Tecnópolis y el desafío de una ciencia nacional
martes 23 de julio de 2013, 11:45h
Tecnópolis acompaña un proceso en que el Estado ha vuelto a
posicionarse como una instancia productiva de bien común a partir de la
articulación entre conocimiento e interés social.
En 2011, cuando Tecnópolis abrió sus puertas, la consigna
era "decir presente mirando al futuro". Inscripta en la saga de los
memorables festejos del Bicentenario, la primera megamuestra argentina de
Ciencia, Arte y Tecnología se proponía "dar a conocer el legado de la
generación del Bicentenario" al tiempo que se planteaba ligar la ciencia y
el futuro del desarrollo nacional con la historia colectiva. En su edición 2012
el eje de la muestra fue la energía (el mismo año de la nacionalización de YPF,
Tecnópolis tomaba el gran tema de la coyuntura política). Y en este 2013, en el
que más de doscientas mil personas ya visitaron la muestra, la consigna es
"el desafío del conocimiento".
La consigna de este año es sumamente interesante porque
permite plantear el siguiente problema, que se relaciona con lo que en
ocasiones Cristina Kirchner ha denominado "colonialismo cultural": ¿en qué
sentido los desafíos del conocimiento en Argentina tienen que ver con el modo
en que nuestra cultura se vincula con el conocimiento, en especial, con el
conocimiento científico?
Por un lado, el hecho de que Tecnópolis coloque a la ciencia
y la tecnología en el centro de una utopía urbana y la asocie con la
"generación del bicentenario" supone desde luego una medida de reparación y de
reconocimiento no sólo al trabajo de los científicos, que entre mediados y
fines del siglo XX fueron expulsados de las universidades o enviados a lavar
platos, sino también al sistema educativo, uno de los referentes privilegiados
de la muestra. Esta reparación implica toda una intervención cultural: la
producción de ciencia y el sistema educativo en Argentina poseen un alto
interés público para el campo nacional y popular.
Pero esta intervención también significa algo más que una
reparación. Por un lado, porque supone poner en cuestión algunas
representaciones que asocian el desarrollo tecnológico con cierta neutralidad
científica, como si la ciencia fuera autónoma de los intereses sociales. La
presencia de diversos organismos públicos nacionales - Ministerios, Institutos
Tecnológicos, Universidades Nacionales y hasta la Casa de la Moneda, entre
otros -; empresas públicas -como YPF y Aerolíneas-; el sector privado -a través
de empresas como Renault, Fiat y Arcor-; e incluso el Ministerio de Ciencia de
Brasil, conecta dos ideas que en las sociedades modernas han estado
intrínsecamente asociadas: el conocimiento con el interés. En este sentido, y
como en otros campos de la vida social, Tecnópolis acompaña un proceso en que
el Estado ha vuelto a reposicionarse como una instancia de construcción del
bien común a partir de la articulación entre conocimiento e interés social.
Pero, por otro lado, y lo que es todavía más importante, Tecnópolis
es una intervención urbana que obliga a replantearnos, como sugeríamos más
arriba, nuestro vínculo con el conocimiento científico. Porque, en nuestra
cultura, el conocimiento científico es, en gran medida, percibido como aquello
que se produce siempre en otro lugar.
A lo largo de la historia, esta idea en torno al
conocimiento científico ha sido reforzada tanto por un sistema educativo que ha
invertido enormes recursos en formar científicos sobresalientes para luego
exportarlos, como por el hecho de que los nuevos "avances" tecnológicos asumen
-como puede verse en las secciones y programas que la televisión le dedica a
estos temas- un status de objetividad creada siempre en otras latitudes, del
cual sólo podríamos, en el mejor de los casos, convertirnos en consumidores.
Ahora bien, al colocar al conocimiento como la utopía de las
nuevas generaciones, Tecnópolis invita a reflexionar sobre la importancia que
en pleno siglo XXI comporta una ciencia nacional, entendida, desde luego, no
como un conjunto de investigaciones cuyo valor de verdad queda supeditado a
criterios chovinistas, sino como una construcción colectiva en que el
conocimiento adquiere sentido en función de las necesidades de la sociedad que
lo produce. Es decir, la centralidad que Tecnópolis le confiere a la ciencia
argentina impulsa una discusión central: ¿cuál es el conocimiento socialmente
significativo que debe y puede producir la Argentina?
Sin esta discusión, que Tecnópolis coloca en el centro de la
agenda, el conocimiento seguirá siendo percibido como aquello que se produce en
otro lugar, lo que acarrea, entre otras cosas, dos graves consecuencias: que se
relativice la importancia de una ciencia nacional, ya que la ciencia y la
tecnología serían lo que se produce en otras latitudes, como así también que se
refuerce el sentido común según la cual la única inscripción posible de la
Argentina en el mundo es a través de la producción de materias primas.
Además del debate en torno al conocimiento socialmente
significativo que demanda un país como la Argentina del presente, otro gran
aporte de Tecnópolis 2013, que también en este punto representa una continuidad
respecto de las ediciones previas, tiene que ver con el modo en que se ofrece
como intervención estatal en el espacio público. En la saga de los festejos del
Bicentenario, se trata de una intervención en que el Estado hace una propuesta
plural que adquiere sentido según los recorridos que cada visitante elija
realizar. Es decir, Tecnópolis se ofrece como un espacio público cuya significación
supone la participación activa de la ciudadanía a partir de una propuesta
estatal.
Finalmente, el contrapunto que en estos días y en el espacio
urbano mantienen Tecnópolis y la tradicional muestra de la Sociedad Rural
reinstala un debate político que la oposición partidaria rehúsa encarar
frontalmente. Un debate que surge a partir de la recuperación de diversos
momentos del pasado nacional, las distintas formas de concebir la relación
entre conocimiento e interés social y las diversas maneras en que ambas muestras conciben cómo debería
inscribirse la Argentina en el mundo.