La década ganada y el movimiento obrero argentino
viernes 24 de mayo de 2013, 17:01h
La historia del movimiento obrero argentino está ligada al
peronismo. Sin embargo, rara vez se lo vio tan comprometido con un modelo de
país nacional y popular como el iniciado en 2003 y que significó avances
históricos en la situación de los trabajadores. Ante el panorama de fractura
actual, la necesidad de unirse nuevamente es condición inexorable para
profundizar esta década ganada.
El derrotero del movimiento obrero argentino ha sido de gran
riqueza histórico política, pero toma su gran fuerza a partir del primer
peronismo.
Tal es así que entre los sindicatos reunidos por la CGT
pasaron a tener en su conjunto de 80.000 afiliados en 1943 a 4.000.000 de
afiliados en 1955.
Ello nos da una magnitud del crecimiento que obtuvo el
movimiento obrero con la llegada de ese primer peronismo, producto de la
promoción de las políticas industrializadoras que se aplicaron en ese lapso de
tiempo.
Sin embargo, esa fuerza trabajadora no se vio exenta de
divisiones, ni aún en su "época dorada", como podría denominarse a la década 45-55,
fundamentalmente, la división estaba dada por aquellos gremios que adherían
casi, institucionalmente, a los partidos socialistas y comunista.
Tal situación, por lo menos en ese momento, no dejaba de ser
una expresión en términos cualitativos, minoritaria del Movimiento Obrero, pero
división al fin.
Con posterioridad al Golpe de Estado de 1955, el movimiento
obrero se erigió como base de lo que, históricamente, se ha dado en denominar
"la resistencia peronista", la que tampoco estuvo exenta de divisiones que se
identificaron con la CGT Vandorista y la CGT de los Argentinos.
Las divisiones, por lo tanto, más allá del modelo sindical,
siempre han surgido respecto de cuestiones ideológicas y de cómo conducirse
ante el conflicto.
Pero rara vez el movimiento obrero ha reaccionado ante un
movimiento nacional y popular como lo ha hecho durante esta década ganada.
Es cierto que a la llegada del kirchnerismo existían dos
centrales sindicales (CGT y CTA), pero esta dicotomía no estaba centrada en la
mirada hacía el Gobierno que a partir del 25 de mayo del 2003 se encaramó en la
primera jefatura, sino sobre la visión que cada una de esas confederaciones
tenía sobre el denominado "modelo sindical argentino".
Cualquiera en su sano juicio hubiese proyectado que en un
período como lo fue esta última década en donde el desempleo bajó del 25 al 7,9
%; se recuperó la negociación salarial; los salarios de convenio de los
trabajadores han superado el 1000 % de aumento; el salario mínimo vital y móvil
llega a ser el más alto de Latinoamérica; la pobreza ha bajado a niveles
exponenciales; los sindicatos en general han recuperado -afiliación más,
afiliación menos- los niveles de 1974; la creación de puestos de trabajo ha
sido la más fantástica de la historia en un lapso de diez años; se ha promovido
por diferentes acciones -como la promoción de fábricas recuperadas, la reforma
de la ley de quiebras- el mantenimiento de las fuentes de trabajo. Que el
movimiento obrero estuviera -no sin críticas y propuestas alternativas, por
supuesto - en su totalidad y más allá de las visiones sobre el modelo sindical,
aportando y construyendo un proyecto de país que necesita de un movimiento
obrero estructurado y monolítico comprometido en un proyecto nacional y
popular.
Sin embargo, nos encontramos ante un panorama donde la
fractura se ha potenciado no ya por su mirada sobre el modelo sindical sino,
paradójicamente, sobre la mirada del kirchnerismo.
Esa superestructura del movimiento obrero argentino tiene
cuatro versiones: 1) la CGT que comanda Caló y que es reconocida como aquella
que tiene legalidad; 2) la CTA que comanda Hugo Yasky; éstas dos más cercanas al gobierno aunque con
diferencias: la segunda más consustanciada con el modelo de país que se
propone; la primera más heterogénea hacia adentro con más dosis de oportunismo
que de consustanciación ideológica con esta etapa; 3) la CGT comandada por Hugo
Moyano quien, hasta el 2011, acompañó lo hecho por el gobierno pero que la
falta de inclusión de las listas de integrantes de la CGT hizo que diera un
salto copernicano hacia la oposición; y 4) la CTA de Micheli, con expresiones
parecidas a las del moyanismo, pero creyéndose más pulcros y limpios.
Es cierto que la profundización de un modelo nacional y
popular no tiene fin y siempre va a faltar un modelo de país que democratice
todos los estamentos es una utopía, una quimera que propone la constante
transformación de las estructuras económicas, sociales y culturales. Ello
supone críticas y/o propuestas superadoras, pero no pareciera ser acertado
utilizar lo que falta para un salto que puede ser sin retorno.
El camino trazado a partir del 25 de mayo de 2003 merece la
unidad de acción -sin que ello necesariamente implique la unión de las
centrales- por parte del movimiento obrero argentino en pos de esta
transformación continua.
El pararse en la vereda de enfrente es atentar contra los
intereses de los propios trabajadores. Rajoy es una sensible y cabal muestra de
lo que puede avecinarse si se abandona el camino iniciado el 25 de mayo de
2003.
Solo esperemos que el espíritu de la CGT de los Argentinos
"triunfe" en este escenario y no que el vandorismo se apodere de él.
¡Por una nueva década ganada!