Mariano Rajoy, el político que se olvidó de hacer política
viernes 27 de diciembre de 2013, 17:20h
Confieso que asistir a una de estas conferencias de prensa
anuales en las que Rajoy se enfrenta a los leones de los medios, que, dicho sea
de paso, tan poco le gustan, siempre me produce una sensación de cierto
relajamiento. Escuchar al presidente del Gobierno decir que todo va bien, que
el año próximo será el del inicio de la recuperación económica, comprobar su
tono firme cuando asegura que no habrá consulta soberanista en Cataluña,
impactarse con sus promesas de respeto a los jueces cuando se le pregunta por
las 'razzias' en la sede del PP, qué quiere usted, amable lector, que le diga:
reconforta. Lo que ocurre es que Rajoy, el hombre satisfecho por la marcha de
los asuntos económico, aunque luego la cosa no sea para tanto, es un político
veterano...que se ha olvidado de hacer política.
No tuve la oportunidad, porque éramos por lo visto
demasiados para cedernos a todos el turno de palabra en apenas media hora, de
confrontar esa calma angelical, con la que Rajoy despachaba los temas más
espinosos que mis colegas le presentaban, con el discurso del jefe del Estado
en Nochebuena, en el que nada menos que habló de una
necesaria"regeneración" de la política española.
"Regeneración" es palabra muy fuerte, que implica la existencia de
una degeneración, y cuando es el Rey, en su discurso anual a los españoles,
quien la utiliza, sospecho que es precisa menos alegría -suponiendo que lo de
Rajoy pueda calificarse de 'alegría'-en las respuestas y en las reacciones a
tan graves palabras, que vienen nada menos que de La Zarzuela.
Pero el clima en La Moncloa, al menos cuando se da entrada
libre -es un decir, claro-en ella a los periodistas, siempre parece benigno,
aun en el crudo invierno. Y luminoso, aunque suba -menos de lo inicialmente
previsto, y en medio de un follón considerable, reconocido por el propio
Rajoy-la luz. Y, al fin y al cabo, los políticos españoles están acostumbrados
a reaccionar ante las palabras del Monarca con esa insoportable levedad del ser
que tan malos resultados les da luego en las encuestas; para ellos, comenzando
por el jefe del Gobierno, no pasa nada nunca, todo son ruidos, artificiosidades
montadas por la oposición y por toda esa gente que osa criticar pasos adelante
tan definitivos como la reforma de la ley del aborto. Al fin un cumplimiento en
el programa electoral.
He de reconocer, por tanto, que salí de La Moncloa como el
negro en el sermón, con los pies fríos y la cabeza medianamente caliente.
Consciente de haber recibido una decepción política más, procedente de alguien
a quien, como Rajoy, respeto, pero a quien casi nunca comprendo, con su
administración rácana de los tiempos, de los silencios y de los proyectos ante
el porvenir. Y, la verdad, pocos titulares más me provocan esos treinta minutos
de Rajoy con nosotros, los chicos de la prensa, gentes que, al fin y al cabo,
no hemos aprobado oposición a cuerpo de élite alguna. Así que tampoco invertiré
más líneas, con lo escasos que andamos de tiempo y espacio, en glosar una
comparecencia que me parece que ni glosa merece. Y, por cierto, algo no muy
diferente me dicen colegas que fueron al otro lado, a la contraprogramación de
la calle Ferraz. Pues vamos apañados.