El Viejo Continente elige presidente
miércoles 14 de mayo de 2014, 12:11h
Entre el 22 y el 25 de mayo, los 28 países que componen la Unión Europea van a
las urnas para votar los diputados del Parlamento Europeo. Pero esta vez,
además de las bancas, el resultado electoral determinará quién será el
encargado de dirigir la
Comisión Europea, algo que hasta el momento se acordaba a
puertas cerradas.
En dos semanas Europa va a tener, por primera vez en su
historia, algo parecido a un Presidente. Cabe una aclaración un tanto
farragosa: los ciudadanos europeos votan, cada cinco años, a diputados de cada
uno de los países miembros, para conformar el Parlamento Europeo, que se
encarga de legislar sobre los asuntos regionales. Las distintas fuerzas
nacionales conforman, en el Parlamento Europeo, bloques ideológicos
transversales a los países. Es decir: los legisladores españoles del PSOE arman
una misma banca con los del Partido Socialista francés, los socialdemócratas
alemanes, los laboristas ingleses, y así. Mientras que los legisladores españoles
del PP lo hacen con el CDU de Ángela Merkel y el UMP de Sarkozy.
Una vez constituido, ese Parlamento elige a ciertos miembros
para conformar la
Comisión Europea, que viene a ser el órgano ejecutivo de la Unión Europea. El
Parlamento, además, elige al Presidente de esa Comisión. Hasta ahora, ese
Presidente salía de los acuerdos y votaciones al interior del Parlamento, y los
ciudadanos europeos la miraban de afuera. Esta vez, las distintas fuerzas
políticas decidieron acordar de antemano quienes serían sus candidatos a
presidir la Comisión
y presentarlos a los votantes. De esta manera la "familia" socialdemócrata
lleva como candidato a Martin Schulz y la conservadora a Jean-Claude Juncker.
La izquierda, tiene como referente al griego Alexis Tsipras, y la ultra derecha
a la francesa Marine Le Pen.
La idea es que, si bien la elección del Presidente de la Comisión seguirá siendo
del Parlamento, al conocerse los nombres que van a impulsar cada bancada, los
ciudadanos, indirectamente, van a estar eligiendo a quien ocupe ese puesto. Y
la intención, en definitiva, es darle así una mayor legitimidad a quien tenga
que conducir la integración de Europa en los próximos cinco años.
Este súbito arranque democratizador tiene una explicación.
Europa lleva ya cinco años de crisis económica ininterrumpida y el miedo es que
las próximas elecciones dejen asentado lo que muestran todas las encuestas: la
apatía política generalizada, que hace temer que menos del 50% del padrón
electoral concurra a las urnas. Y la Unión Europea necesita revalidar títulos de
legitimidad democrática en tiempos donde sus autoridades se la pasan pidiendo
ajuste sobre ajuste a las sociedades de los países menos prósperos. "Elegir" al
Presidente de la Comisión
vendría a funcionar como un aliento para que la gente acuda a las urnas. Habrá
que ver, no parece un premio muy atractivo.
Como sucede desde hace ya un tiempo, lo políticamente
correcto es la indignación por el crecimiento de los partidos de extrema
derecha, que tiene en común una impronta anti inmigrante, pero sobre todo anti
europeístas. Algunos proponen terminar con el Euro, casi todos volver a una
política de soberanías nacionales y poner freno al avance de instituciones
regionales. Según lo que dicen las encuestas, es muy probable que Le Pen salga
primera en Francia. Otro tanto podría pasar con el Partido de la Independencia del
Reino Unido (UKIP) que hace unos días desplegó afiches en Londres con la
leyenda: "¿Quién maneja realmente este país? El 75% de nuestras leyes ahora se
hacen en Bruselas."
En países sin representaciones tan extremas, como España, se
espera que el descontento con Europa lo coseche la izquierda, que podría
levantar la puntería por arriba del 15%. En Grecia, todavía bajo el shock de
las medidas de ajuste que impuso "Troika" (como se llama al triunvirato de la Comisión Europea,
el Banco Central Europeo y el FMI) el partido de Tsipras también puede ganar
muchos votos.
En definitiva, aún si se salva el primer escollo de la
asistencia a las urnas, es muy probable que
un porcentaje importante de los europeos voten a dirigentes que quieren
menos Unión Europea.
