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Unasur y la crisis venezolana: buscando un símbolo de paz

Unasur y la crisis venezolana: buscando un símbolo de paz

Por Federico Vázquez
miércoles 09 de abril de 2014, 20:02h
La crisis política venezolana no puede entenderse con definiciones ideológicas pre cocidas. El primer dato para comprender la coyuntura del país caribeño es electoral: hace casi exactamente un año, Maduro ganaba las elecciones presidenciales por un margen mínimo (1,49% de diferencia) y con la proclamación oficial del triunfo comenzaban las protestas violentas. La estrecha victoria -aunque legítima y legal- abrió un conjunto de problemas para un dirigente que ya tenía la tarea descomunal de tomar el timón que había dejado Chávez.
 
 
Hacia adentro del movimiento bolivariano la dificultad se expresa en un complejo equilibrio de los factores de poder que componen el chavismo, siempre en estado de tensa calma (fuerzas armadas, militancia partidaria y sindical, organizaciones sociales diversas). Hacia la oposición, el carácter violento de las protestas desde el día en que se conocieron los resultados de la elección, mostró que el caprilismo -como expresión política y electoral de los sectores antichavistas- perdió centralidad frente a los sectores más extremistas, con menos votos, pero más decisión de pelear la calle.
 
Un año después, el escenario se desplegó desde esas variables, acentuando sus rasgos más críticos, visibles en la cantidad de muertos en las calles en medio de las protestas y en la inexistencia de cualquier diálogo entre las partes. Desde hace unos meses, el opositor estrella dejó de ser Henrique Capriles, y la referencia pasó a manos de Leopoldo López, un dirigente que llamó, sin pelos en la lengua, a derrocar a Maduro. Si bien el gobierno parece tener controlado su frente interno y no surgieron disidencias relevantes (las Fuerzas Armadas salieron a manifestar su apego al orden democrático y la Constitución, reafirmando su condición "bolivariana"), todos los días aparecen nuevas versiones de "malestar" militar frente al "civil" Maduro.
 
En diciembre pasado, otra elección, esta vez municipal, mostró una diferencia más cercana a los registros históricos de los últimos 15 años: el chavismo le sacó diez puntos al MUD, el frente político que nuclea a prácticamente toda la oposición partidaria. Sin embargo, esto no trajo la paz. Por el contrario, sectores medios y medios-altos reafirmaron su intención de que no será mediante los votos como terminará la pesadilla que los persigue desde que Chávez barrió con el sistema de partidos tradicionales en las elecciones de 1998.
 
Los protagonistas callejeros fueron, a partir de ese momento, los estudiantes universitarios. Cabe una hipótesis: existe un vínculo entre este nuevo actor juvenil y la longevidad del chavismo: los estudiantes que protestan vivieron casi toda su vida bajo la hegemonía política de la revolución bolivariana y sus referentes políticos se mostraron incapaces de generar una opción electoral ganadora. Tal vez en esa frustración democrática, de casi imposible digestión para cualquier sistema político, esté una de las claves que explique por qué tantos jóvenes que tienen todas sus necesidades básicas satisfechas (con creces), construyen barricadas en las avenidas, se arman y convocan a la desobediencia civil.
 
Con las calles en llamas desde hace ya dos meses, el gobierno de Maduro intentó jugar con la fractura opositora, tendiendo algunos puentes con los sectores moderados y aislando a los extremistas. Denunció a López como instigador de un golpe de Estado (por lo que fue preso), a la vez que llamó a dialogar a los partidos políticos. Sin embargo, la maniobra fue tardía y no funcionó. La escalada de violencia y muertes continuó, se multiplicaron las denuncias de represión policial y la acción de grupos chavistas armados, tanto como de grupos opositores.
 
Este artículo, publicado en un portal oficialista, pero con un balance que no deja muy bien parada a la Guardia Nacional Bolivariana, muestra un saldo creíble de la violencia de estos meses.
 
Frente a esta estrategia de Maduro, la oposición intenta hacer lo mismo con el bloque chavista. Resulta sintomática la multiplicación de notas y columnas de opinión de los últimos días centradas en rastrear posibles fisuras en las fuerzas armadas. La base de la especulación sería la enemistad entre Maduro y Diosdado Cabello quien, a diferencia del Presidente, proviene de las filas militares y buscaría, mediante un golpe, quedarse como referente del chavismo. Puede leerse en el principal diario opositor en Venezuela, o bajo la pluma argentina de Andrés Oppenheimer en La Nación. La operación política es la misma.
 
Frente a semejante panorama, la incursión de Unasur en las últimas horas es una señal luminosa. La primer victoria es que el organismo sudamericano continúa escapando del encasillamiento ideológico, que lo dejaría inerte para intervenir con legitimidad: los cancilleres de Colombia, Ecuador y Brasil -países que representan las tendencias políticas de todo el bloque- quedaron como garantes del diálogo que se debe producir en las próximas horas. La oposición política, que rechazaba conversar con Maduro, se sentó finalmente en la mesa. Hasta el Vaticano de Francisco podría debutar como mediador. Es probable que esos gestos funcionen como un desaliento a las protestas callejeras, los cortes de calles y la violencia armada.
 
A lo que se agrega el consejo del mismísimo Lula, un aliado histórico de Chávez: "Maduro debería intentar disminuir (la intensidad) del debate político para dedicarse enteramente a gobernar."  La advertencia de Lula es simple: el chavismo debe recuperar el control de su agenda de gestión y para eso necesita, antes que nada, paz
 
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