Bachelet, ante el desafío de un cambio profundo
miércoles 12 de marzo de 2014, 11:08h
El segundo mandato de Michelle Bachelet despertó entusiasmos
impensados en una sociedad que aún no cerró su transición a la democracia. La
líder socialista se enfrentará en sus primeros cien días al desafío de cumplir
con un programa de gobierno rupturista, que de llevarlo a cabo la enfrentará a
los sectores más reaccionarios de Chile.
¡Y mi compromiso es que esta plaza, sea la Plaza de la
Constitución, de una Constitución nacida en democracia!
Michelle Bachelet volvió a La Moneda. Dos causas explican
este retorno. Cuando hace cuatro años le entregó el poder a Sebastián Piñera,
ya se descontaba que el suyo no era un retiro jubilatorio: la imagen positiva
entre los votantes chilenos era superior al 80%, en buena parte gracias al
sistema de seguridad social que había construido entre 2008 y 2010. La segunda
de las razones tiene que ver con la decepción que generó el gobierno de Piñera,
cuyo mayor logro haya sido, tal vez, su mera existencia: el fantasma de la
dictadura jugaba como una pesada herencia sobre las fuerzas conservadoras que
no ganaban una elección popular desde la década del 60.
En las elecciones generales de noviembre pasado, las fuerzas
derechistas apenas retuvieron el 25% de los votos. El imaginario chileno, donde
progresistas y conservadores parten en mitades iguales a la sociedad, ya es
historia. Al 46% que juntó Bachelet en la primera vuelta (en la segunda arrasó
con el 62%), hay que sumar los votos de Marco Enríquez Ominami y Franco Parisi,
tercero y cuarto, cada uno con algo más de 10% de los votos. Sumadas, todas las
candidaturas progresistas alcanzan casi el 70% del electorado. Con esta nueva
configuración política, que deberá verse si se vuelve estructural, la derecha
tendrá muy difícil el regreso a La Moneda de aquí en más.
Pero el retorno de Bachelet tampoco es igual al de los
anteriores gobiernos de la vieja Concertación. La alianza política que gobernó
a Chile desde la recuperación democrática hasta el triunfo de Piñera en el 2010
se ensanchó hacia la izquierda. Para las últimas elecciones, la Concertación
fue reemplazada por otro instrumento político-electoral, la Nueva Mayoría. La
diferencia más notable es la incorporación del Partido Comunista de Chile, que
desde los tiempos de Allende no había vuelto a ser parte de una alianza
gubernamental y que controlará, además, el ministerio de Servicio Nacional de
la Mujer y que duplicó su bancada en el Congreso, que ahora tendrá seis
diputados.
Este cambio en la "superestructura" política responde a
cambios sociales más profundos. El corrimiento a la izquierda de las fuerzas
progresistas comenzó durante el propio gobierno de Bachelet, cuando los
cuestionamientos al sistema educativo empezaron a cobrar fuerza. En el 2011, el
conflicto se agudizó, y los estudiantes universitarios pudieron terminar con
uno de los vetos del pinochetismo: la ocupación del espacio público mediante la
movilización social.
Hasta que cientos de miles de jóvenes se volcaron a las
calles para pedir por una educación superior gratuita, las movilizaciones sólo
ocurrían en las vísperas de los aniversarios del golpe de 1973, donde se volvía
a representar una y otra vez la escena de "encapuchados violentos" reprimidos
por carabineros, como si el tiempo estuviera detenido en las formas
autoritarias heredadas de la dictadura. La irrupción masiva de los estudiantes
en las calles, con un planteo concreto que convenció a la mayoría de la
población, fue la manera que encontró Chile de hacer resurgir a la sociedad
civil. Entonces sí se podía decir que empezaba a cerrarse la transición
democrática.
El sistema político chileno, aún siendo discriminatorio para
las fuerzas minoritarias, permitió que cuatro dirigentes estudiantiles lleguen
al Congreso. Camila Vallejo, Karol Cariola, Giorgio Jackson y Gabriel Boric no
son seudónimos artísticos de estrellas de Hollywood, sino los nombres de los
máximos dirigentes de aquellas movilizaciones de 2011 y 2012 que ahora asumirán
como diputados.
La injerencia que tendrán en el gobierno de Bachelet aún
está por verse, pero ya tuvieron su peso. Claudia Peirano, vinculada a la
Democracia Cristiana -el partido más centrista de Nueva Mayoría- era crítica de
la gratuidad universitaria y había sido designada por Bachelet como segunda en
el ministerio de Educación. "La trayectoria y opiniones públicas de Claudia
Peirano parecen apuntar a una dirección distinta al mandato que el pueblo le
dio al gobierno", salió a cruzar Camila Vallejo. Después de idas y venidas,
finalmente Bachelet la reemplazó por Valentina Quiroga, una técnica vinculada
al movimiento estudiantil. (Digresión: la cantidad inusual de mujeres en puesto
de poder es toda una marca de este nuevo gobierno).
Algo parecido pasó con relación a los Derechos Humanos. La
semana pasada Carolina Echeverría estaba lista para asumir como viceministra de
Defensa. Pero trascendió que su padre, el coronel retirado Víctor Echeverría,
había estado a cargo del Regimiento de Infantería Nº1 en Santiago de Chile en
1973. Distintas víctimas lo denunciaron por torturas y vejaciones. Si bien
Bachelet salió a defender a la funcionaria designada sosteniendo que "los hijos
no debían pagar por los delitos de los padres", la presión de los organismos de
derechos humanos terminó por imponerse. Después de años de impunidad, antes que
una supuesta transmisión generacional de delitos, lo que no parece admisible es
que un gobierno de centroizquierda tenga entre sus funcionarios a personas con
posiciones ambiguas respecto a la era pinochetista.
Estas dos muestras de presión social frente a designaciones
que no le hacían justicia a un gobierno que promete no ser un nuevo maquillaje
progresista, dejan entrever lo que tal vez sea una dinámica nueva para Chile:
por primera vez desde el gobierno de Allende, el poder de veto no está
exclusivamente en los factores de poder empresarial o militar, sino en las
organizaciones sociales. Esta diferencia puede ser fundamental si Bachelet
asume el desafío de que, esta vez, el cambio vaya en serio.