A 40 años del golpe de Pinochet
lunes 09 de septiembre de 2013, 02:24h
El 11
de septiembre de 1973, como ha dicho Gabriel García Márquez, el drama ocurrió
en Chile, pero ha de pasar a la historia como algo que nos sucedió sin remedio
a todos los hombres de ese tiempo, y que se quedó en nuestras vidas para
siempre.
Ese
golpe de Estado que derrocó a Salvador Allende significó un quiebre en la
respetuosa relación con la Constitución, las instituciones y las leyes que
distinguía a Chile como una de las democracias más vigorosas del continente.
En
efecto, hasta el golpe de 1973, Chile había experimentado un dilatado período
republicano no exento de particularidades, como un gobierno de Frente Popular
en 1939, único caso en un país de América latina, en el cual Salvador Allende
era ministro del presidente radical Aguirre Cerda.
El
golpe de 1973 fue el producto de un proceso político que había adquirido
virulencia incluso antes de la llegada de Salvador Allende al gobierno y fue el
corolario de la extrema polarización política originada en la formulación de
proyectos globales excluyentes: la construcción del socialismo y el socialismo
comunitario en la Unidad Popular y en la Democracia Cristiana respectivamente
y, por otro lado, la intransigente posición de la derecha con su defensa
doctrinaria a ultranza de la propiedad e
iniciativas privadas.
Sin
embargo, el proceso que culmina con la instalación del régimen pinochetista no
puede ser explicado atendiendo únicamente a las condiciones políticas,
económicas y sociales internas, sino que debe tener en cuenta el peso de la
dimensión internacional en dicha dinámica.
En el
marco de la Guerra Fría, Chile se convirtió en el terreno en el cual las
superpotencias desplegaron sus estrategias antes, durante y después del golpe
de 1973. Así como los Estados Unidos utilizaron todos los recursos -regulares e
ilegales- para instalar una dictadura, para la Unión Soviética el caso chileno
era una oportunidad para ejercer su influencia en el tablero político de los
países latinoamericanos.
Para
los Estados Unidos lo relevante en el caso chileno era evitar que gobiernos de
izquierda pudieran gestar una experiencia exitosa de transición pacífica al
socialismo con potenciales efectos demostrativos para el resto del hemisferio.
Más aún, un gobierno de izquierda en Chile tendría, en la percepción de los
Estados Unidos, repercusiones en Europa -especialmente en Francia e Italia-
países que juntó con Chile contaban con los más poderosos e influyentes partidos
comunistas de Occidente, lo que juzgaba no sólo negativo, sino con implicancias
en el balance internacional de poder.
Para la
Unión Soviética, el otro polo de la disputa Este-Oeste en la Guerra Fría,
América latina importaba no sólo por su peso en la ONU sino porque Chile -a
pesar de ser el país más distante de sus fronteras geográficas- constituía una
excepción, en el contexto de sus diferencias con la estrategia de la revolución
cubana de la creación de "cien Vietnam" en la región, por la tipología europea
de su sistema político, con un poderoso Partido Comunista que, además, dirigía
la central de trabajadores
El
dictador Pinochet se mantuvo en el poder casi diecisiete años y desde el primer
día de su instauración, el Estado autoritario se caracterizo por
institucionalizar la represión y la persecución de disidentes, tanto en
territorio chileno como en otros países. En efecto, el aparato represivo
establecido fue capaz, incluso, de actuar en el exterior a través del accionar
conjunto con fuerzas de otros países, entre ellos Argentina, en la denominada
Operación Cóndor, verdadera articulación regional de la represión ilegal.
La de
Chile fue la última de las transiciones en el Cono Sur y fue, como titula su
libro el ex embajador chileno en Buenos Aires, Luis Maira, de naturaleza
interminable. Esa transición no sobrevino como consecuencia de un alzamiento
militar, como sucedió en Portugal en 1974. Tampoco fue la consecuencia de la
muerte del dictador, como ocurrió con la España de Franco en 1975, tan admirado
por Pinochet por ser ambos "los únicos que hemos derrotado al comunismo".
La
transición chilena, iniciada con el triunfo de la Concertación en el plebiscito
de 1998, tuvo lugar bajo las reglas sentadas por el propio régimen autoritario
y fue sustancialmente distinta a la argentina, originada en la derrota en la
Guerra de Malvinas en 1982, que no registró acuerdos entre la dictadura que se
retiraba y los actores políticos democráticos.
Una vez
recuperada la democracia, la experiencia chilena revela que la existencia de un
Estado capaz de proveer certidumbre en las políticas públicas; el apego a la
ley de los ciudadanos; la vigencia de un sistema político edificado sobre la
base de amplias coaliciones políticas y una cultura de compromisos y acuerdos
entre los actores políticos son condiciones necesarias, aunque no suficientes,
para afrontar los desafíos de la globalización y la inclusión social.