¿Por qué ocurre esto? Detrás de la "crisis", no todos son
iguales. Estos cinco años desde la hecatombe financiera de 2008, dejaron a la
vista un proceso lento, pero que tuvo siempre la misma dirección. En 1989,
cuando Alemania dejó de estar partida en dos mitades y, sobre todo,
"intervenida" por las potencias mundiales de la guerra fría, empezó -una vez
más- el proceso de recomposición del poder germano al interior de Europa. Esta
vez, por suerte, el ánimo expansionista estuvo centrado en la economía:
Alemania unificada se transformó en un gigante regional, con capacidades
industriales y comerciales inigualables para el resto de los socios
europeos. Sólo un par de números:
Alemania es, detrás de China, el país más exportador del mundo. Mientras todos sus
vecinos de la Unión
atraviesan penurias, Alemania tiene un superávit comercial del 7% del PBI. Una
enormidad. A lo que hay que agregar que en su gran mayoría corresponde a bienes
industriales, con mucha inversión en tecnología e investigación.
Al mismo tiempo, en los países del sur y el oriente de la Unión se expande el
desempleo, los estados necesitan pedir préstamos al Banco Central Europeo y las
políticas de ajuste están a la orden del día, con independencia de quien
gobierne.
El "relato" alemán de porqué ocurre esto es simplón: el
espíritu teutón les permitió no sólo superar casi medio siglo de división
nacional, sino que durante los años 90 tuvieron el coraje de hacer reformas
laborales y sociales que aumentaron la competitividad de su industria y, diez
años después, comenzaron a disfrutar de esos sacfricios.
Sin embargo, esa tesis es contrapuesta con el hecho de que
los salarios alemanes distan de ser africanos y los impuestos que cobra el
estado son propios de un país desarrollado, con alto nivel de inversión social,
educativa, tecnológica, etc. Lo que falta en ese relato es que Alemania
encontró en el crecimiento de China y otras economías emergentes nuevos y
enormes mercados para sus exportaciones industriales. Estos países en poco
tiempo pasaron a necesitar maquinarias, infraestructura y todo tipo de bienes
de capital para sostener el crecimiento de sus economías internas, lo que
fortaleció aún más el frente exportador de la industria germana. Es decir, el
"milagro" alemán no se sostuvo, como ahora quieren convencer a sus socios
pobres de Europa, en la flexibilidad laboral interna u otros mecanismos de
ajustes, sino en fortalecer las ventajas que ya tenía su sector económico más
dinámico.
A lo que hay que agregar que, mientras ocurría este cambio
en la economía mundial, Berlín tuvo la habilidad y la fuerza para construir el
armazón de la Unión
Europea y el Euro a partir de su situación particular, antes
que desde las necesidades del resto de los países que eran estructuralmente
distinta.
Hoy, a 15 años del nacimiento de la moneda común, los
resultados quedan a la vista. En vez de una región más equilibrada, la Unión Europea
construyó realidades paralelas, en simetría con la clásica división
internacional entre el Norte y el Sur. De hecho, geográficamente es así:
Alemania, Finlandia, Dinamarca o incluso Inglaterra viven problemas típicos de
países híper desarrollados, con sociedades cohesionadas y economías entre
pujantes y amesetadas. Por el contrario, el Sur (España, Portugal, Italia,
Grecia y buena parte de los países del Este, incorporados en la última década)
está desde hace cinco años sometido a terapias de shock, con economías muy
endebles, más vinculadas al turismo o a productos primarios o de bajo valor
agregado.
El crecimiento del voto "euroescéptico" surge tanto en los
países del Norte, como los del Sur, aunque por motivos inversos. En el primer
grupo, las fuerzas conservadoras y de extrema derecha representan a sociedades
reacias a financiar cualquier solidaridad continental, refugiándose cada vez
más en identidades nacionales, vistas como barreras de contención a todo lo
malo que trae Europa. En el segundo grupo, donde no casualmente tienden a
crecer expresiones anti europeas, pero de izquierda o anti sistema (como
Grecia, España o incluso Italia), la reacción negativa se funda en que los
beneficios de pertenecer tienen, cada día, menos privilegios.
En dos semanas se verá qué marca el termómetro electoral
sobre este mapa desalentador. Los cinco años de crisis económica (que mejor
sería llamarla "concentración geográfica de la riqueza") parecen haber abierto
una crisis política de la misma escala continental.