El conflicto por Ucrania: ¿de qué lado está la democracia?
miércoles 19 de marzo de 2014, 15:48h
Los habitantes de la región de Crimea eligieron, por mayoría
abrumadora, separarse del nuevo gobierno ucraniano. Más allá de los evidentes
intereses de Rusia, al menos hubo una expresión de voluntad ciudadana en las
urnas. No puede decirse lo mismo del gobierno de ultra derecha de Kiev, que
está por hacer ingresar a Ucrania a la Unión Europea sin ningún tipo de
consulta popular. Europa se hace la distraída.
El conflicto por el control de Ucrania, que enfrenta a Rusia
y Europa, y apenas agazapado al propio Estados Unidos, es unas de las mayores
disputas diplomáticas desde la caída de la Unión Soviética, aunque las
analogías directas suelen servir para ocultar antes que explicar. Los medios de
comunicación europeos, incluso los supuestamente "progresistas", azuzan con un
hipotético regreso de la Guerra Fría, casi en términos literales. Atrás de semejante simpleza de análisis, que
sólo puede ser válida para una discusión de café, aparece el interés concreto
de Europa: que Estados Unidos sienta esta batalla como propia y meta las bazas
necesarias para definirla en favor del Viejo Continente.
Sin embargo, no hay datos que ayuden a decir que este
conflicto tiene algo que ver con las formas y los fines que tuvo el enorme
enfrentamiento entre dos sistemas socioeconómicos a escala planetaria entre
1917 y 1991. Putin no representa un peligro para la civilización occidental, ni
su filosofía política tiene chances de movilizar a los obreros de una fábrica
en Francia o Alemania. Se trata de un gran país, con grandes recursos
energéticos que, luego de un proceso de destrucción económica y social interna
similares a los efectos de una derrota bélica, intenta conservar algo de su
tradicional influencia regional.
En ese sentido, la agenda rusa no se diferencia mucho de la
de otros países emergentes que, en un contexto de buenos precios de las
materias primas y mediante un reforzamiento del poder estatal, busca un camino
hacia el desarrollo económico y la soberanía política.
Por supuesto que Rusia no es "cualquier país", sino uno que
constituyó un imperio durante los últimos tres siglos, ya sea en su forma
zarista o soviética. Pero desde la desintegración de esta última hace casi 25
años, no existe ningún expansionismo en puerta, sino más bien un control de
daños en un proceso natural de achicamiento de su zona de influencia (pensemos
que hace un cuarto de siglo, el poder de Moscú llegaba en forma directa hasta
la mitad de Berlín, mientras que ahora intenta por todos los medios no perder
Crimea).
La urgencia de los europeos por asestar un golpe a Rusia
tampoco tiene nada de "primavera democrática" como gustan en llamar a cualquier
manifestación que se da en un país con un régimen que no les gusta. Mientras
durante la era de Yeltsin la corrupción y la persecución política reinaban en
medio de una sociedad sometida a la terapia de shock de las medidas económicas
para instalar un capitalismo de rapiña, ningún dirigente europeo se rasgó las
vestiduras. Por el contrario, se festejó lo que a todas luces era un desguace
social y nacional casi sin parangón en la historia reciente.
La urgencia de Europa, antes que cualquier intención
democratizadora, está directamente vinculada con la necesidad de asegurarse la
energía que, en buena medida, proviene de la odiada Rusia. El gas toca el
centro del poder europeo: mientras que Francia fabrica casi toda su energía
eléctrica con centrales nucleares propias, Inglaterra tiene su fuente en el Mar
del Norte, y España recibe el gas del Norte de África, la locomotora alemana sí
tiene su talón de Aquiles en el gas ruso. El propio gobierno alemán reconoce
que al menos un tercio de todo lo que consume de gas proviene de Rusia. Si a eso le agregamos que las recetas ultra
ortodoxas que aplican a sus economías desde el 2008 no dan los resultados
esperados (casi todos los economistas coinciden que el 2014 tampoco será el
famoso año del "despegue" de la crisis de la zona euro), el objetivo de
limar el liderazgo de Putin se vuelve
política y económicamente lógico.
Por supuesto que la políticamente correcta Europa no puede
presentar el caso Crimea desde el punto de vista de sus intereses materiales
solamente, sino que debe encontrar una cobertura ideológica que la sostenga. El
ultrajado vocablo "democracia" aparece como el gran elegido.
Sin embargo, hay algo asombrosamente paradójico en esa
elección. A pesar de los notorios ángulos autoritarios presentes en la
tradición política rusa y, particularmente, en el gobierno de Vladimir Putin,
la "anexión" de Crimea a Rusia, si es que ocurre, tendrá lugar luego de una
votación casi unánime en el Congreso de esa región autónoma y, más importante
todavía, después de un referéndum con una masiva participación del electorado.
Se podrá discutir la presencia de tropas rusas en la región, las presiones de
Moscú, etc., pero la ciudadanía, al menos, votó.
Por el contrario, Ucrania se encamina a ingresar a la Unión
Europea sin ninguno de estos atributos democráticos. No hay planes de consulta
ciudadana sobre esa cuestión y sólo una promesa de celebrar elecciones en mayo,
en un contexto general de persecución política en las regiones ucranianas del
este, donde las fuerzas de derecha son más débiles.
Lo que era presentado al mundo como una manifestación de
ciudadanos moralmente indignados que pedían un cambio pacífico de gobierno,
resultó en la formación de grupos paramilitares. En los últimos días, esos
grupos fueron admitidos como parte de la "guardia nacional" de Ucrania. Como se
ve, una fiesta republicana y democrática. La presentación de los hechos es
particularmente ofensiva en diarios como El País de España. El mismo medio que
durante estas semanas viene sermoneando al gobierno venezolano por no poder
controlar a supuestas patrullas civiles que atacan las manifestaciones de la oposición
antichavista, acepta el paramilitarismo liso y llano en Ucrania: "Kiev crea un
cuerpo militarizado ante la amenaza rusa", titula, condecendiente. El "cuerpo"
son militantes neonazis que durante los últimos tiempos protagonizaron la
ocupación de la plaza de Maidan. La razón es que los militares profesionales
del ejército ucraniano no parecen del todo consustanciados con el nuevo
gobierno.
La dirección política de estos sectores está a cargo del
partido Svodoba, que a nivel europeo comulga con otros partidos neo nazis como
los griegos de Amanecer Dorado. A pesar de haber sacado solo el 12% de los
votos en las últimas elecciones, después de la "primavera democrática", este
partido tiene la vicepresidencia y controla el ministerio Defensa y la Fiscalía
General.
Además de un cambio de régimen sin ningún tipo de validación
de la ciudadanía, más allá de unos cuantos miles que se movilizaron en las
calles de la capital, el ingreso formal de Ucrania a la Unión Europea no va a
pasar por ningún filtro democrático. Se trata, esta sí, de una anexión pura y
dura. Un gobierno surgido de una nebulosa insurrección cívico-paramilitar ha
decidido el rumbo de un país del tamaño de Francia. No parece ser la receta
para una democracia plena.