Plan de gobierno para el período 2015-2019
domingo 05 de enero de 2014, 16:39h
En un país donde las bombas son de mecha corta, dos años
puede ser mucho tiempo. Sobre todo si quienes deben prevenir las detonaciones
no hacen más que taparse los oídos.
Lo que pase en la Argentina, de ahora hasta 2015, depende de
la capacidad (y voluntad) de la dirigencia, en particular la política.
Con vistas a un gobierno alternativo, debemos comprender que
seremos, para bien o para mal, herederos de lo bueno y lo malo de nuestros
actos de hoy en día. No podemos seguir actuando como opositores impotentes,
capaces sólo de despotricar.
Con urgencia, tenemos que hace lo imposible por frenar (o
forzar la anulación) de medidas que aumenten del déficit, descontrolen la
emisión o frenen las inversiones. También de aquellas que impidan el rastreo de
la corrupción o aseguren impunidad. Y las que confieran poder a quienes fueron
parte de la dictadura.
A la vez, tendremos que acompañar (si las hubiere) las
iniciativas que, aun proviniendo de nuestros rivales políticos, y hasta del
mismo gobierno, fueran aptas para disminuir a inflación, el rojo fiscal, la inseguridad
o la decadencia institucional. Por
último, tenemos la obligación de diseñar programas de gobierno que definan el
"qué" y el "cómo" hacer para promover al mismo tiempo el
desarrollo económico y la justicia social.
Si antes no hay un reflujo, tendremos que contener la marea
inflacionaria: un fenómeno que hoy se da en poquísimas playas del mundo. El
promedio internacional de inflación es 4,1%; el de los países en desarrollo,
5,3.
Si se excluye a Venezuela (30,1) y la Argentina (25,3), el
país latinoamericano con inflación más alta es Brasil (apenas 5,5). En el
ranking que incluye a todos los países y a las dependencias con autonomía
económica, estamos entre los cinco con inflación desbordada. Los otros son
Bielorrusia, Etiopía Irán y Venezuela. Con la medición del INDEC (10,8), no
estamos muchos mejor: tenemos la misma inflación que Kenia y Angola.
Con vistas a 2015, un plan de recomposición institucional y
social debería incluir los siguientes puntos:
Gobierno de coalición. Ninguna fuerza política puede, por sí
sola, revitalizar las instituciones y superar la crisis económica. Será
necesario un gobierno de coalición, y el sistema de primarias abiertas permite
armarlo de antemano: los partidos que formen alianzas conservan su
individualidad, pero deben acordar entre sí un mínimo común denominador. En la
acción conjunta, además, se superan prejuicios y rencores. Los comicios son,
por otra parte, los que definen quién lidera y cuál es la representatividad de
cada fuerza.
Costos políticos solidariamente asumidos. El próximo período
será de "vacas flacas". Así como entre 2003 y 2013 se administró una
bonanza caída del cielo, a partir de 2015 será necesario controlar adversidades
que pueden afectar la popularidad de quien gobierne. No hay, por ejemplo, forma
de controlar la inflación sin limitar el consumo: algo que a mediano plazo
beneficiará a todos (en especial a los de menores recursos) pero que en el
corto provocará reacciones. Todas las fuerzas coaligadas deben comprometerse,
el día 1, a mantener la solidaridad en "las malas".
Apertura y diálogo. La coalición no deberá pretender una
oposición mansa y condescendiente; los gobernantes están para superar
obstáculos, no para victimizarse. En este caso, además, deberán abrirse a un
diálogo abierto, franco y permanente con las fuerzas opositoras; no para que
éstas pierdan esa su condición, sino para lograr acuerdos sobre políticas de
largo aliento. Un Consejo de Estado pluralista podría ayudar a tales políticas
en área tan importantes como la calidad de la educación o una igualitaria
redistribución del ingreso.
Firmeza frente a la resistencia al cambio. Esos acuerdos no
serán de ninguna manera unánimes; pero deben tener el mayor apoyo posible. De
lo contrario, el país acentuará su decadencia, la economía se rezagará y
millones de habitantes seguirán empobreciéndose. Por eso, no hay que retroceder
ante la resistencia al cambio que puedan oponer algunos sectores. Si se quiere
aumentar la calidad de la educación, hace falta exigencia y disciplina
académicas; pero no sería raro que hubiese fuertes reacciones de parte del
estudiantado. Y si se pretende redistribuir el ingreso ?indispensable para
promover la justicia social?no puede descartarse.
Audacia en pos de la energía. Para aumentar la capacidad de
generación ?sin la cual ni la economía ni la sociedad podrán progresar?es
necesario recuperar la autosuficiencia perdida. Para sustentar una tasa media
de desarrollo, hace falta invertir (en hidroelectricidad, petróleo y otras
fuentes de energía) más de 10.000 millones de dólares por año; y esa es una
cifra que no se alcanza ni sumando la capacidad de inversión del Estado y el
sector privado. ¿Puede haber fuerza política que no lo comprenda? ¿O que,
comprendiéndolo, está dispuesta a impedirlo? No , pero políticas públicas como
éstas pueden chocar con un ecologismo y un nacionalismo mal entendidos. La
política energética debe ser gobernada por un ecologismo racional, de base
científica, que proteja de verdad, sin fetichismos, el medio ambiente, la vida
humana y el desarrollo sustentable. La política energética, también, debe
romper antiguas aprehensiones y terminar con la dependencia, que en realidad no
se da cuando atraemos inversiones sino cuando debemos comprarles a las
multinacionales el petróleo y el gas que producen en otras partes del mundo.
Justicia social. Hay que evitar que los sueldos pierdan
valor a medida que pasan los días del mes. Y que la indigencia aumente, apenas
disimulada por dádivas del Estado. Y que las crisis financieras se coman los
ahorros. Y que el calor nos deje sin luz. Nada de esto se puede hacer sin
coraje, paciencia y perseverancia.
Nada de esto se conseguirá si no se busca, con grandeza y
desinterés, los acuerdos políticos mas amplios posibles.