martes 28 de mayo de 2013, 11:37h
La
fiesta popular que conmemoró el 203° aniversario de la Revolución de Mayo y los
diez años de gobiernos de Néstor y Cristina invita a pensar qué clase de hecho
político es un acto kirchnerista.
¿Qué
clase de hecho político es un acto kirchnerista como el que acaba de acontecer
el 25 de Mayo? Aunque el carácter multitudinario de la convocatoria del sábado
pasado ha conseguido que se atenúe en los medios la idea de que los actos
kirchneristas son el exclusivo producto del "aparato" que a cambio de
micros y choripán son capaces de movilizar el PJ y La Cámpora, algunos medios
persistieron en un encuadre que repiten hace años: "espectáculos musicales para
garantizar la convocatoria", "ritual para poner en escena un relato que hace
agua", "el plan k para recuperar la calle", "celebraciones con
milicias populares", etc. Tales interpretaciones tienden a no atender la
complejidad que conlleva la reunión de experiencias tan diversas como las que
confluyen en los actos kirchneristas.
En
primer lugar, estas movilizaciones poseen algo del orden de lo inédito: cuesta
encontrar en la historia argentina ejemplos de gobiernos que, tras diez años de
gestión, hayan sido capaces de convocar a las multitudes en un marco
predominantemente festivo. Este clima festivo pone en juego una amplia gama de
afectos, pero de ningún modo recrea la escena, a veces mentada por opositores,
de una plebe rabiosamente enardecida capaz de seguir ciegamente a su líder en
su plan de "ir por todo". Y sin embargo, aún cuando estos actos no ponen de
manifiesto esta escena, conservan una fuerza política suficiente para generar
repudios y activar fantasmas. Para los liberales, ya sea los confesos o los
militantes de la impolítica, se trata de la enajenación de las potencias
creativas del individuo en función del culto a la líder o el Estado. Para la
izquierda más doctrinaria, es el "perverso" mecanismo por el cual la rabia de
clase deviene amor al Estado. Y para los sectores conservadores y
reaccionarios, el kirchnerismo es demasiado peronista y rosista: basta con leer
la editorial dominguera de J. Morales Solá y su invocación al mito de que el
kirchnerismo, como el rosismo en el siglo XIX, gobernaría implantando un
sistema de delación colectiva.
Aún
cuando los actos kirchneristas son predominantemente festivos, hay momentos en
que la celebración invoca aquellas ausencias a partir de las cuales la multitud
recrea la vivencia del duelo colectivo: ello ocurre cuando las voces de Néstor
Kirchner -y también Hugo Chávez- irrumpen a través de un proyector de imagen y
sonido, provocando un efecto de vacilación en los manifestantes: algunos hacen
silencio como buscando dar crédito al deseo de que sus muertos no se han ido;
otros aplauden cerradamente como signo de reconocimiento a quienes hasta ayer
eran los conductores y ahora son personajes de la historia; finalmente, aparece
el cántico colectivo en el que la multitud se ofrece como forma de
trascendencia de los líderes que ya no están. Desde 2010 a esta parte, los
actos kirchneristas no han dejado de expresar una dimensión del duelo, como la
única forma colectiva de elaborar la pérdida.
Además
del carácter festivo y la recreación del duelo, los actos kirchneristas suelen
ser también conmemorativos y ello tiene que ver con la importancia que el
kirchnerismo le asigna a la historia como discurso capaz de producir nuevos
sentidos colectivos. Esto suele ser así no sólo porque estos actos se producen
en ocasión de alguna fecha especial de la historia argentina que se busca
conmemorar sino también porque en los
discursos presidenciales aparece la idea de que los conflictos del pasado
ofrecen más de una pista para comprender los conflictos del presente. Además,
el kirchnerismo coloca el acento en la necesidad de reparaciones sociales
frente a una historia en la cual los derechos de las mayorías han sido
vulnerados por los sectores dominantes; finalmente, esa identidad política y
colectiva que es el kirchnerismo se construye como heredera de otras
identidades colectivas que emergieron en la historia -a modo de ejemplo, en el
discurso de la Presidenta la cita con peronismo histórico fue la más invocada.
Frente a esta lectura política de la historia, la oposición no ha construido
una mirada histórica alternativa porque prevalece en ella la confianza en que
el marketing político es la mejor usina para producir identificación, a tal
punto que la cuestión de la identidad política queda subsumida al color que
acompaña cada spot publicitario.
Asimismo,
los actos kirchneristas son multitudinarios y policlasistas. Es imposible
agotar las significaciones que adquiere la participación en los distintos
actores que son interpelados: desde un militante de algún PJ provincial hasta
los militantes del Partido Comunista, pasando por los de La Cámpora, el Movimiento
Evita, Kolina, los sindicatos, etc. Más fácil, en cambio, resulta percibir cómo
el kirchnerismo ha logrado transformar a una porción importante de aquel grupo
que hace una década se reconocía como "votante independiente" y hoy no sólo se
considera "kirchnerista" sino que además entiende que esa identidad lo
compromete a asistir a los actos, como si su presencia allí fuese el requisito
mínimo -orgullosamente aceptado- que se demanda para defender al Proyecto y a
la Presidenta.
Además
de policlasistas, los actos asumen un registro predominantemente "juvenilista
que no sólo interpela al nutrido grupo de jóvenes que asisten a las
manifestaciones. En ese carácter juvenilista, el kirchnerismo vehiculiza
ciertos tópicos ligados a la reivindicación de la "trasgresión", un valor que
en determinadas épocas ha sido socialmente estimado por los jóvenes y que en
general es altamente aceptado dentro de la cultura política peronista, pero
sobre todo reivindica la pertenencia a un mismo colectivo. Así resulta posible que
sean tantos los manifestantes que habiendo trasvasado holgadamente el límite
etario que distingue a la juventud, se pliegan al canto de las agrupaciones
juveniles cuando entonan el ya clásico "Cristina corazón, acá tenés los
pibes para la liberación".