El gigante continental y una votación clave
Este domingo Brasil define si continúa o no el ciclo
político iniciado por Lula en el 2003. No puede exagerarse la importancia de
esta cita electoral: con la mitad de la población y la economía de Sudamérica,
el resultado de la elección repercutirá en toda la región. La última encuesta
de Datafolha, publicada este lunes, muestra una tendencia, todavía leve, en
favor de Dilma.
Nada fue como se esperaba. La sorpresa electoral de Marina
Silva terminó en el exacto lugar donde había quedado cuatro años antes: fuera
del balotalle, con un 20% de los votos. El repunte final de Dilma Rousseff, que
parecía recuperar posiciones, quedó a mitad de camino, consolidando una primera
minoría, pero lejos de los números que ella misma había logrado en su primera
elección. Áecio Neves, a quien su propia escuadra mediática y empresarial había
dado por muerto, resurgió de las cenizas logrando la mejor votación para la
centro derecha en 12 años.
Las razones de estos vaivenes son variadas. En primer lugar,
hay que anotar la desesperación de la elite brasileña, cuando hace unos meses,
en medio de un escenario electoral muy estable, era casi un hecho la cuarta
victoria al hilo de Lula y Dilma.
Esa desesperación quedó expuesta cuando todos los reflectores
se posicionaron en Marina Silva, en busca de un milagro. La candidata, sin
estructura política, aparecía dócil ante los requerimientos programáticos
conservadores: independencia del Banco Central, retroceso en políticas
laborales, incluso en políticas de derechos civiles como el matrimonio
igualitario. Las presiones no venían todas del mismo lado, ni respondían a un
plan prestablecido, pero sobraba para entender que de ganar, Marina sería mucho
más permeable a presiones empresariales o religiosas.
Esa utopía conservadora (tener un presidente débil) impidió
ver que, en las últimas semanas, el candidato "natural" del establishment ya
había recuperado posiciones. Pero no fue todo pérdida para los opositores al
gobierno: por primera vez en mucho tiempo, el PT perdió la imagen de
invencibilidad. Aún peor: Lula y Dilma, también presos de la obnubilación por
la candidatura de Marina, volcaron todo su arsenal de campaña en demostrar que
la ex aliada no representaba lo mismo que ellos, dejando espacio para que
Neves, menos golpeado, se afirme en su senda.
En Brasil los debates presidenciales tienen un lugar
relevante en las agendas de campaña. Para un país de dimensiones continentales
la presencia de los candidatos en televisión se vuelve crucial: por más empeño
que se ponga en caminar el territorio, Brasil es literalmente inabarcable. Los
primeros duelos de Dilma y Neves estuvieron cargados de acusaciones cruzadas
por hechos de corrupción, casi sin alusiones programáticas. Parecía una
estrategia complicada para el PT, en tanto asumía la agenda temática de los
grandes medios, declaradamente opositores.
Algo parecido pensaron los estrategas de campaña de la
presidenta. En el último debate, el domingo pasado, Dilma volvió sobre temas
nodales de la gestión petista: creación de puestos de trabajo, reducción de la
pobreza, recuperación del rol protagónico de Petrobrás, e incluso la política
de seguridad. En este último punto, en general un tema donde la centro derecha
se siente más cómoda, Dilma recordó que la Copa del Mundo se realizó, después
de todo lo que se dijo y se pronosticó, sin mayores inconvenientes. Frente a
estos temas concretos, Neves se encuentra con armas menos poderosas: el último
gobierno del PSDB, bajo Henrique Cardoso, fue con desempleo, pobreza
estructural y baja inversión pública. En uno de los pasajes más eficaces, Dilma
le recordó a Neves que "Petrobrás valía 15 billones durante la época de
ustedes, ahora vale 100".
Pero no todo es la televisión. Por estas horas, Lula está
intensificando su presencia en actos públicos. Y lo está haciendo con mucha
fuerza en un lugar estratégico: los barrios periféricos de San Pablo. Ahí hay
una cuenta electoral fundamental. En la primera vuelta, Dilma sacó 15 puntos
menos en ese estado de lo que había sacado en el 2010. Mucha diferencia. La
mueca de preocupación en el PT es todavía más grande cuando se conoció que
perdió en bastiones históricos, como el famoso ABC paulista, donde Lula empezó
su carrera sindical.
Pareciera que en la medida que el PT fue conquistando al
electorado del Nordeste, comenzó a ceder en el primer lugar donde se había
vuelto hegemónico. En términos sociales, se podría decir que cuando logró
representar a los pobres excluidos, tuvo más dificultad para representar a los
obreros industriales. Algo que hasta podría tener que ver con la famosa
"reprimarización" que sufre la economía brasileña de los últimos años, o con
otro número poco entusiasmante: mientras que en la Argentina los gremios
industriales tuvieron un gran repunte en sus afiliados en estos años, la tasa
de sindicalización brasileña, que es menos de la mitad que la local, se mantuvo
estable durante los gobiernos del PT, en torno al 17%.
Más allá de estas posibles lecturas estructurales, lo cierto
es que Lula está llamado a ser una pieza clave en sus dos "cunas". La primera
es el ABC paulista, que lo vio crecer como dirigente y donde el PT alcanzaba
mayorías holgadas hasta la última elección. La otra es la cuna biológica del
líder: Lula nació en Pernambuco, el único estado del Nordeste donde Dilma no
ganó.
Allí, una vez más, se demuestra la rareza de esta elección
presidencial. Como en el resto de la región, el PT solía ganar cómodo en Pernambuco.
Pero hete aquí que es el estado que gobernaba el fallecido Eduardo Campos.
Luego de su muerte, los votantes se volcaron en masa a apoyar a su compañera de
fórmula Marina Silva. Las características sociales y la historia política de
Pernambuco, más parecidas al resto del Nordeste, permiten imaginar que esos
votos no pasarán automáticamente a Neves. Lula volverá a su pago, donde entre
otras cosas recordará que junto a su entonces aliado Campos abrieron la segunda
fábrica de Fiat en el país, un tipo de emprendimiento en general reservado para
los estados del sur.
Así, Dilma, Lula y el PT se aproximan al final de la
elección haciendo una apuesta coherente, que no es lo mismo que infalible:
reforzar la adhesión del electorado "propio", que por distintas razones estuvo
fluctuando, e intentar convencer con la obra de gobierno de los últimos 12
años.