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Snowden y el anillo óptico

Snowden y el anillo óptico

Por Federico Vázquez
jueves 25 de julio de 2013, 15:56h
La supuesta "era de la información" no es más que la reafirmación de la situación de control y dominación que ejerce quien tiene la potestad, material, de concentrar la circulación y almacenamiento de la información. Y es Estados Unidos el país que ocupa ese rol. En América Latina, el diagnóstico de esa situación es preciso, aunque todavía falten avances efectivos.
 
Parece que el ex espía de la CIA, Edward Snowden, dejará de ambular por los pasillos del aeropuerto de Moscú, y permiso del gobierno del Putin mediante, pisará finalmente tierra rusa. Más allá del destino de Snowden, lo más relevante ya ocurrió: ahora sabemos que el gobierno norteamericano tiene un programa (conocido por sus siglas, PRISM) que le permite interceptar mails, archivos digitales, cuentas de redes sociales, chats, etc, de ciudadanos de todo el mundo. Básicamente, a través de la información que le suministran las principales empresas que operan en Internet (Microsoft, Google, Apple, Facebook, etc).
 
La noticia repercutió en la región cuando los gobiernos sudamericanos advirtieron que sus dirigentes y funcionarios también eran parte del listado de espiados por las agencias de seguridad de EEUU.
 
Vuelve relevante preguntarse, ya no en modo de usuario-individual-globalizado, sino como parte de una ciudadanía política regional, en qué situación de dependencia informática se encuentra América latina, cuando la estructura de comunicación más importante de nuestra época puede ser monitoreada por un manojo de burócratas de mediano rango.
 
Primero una constatación. La "era de la información", para desengaño de los posmodernistas y de la propia filosofía virtual ligada a Internet, reafirma la idea de un mundo donde el poder está, sorprendentemente, hiper localizado. Y al viejo estilo: concentrado en algunas pocas naciones, en detrimento del resto.
 
En los últimos tiempos, Internet, con su espejo de horizontalidad y aparente libertad sin límites, terminó siendo la plataforma de escándalos internacionales que vienen a mostrar que el mundo, para bien y para mal, sigue funcionando con una lógica no tan distinta a la del siglo pasado.
 
Si Wiikileaks muestra que una fisura en la seguridad de la diplomacia norteamericana puede terminar con millones de cables secretos desparramados en las redacciones de cualquier diario del mundo, el caso Snowden plantea el reverso de ese escenario: la circulación y almacenamiento de la información que pasa por Internet está en las mismas manos que la mayoría de las cosas que importan a la hora de definir el rumbo internacional (las armas, los dólares, la tecnología, etc). Y ese dominio del ciber espacio es usado por EEUU para, obviamente, aumentar el control sobre lo que piensan y dicen la personas influyentes, sin reparar si son políticos sudamericanos, empresarios chinos o cualquier otra especie humana potencialmente relevante para la "seguridad norteamericana".
 
Hasta ahora, en parte porque la comprensión del "mundo virtual" está demasiado tamizada por por la experiencia individual, los "miedos" se concentran en el uso de la información que pueden hacer unas pocas empresas (norteamericanas) de Internet. Es decir, una serie de plataformas, programas, y servicios de comunicación de los que no tenemos, como ciudadanía, ninguna posibilidad de control.
 
Sin embargo, los problemas no terminan ahí, solo se vuelven visibles. Si nuestra región, supongamos, tuviera su "propio" Google o Facebook, y esas empresas se ajustaran a leyes locales, todavía ocurriría que al enviar un mail a un amigo esa información, en casi todos los casos, pasará primero por EEUU antes de llegar a su bandeja de entrada.
 
