Si un Papa habla de la Tercera Guerra Mundial, ¿qué importa todo lo demás?
domingo 14 de septiembre de 2014, 12:30h
Me cuesta comprender la escasa trascendencia cosechada por
las palabras de alguien tan respetable como el Papa Francisco cuando dice, como
ha reiterado hace tres días, que "la tercera Guerra Mundial está en
marcha". Hace tiempo que lo pienso, pero referido a esa guerra sin muertos
aparentes que se juega en los dominios de Internet entre las grandes potencias:
es un conflicto del que los simples mortales apenas nos enteramos excepto
cuando brota alguna chispa que nos habla de espionajes increíbles, de controles
indetectables, de 'hackers' de Estado. Pero el Papa se refería, creo, a focos
de violencia mucho más tangibles, que están provocando incendios en Oriente
Medio y aquí al lado, en Ucrania. O, más localizados, también en otras partes
del planeta.
Teniendo, como tenemos, a un gobernante poderoso tan
escasamente democrático como Putin, que actúa impunemente frente a una UE
débil, a una Sociedad de Naciones Unidas inexistente, a una OTAN casi meramente
vociferante y a unos Estados Unidos que tienen que convertirse en el bombero
para todos los fuegos, no me extraña la advertencia de Bergoglio, que ya se ve
que no tiene pelos en la lengua. Las guerras mundiales comienzan y se
desarrollan en Europa, y la chispa prende en el Este del Viejo Continente.
Pero, claro, no está aquí el único foco bélico. Consta que el Pontífice está
angustiado también ante las barbaridades que se nos deparan invocando al Islam.
El mundo asiste atónito a la difusión de vídeos en los que se decapita a
rehenes británicos o norteamericanos sin acabar de creer que pueda existir
tamaña crueldad, tanta inhumanidad. Y sin poder, por el momento, poner remedio.
Me he pronunciado muchas veces en contra de una
participación española en una eventual fuerza de paz organizada por la Unión
Europea para intervenir frente al Estado Islámico, que es una amenaza
terrorista de primer orden para todos nosotros. Creo que es a la ONU a quien
correspondería crear esa fuerza de 'cascos azules', en la que se integrarían
también soldados de esos países islámicos que son los principales perjudicados
por el EI. España tiene, ahora que pelea por un sillón en el Consejo de
Seguridad, una magnífica oportunidad de alzar su voz en la inminente Asamblea
de las Naciones Unidas y pedir una intervención internacional, obviando esa a
mi juicio estúpida decisión de la UE consistente en permitir que sus Estados
miembros envíen o no ayuda militar a los kurdos que están siendo masacrados por
los suníes fanatizados, que, lógicamente, están muy lejos de ser todos los
suníes. Yo, la verdad, prefiero que España, sin mantenerse al margen, decline
el envío directo de material militar, aunque sé que empieza a hablarse de
mandar 25.000 fusiles a los enemigos del EI.
Lo digo porque escucho voces guerreras en ámbitos políticos
de mi país. Son las mismas voces, más o menos, que hablan de 'inflexibilidad'
para enfrentarse al problema catalán, que desdeñan como 'miserable' el
pensamiento nacionalista o que piensan que Cameron 'fue un tonto' al permitir
el referéndum escocés. Lo mismo que soy contrario al envío de tropas españolas
a cualquier parte del mundo, no puedo ser más hostil a cualquier muestra de
secesionismo en Cataluña, y creo un grave error mantener tesis independentistas
en, por ejemplo, esa Escocia que vota el jueves en un dramático referéndum.
Pero pienso, creo que con Bergoglio, que unas posiciones de firmeza no excluyen
ni el diálogo, ni la conciliación, ni los intentos de aproximación. Puede que
sea un utópico: pero el ruido de los tambores de guerra no puede apagarse
simplemente con más tambores guerreros en el lado contrario. Es la hora de los
estadistas, y no de Ban-ki Moon; de los Papas, y no de los que invocan a Alá
para sus crímenes; de las palabras, y no la de los uniformes militares.