El interminable debate catalán
lunes 07 de abril de 2014, 02:55h
Esta semana, el interminable debate sobre la identidad
catalana tiene una nueva cita. El martes, en el Congreso de los Diputados,
donde, con el resultado perfectamente predecible, se rechazará el plan de la
Generalitat para celebrar una consulta con fines secesionistas. Quien crea que
esto es nuevo, que lea los artículos de Ortega en 'El Sol', hace ya casi un
siglo. No ha habido, más allá del esporádico fogonazo de Adolfo Suárez y Josep
Tarradellas, estadistas que trataran, mediante el diálogo y la famosa
concordia, de salvar la brecha que algunos quieren ahondar entre Madrid y
Barcelona: Franco acalló por las malas toda voz discordante y los cuarenta años
de tránsito hacia una democracia plena han traído luces y sombras al errático
deambular de una parte de la población catalana hacia una aspiración
independentista. Este martes vamos a escuchar de nuevo los argumentos quizá de
siempre, de uno y otro lado. Lo que no sabemos es si oiremos predicar algún
remedio nuevo.
De momento, no solamente desconocemos el argumentario del
partido mayoritario que sustenta al Gobierno Central, sino que hasta
desconocemos quién lo desarrollará. Lo lógico sería que fuese el propio Rajoy.
Pero ni eso se ha confirmado, dentro de la estrategia -porque eso debe ser,
además de la propia naturaleza del personaje-de silencios que mantiene el
presidente; un presidente que aún ni ha despejado la incógnita de quién
encabezará la candidatura del PP a unas elecciones europeas que se presentan
bastante comprometidas, dicen los sondeos, para este partido (y para el otro
gran partido estatal, también, por cierto).
Bueno, imagino que esta semana conoceremos si por fin Miguel
Arias Cañete se aviene (¿?) a encabezar esta candidatura. Y seguro que el
martes comprobaremos si quienes pensamos que Rajoy está obligado a subir al
atril para defender los argumentos del Estado contra las pretensiones de un
Artur Mas que ni siquiera va a pasarse por el Congreso ese día, hemos o no
acertado en nuestros pronósticos. ¿Cómo iba Rajoy a dejar pasar la oportunidad
de protagonizar este debate en el que le sigue el noventa por ciento de los
españoles fuera de Cataluña y al menos casi la mitad de los catalanes,
recelosos de un proceso independentista que parece haber enloquecido de la mano
de la Asamblea Nacional catalana?
A menos, claro, que Rajoy no quiera desvelar sus cartas
(tiene que hacerlo), que no tenga nada nuevo que decir (tiene que tenerlo) o
que, en uno de esos movimientos suyos tan extraños, como afirmar que él no está
involucrado en el nombramiento del famoso cabeza de candidatura europeo, el presidente prefiera un encogimiento de
hombros y que toree otro. No creo que haga ninguna de esas cosas: ni que
escurra el bulto, ni que comparezca para decir exactamente más de lo mismo,
porque el horno no está para esos bollos. Sospecho que la palabra 'diálogo'
aparecerá en su discurso, y que el rumor de que ya existe 'alguien' (Joana
Ortega, la vicepresidenta de la Generalitat) que está hablando con 'alguien'
(Soraya Sáenz de Santamaría, la vicepresidenta del Gobierno central), correrá
por los pasillos como una liebre suelta.
De hecho, me permito albergar más esperanza en esta
negociación alejada de los focos que en lo que se diga este martes desde el
atril de oradores en la Carrera de San Jerónimo. Porque, lo comento con el
dolor de quien preferiría que las cosas fuesen de otro modo, temo que de esta
sobe el papel importante sesión parlamentaria va a salir muy poco en concreto,
aparte de las esperanzas que pueda suscitar en un futuro al menos más racional:
ni el referéndum anunciado por Mas para el 9 de noviembre es posible, ni una
amenaza con limitar la autonomía catalana, como quieren los más belicosos 'en
Madrid', sería siquiera imaginable. Así que ya sabemos la receta heredada del
suarismo: diálogo y concordia. ¿Quién la aplicará y cómo?