Esa extrañeza tiene que ver con que Internet, a pesar de su "virtualidad" existe y funciona porque tiene su "materialidad". Cientos de miles de kilómetros de cables, en su inmensa mayoría subacuáticos, conectan a los cinco continentes. Una trama de fibra óptica obliga a que la información, lejos de estar en la horizontal y democrática "nube", pase por algunas fronteras bien precisas y permita así, que algunos países sean en los hechos los dueños del caudal informativo y tengan en su poder la llave para desconectar y conectar al resto.
 
El caso de América latina es particularmente claro: el 80% de su tráfico internacional pasa por Estados Unidos. Cualquier información del mundo que llegue a nuestro continente, hace una parada previa por las redes norteamericanas. Y lo mismo su salida.
 
Al menos desde 2011, el gobierno de Brasil tiene una lectura categórica sobre cómo funciona Internet. A través del portavoz del ministerio de Relaciones Exteriores decía: "hoy en día, la gestión de flujos de información está muy concentrada. No es inclusiva, no es segura, no es justa, ni es deseable. La idea es agregar nuevos actores, ya que el manejo de Internet está hoy en manos del gobierno norteamericano".
 
Y para eso, como para casi todo, lo primero es construir una infraestructura propia. En ese sentido, toma relevancia el proyecto de la Unasur de crear un tendido propio que arme un anillo de fibra óptica, rodeando la geografía de América del Sur. 10.000 kilómetros de tendido de cables por debajo del océano se calcula que necesita la región para estar interconectada por su propios medios. Ese tendido ya fue aprobado como parte del programa de inversiones estratégicas de Unasur, en una reunión que se llevó a cabo en Asunción en marzo de 2012 y se espera que en dos años esté lista.
 
Muchas veces se trata de conectar los sistemas nacionales. El 18 de junio pasado, los gobiernos de Brasil y Uruguay anunciaron la primera interconexión de sus redes de fibra óptica, a través de las empresas públicas respectivas, Telebrás y Antel. Hace unas semanas, Bolivia informó oficialmente que también será parte del anillo de fibra óptica sudamericano. Tratándose de un país sin salida al mar, el interés pone de manifiesto el segundo objetivo del anillo. Un sistema de interconexión propio permitirá la conectividad de las zonas interiores del continente, a precios más razonables y mayor velocidad que en la actualidad. Hoy, los costos de tener internet para algunos países y regiones bajo el esquema de "dependencia" norteamericana, resultan en comparación cuatro veces más caro que, por ejemplo, el continente europeo.
 
Finalmente,  aún resolviendo la cuestión de la infraestructura, el avance para generar algún tipo de soberanía informática deberá contemplar el desarrollo de software propios o, por lo menos, la masificación del uso de tecnología libre, escapando de la lógica de las patentes y licencias privadas.
 
Como pasos aún iniciales, se destacan los avances en Brasil y Venezuela, donde los gobiernos nacionales crearon normas y disposiciones para comenzar la migración de la administración pública de los sistemas de patentes hacia los software libres. En Brasil se hicieron avances parciales en algunos ministerios y estados municipales. El 26 de junio pasado Caracas fue la sede del IX Congreso de Software Libre, auspiciado por el gobierno y que busca dar impulso a un cambio tecnológico en todas las instancias públicas que, a esta altura de la masificación del uso de las tecnologías digitales es, también, un cambio cultural.
 
En un contexto donde el ímpetu de la integración regional parece, por lo menos, haber entrado en pausa, el éxito en la construcción del anillo de fibra óptica puede volverse un signo para su relanzamiento. Más aún porque está vinculado con un área donde la integración tuvo todavía mucha más poesía que realizaciones palpables, como es la infraestructura.
 
Los "escándalos" informáticos que asomaron en lo que va del siglo XXI están dando señales que parte de la disputa por la forma que tendrá el mundo que viene está ligada al control político de esta tecnología. Como en otras tantas áreas, por ahora nuestra región tuvo más éxito en mostrar una intención de cambiar el rumbo que en mostrar resultados concretos de esa voluntad. Como el pobre Edward Snowden, vive en un limbo con la promesa diaria de llegar a destino.
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