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Un sacerdote poco común

Un sacerdote poco común

Por Enrique Gomáriz Moraga
sábado 16 de marzo de 2013, 18:58h
La continuación de los gestos sencillos del nuevo Papa sigue entregándole dividendos mediáticos, pero, sobre todo, inclinando a muchos observadores a considerar a Francisco como un tipo más bien normal y corriente, que llega del fin del mundo, bastante desconocido, con muchas esperanzas bajo la sotana.

Para bien o para mal, esa imagen no resiste un análisis mínimamente riguroso. En primer lugar, Jorge Mario Bergoglio, lejos de ser un cura común es un sacerdote extraordinario. Más bien podría formar parte de un libro de records en Argentina: pasar de ser un sacerdote de provincias, que es elevado a Obispo del lugar, a ocupar el puesto de Arzobispo de Buenos Aires en sólo seis años, es una carrera meteórica difícil de igualar. Más aun si se es jesuita, que dentro de la Iglesia no se asocia precisamente con ocupación de altos cargos. Realizar tal ascenso fulgurante con un pulmón seriamente dañado, no parece algo propio de un hombre normal y corriente.

En segundo lugar, no hay que olvidar que parte de su responsabilidad eclesial la tuvo que ejercer en tiempos particularmente sombríos. El debate actual sobre el pasado de complicidad con la Junta Militar de parte de la jerarquía eclesial es viejo y está documentado. De Jorge Mario Bergoglio podrán decirse muchas cosas, pero nunca que no mostró juego de cintura en aquellos tiempos en que las partes en conflicto practicaban a rajatabla eso de que "quien no está conmigo está contra mí". En todo caso, no aconsejaría al padre Lombardi, portavoz del Vaticano, continuar con el argumento de que las acusaciones contra Bergoglio carecen de respaldo probatorio. Tal cosa en Argentina es una provocación para los neuróticos de la recuperación de información. No vaya a ser que, a fuerza de emplazamientos, el nuevo Papa comience su vuelo pontificio tocado seriamente del ala.

En tercer lugar, el Cardenal Bergoglio era todo menos un desconocido para la Curia, que hace bastante tiempo le considera como un buen candidato para dirigir una Iglesia en tiempos de crisis, precisamente por su fama de poseer un espíritu con un temple especial. De hecho, en el 2005, esa opción fue la alternativa a la que representaba la potencia intelectual para encarar la crisis, encarnada por Joseph Ratzinger. Varios cardenales se mostraron arrepentidos antes de este Conclave de haber optado por la segunda opción, que al final no tuvo fuerzas para sacar adelante la tarea. Ese sentimiento y el fuerte conflicto de poder dentro de la Curia hicieron subir como la espuma las posibilidades del cardenal Bergoglio. Hoy, cuando ya se conoce algo más del curso de las votaciones en el Conclave, no puede extrañar que el purpurado argentino haya obtenido más votos que su antecesor.

En cuarto lugar, las posturas doctrinales conservadoras del Cardenal sencillo no eran precisamente un misterio para la Curia que lo elige. Para saber la opinión de Bergoglio sobre la emancipación de la mujer, la homosexualidad, el celibato y un largo etcétera, no hace falta más que tirar de hemeroteca. Los intentos de algunos observadores de suavizar ahora esas opiniones me parecen una simple pérdida de tiempo. Hay demasiado papel y demasiado video como para negar la evidencia. Como los hay también de que tiene un discurso favorable a la lucha contra la pobreza.

Es decir, la Curia ha elegido un outsider de maneras sencillas, pero que en el fondo es un hombre de una resistencia increíble, de un temple especial, para enfrentar la actual crisis de la Iglesia. Y ya ha tenido la primera confirmación de que no erraron en su elección. En su inmediato encuentro con los Cardenales, la idea central de Francisco ha sido clara: "No cedamos nunca al pesimismo ni a la amargura que el diablo nos ofrece cada día". Para Bergoglio, este espíritu de molibdeno, no puede caber duda de que la Iglesia es capaz de aguantar el embate del Wikileaks, el poscristianismo europeo y cualquier cosa que le echen. En el fondo, esta rotunda frase es una crítica indirecta a su antecesor, que consideró tan grave la situación que prefirió dar un paso atrás. Además, también conlleva un giro doctrinal que muchos Cardenales no han dejado de percibir. Desde los últimos años de Juan Pablo II, aconsejado por Ratzinger, y por supuesto durante el papado de Benedicto XVI, la referencia causal al diablo desapareció prácticamente del discurso pontificio.

El volver a colocar ese referente en el mapa conceptual ha debido ser muy del gusto de los sectores más tardo-dogmáticos de la Iglesia, que echaban de menos al maligno como responsable de todos los males.

En suma, creo que para hacer el análisis hay que hacer algún esfuerzo por superar el chisporroteo de quienes, de un lado, quieren descalificar al nuevo Papa en dos toques y del otro, de la estrategia "franciscana", de usar la sencillez, la cordialidad y mucha, mucha televisión, para seducir al público. Hay que examinar con atención el papel de este hombre extraordinario en el contexto de los meandros actuales del poder eclesial. En tal sentido, podría decirse que el ajedrez que se juega en el Vaticano ha inventado una nueva jugada: el enroque argentino. Habrá que ver si funciona.






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