se informan los ciudadanos y hasta dónde se informan. Un avance tal
no se hace sin desequilibrios y desfases: desde la uniformidad que se impone
muchas veces a la información hasta la 'marca indeleble' (o casi) que sobre
biografías y trayectorias dejan noticias que fueron publicadas en algún
momento, que ya han quedado superadas, pero que ahí quedan, en la 'hemeroteca
global' del 'gran hermano googleliano'.
Estos son, si se quiere, y sin que aún sea posible
evaluarlos de manera completa, algunos datos de la que se nos viene encima:
cuanto se relaciona con Internet afecta inevitablemente a la información y, por
tanto, a aspectos fundamentales de nuestra vida. No puedo dejar tampoco de
considerar otro ángulo: el que se refiere a todo lo relacionado con la
visibilidad de las 'cosas españolas' en el exterior, que, sin duda, va a quedar
disminuida por la retirada de Google de España. ¿Un golpe para la 'marca España'?
Y, hablando desde otro plano, también nos van a afectar de
modo creciente, siguiendo en el campo informativo, los cambios políticos que
avizoramos. Creo que, ante todo ello, nos es obligado a los profesionales un
replanteamiento muy serio de estrategias, de tácticas y, posiblemente, también
de conceptos: si la política no puede seguir siendo lo que era, si son
imprescindibles cambios sustanciales en las formas de dirigirse los
representantes a los ciudadanos, más o menos lo mismo ocurre, me parece, con la
información. Es cierto que los periodistas no podemos seguir siendo una
'generación Google', que corta y pega los que estos 'grandes hermanos' nos
envían: tenemos que volver a los viejos, sagrados, principios del periodismo
presencial, de la investigación, del contacto con las fuentes. Y de la rabiosa
independencia: temo que estamos siendo, voluntaria o involuntariamente,
coaccionados desde los ya decandentes planteamientos políticos y económicos,
pero, más aún, desde los que se pretenden políticamente innovadores,
posiblemente sin serlo. Y también estamos siendo coaccionados por las
limitaciones que nos imponemos: no podemos exigir transparencia a la llamada
'clase política' y negárnosla a nosotros mismos, por ejemplo y sin ir más
lejos.
Resulta indudable que este 2015 va a ser un año de una
enorme importancia informativa: hay elecciones en muchos países clave -España
entre ellos--, la Unión Europea comienza una nueva trayectoria y lo mismo puede
decirse de los Estados Unidos, que se encaminan hacia muy nuevos linderos. Un
año, por tanto, en el que la información ha de depurarse, volar a mayor altura,
más analítica, siendo conscientes quienes manejamos esta importante herramienta
de la responsabilidad que hemos contraído con la ciudadanía, y de que no podemos
culpar al 'porco Governo' de turno de muchos de los males que nos afligen, unos
males que a veces nosotros mismos nos atraemos.