Los estados detrás de los buitres
martes 30 de septiembre de 2014, 12:49h
Entre la semana pasada y el comienzo de ésta hubo un cambio
significativo en conflicto por la deuda argentina: el centro de gravedad se
desplazó de los anónimos intereses financieros hacia Estados Unidos. El cambio
es sustancial, porque cada día se hace más evidente que la disputa por el pago
de 1.500 millones de dólares a los buitres obedece menos a la "autonomía "y no
regulación del sistema financiero mundial que a su sostén político más
relevante: el país del Norte y, en menor medida, Europa occidental.
Repasemos: Argentina logró una votación histórica el pasado
9 de septiembre, cuando 132 países acompañaron la resolución que propone
construir un marco legal internacional para el pago y cobro de deudas
soberanas. La estrategia del país no fue vincular directamente a un gobierno o
estado, sino acorralar a los intereses financieros dedicados a las
especulación, mostrándolos como un disfuncionamiento de la economía mundial.
Una mayoría abrumadora de países, de muy distintas condiciones apoyó la
propuesta. Del diminuto estado de Eritrea a China, pasando por Chile y Rusia,
124 países votaron el pedido argentino.
Sin embargo, el pequeño grupo de países que se opuso mostró
también que esa regulación de las prácticas especulativas tienen Estados que
las abrigan y protegen. Estados Unidos, Alemania, Gran Bretaña y Japón, las grandes plazas
financieras del mundo, apenas sumaron a otros siete países al No, pero el peso
específico de cada uno de ellos alcanza para entender que esa regulación deberá
atravesar un poder enorme, afincado en gobiernos y estados nacionales muy
concretos.
El miércoles pasado, cuando se inauguró la 69° Asamblea
General de Naciones Unidas, esa ligazón entre intereses financieros y estados
de carne y hueso quedó más en evidencia. La carecterización de "terrorismo
financiero" por parte de la Presidenta, como espejo al planteo de las potencias
mundial contra el terrorismo islámico fue con seguridad la más enfática, pero el
pedido de reformulación de las instituciones financieras internacionales tuvo
otros acompañamientos. Dilma Rousseff
argumentó que es "imperioso poner fin al desajuste existente entre la creciente
importancia de los países en vías de desarrollo en la economía mundial y su
insuficiente participación en los procesos de toma de decisiones en las
instituciones financieras internacionales como el FMI o el Banco Mundial. Y
concluyó: "el riesgo que corren esas instituciones es que pierdan legitimidad".
El mismo día, Cristina participó del Consejo de Seguridad,
donde la Argentina ocupa un asiento temporal hasta fin de año. El Consejo tiene
en total 15 miembros, diez de los cuales son rotativos. Los otros cinco
miembros no sólo son permanentes: su voto tiene el poder de veto sobre
cualquier resolución. Aún así, con estas desigualdades legales a la vista, la
estrategia argentina fue llevar a ese reducto de poder concentrado el espíritu
que es mayoría en la Asamblea General. La Presidenta llevó "preguntas" al
Consejo: "No sabemos quién les compra el petróleo, no sabemos quién les vende
las armas, no sabemos quién los ha entrenado", dijo en referencia al terrorismo
del Estado Islámico. En apareciendo se trató de un cuestionamiento
"metodológico" (Argentina, de hecho, acompañó la resolución que pedía Estados
Unidos), al mostrar la ineficacia de casi una década y media de "guerra contra
el terrorismo".
La aparente asepsia en cuestionar la "metodología" (lo que
podría entenderse como señalar la forma y no el fondo del problema), lleva, sin
embargo, a lugares más profundos. La "metodología" aplicada por las potencias
en Medio Oriente fue la destrucción de los Estados nacionales que hubieran
servido de contenedores reales ante la expansión terrorista. La arremetida vengadora
de Bush después del atentado a las Torres Gemelas fue efectiva en destruir
hasta los cimientos al estado iraquí, así como fomentar los grupos insurgentes
en Siria y Libia, luego bombardeada por la OTAN. Una década después, dos de
esos tres estados casi no existen y uno sobrevive como puede, en medio de una
guerra civil.
La operación semántica argentina de extender la palabra
"terrorismo" hacia las prácticas financieras especulativas muestra la
disyuntiva actual del mundo: o se refuerza el poder y las soberanías de los
estados nacionales o la desestabilización y el caos se volverán la norma. No
hay combate real al terrorismo si las potencias económicas y militares, en
lugar de reforzar a los estados más débiles, se convierten en sus verdugos.
El viernes, el canciller Héctor Timerman se presentó ante el
Consejo de Derechos Humanos de la ONU, donde logró un apoyo similar al de la
Asamblea. La noticia, además del acompañamiento, fue la persistencia de los
mismos votos negativos. Estados Unidos,
Alemania y Japón mostraron que las prácticas especulativas, en general
vistas como "globales" tienen defensores "nacionales" bien definidos y
consecuentes.
Y en esa misma tendencia, donde los anónimos intereses
financieros se recuestan sobre algunos estados y gobiernos muy concretos, se
puede inscribir el último paso dado ayer por el juez Griesa, tanto la respuesta
argentina. La declaración de "desacato", en su absurdo, no muestra sólo a un
juez senil, sino también una rémora imperial. Lo que lleva a una respuesta en
ese mismo registro, como se vio en los tuits presidenciales, posteriores al
fallo: "USA como Estado es el único responsable por las acciones de cualquiera
de sus órganos, como la reciente decisión de su Poder Judicial."
La disputa que, hasta este momento, Argentina había tenido
contra un fondo de inversión privado, en su desarrollo, más allá de las
intenciones de los protagonistas, se fue corriendo hacia los gobiernos de
Estados Unidos y Europa, quienes por acción u omisión, parecen elegir el "caos"
financieros antes que el "orden" de las soberanías estatales.