Derechos Humanos: Retroceso ultramontano
lunes 04 de febrero de 2013, 12:33h
Son recordadas aún las coincidencias entre
Jorge Rafael Videla y Fidel Castro, en tiempos del "Proceso", respaldándose
recíprocamente en la Comisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas ante
cualquier reclamo por la vigencia de tales derechos en sus respectivos países.
Según
la tesis respaldada entonces por ambos gobiernos, los "derechos humanos" eran
temas internos, por cuya violación
ningún "extranjero" podía interesarse. Formaba parte de la sacrosanta
"soberanía nacional".
Afortunadamente, tal tesis ultramontana ha desaparecido del mundo
civilizado. El ariete cosmopolita abierto de facto por los tribunales de
Nuremberg luego de la Segunda Guerra Mundial tomó estado de derecho positivo
internacional con el establecimiento de la Corte Penal Internacional,
consecuencia de la consideración de los delitos de lesa humanidad como
atentados que afectan no sólo a sus víctimas directas, sino a todo el género
humano, por lo que están por encima de cualquier intento de limitación de
carácter "nacional" para juzgar a sus autores.
El
Tribunal Penal Internacional tiene entre sus jueces paradigmáticos a un
argentino reconocido internacionalmente por su valentía y su defensa del
derecho: Luis Moreno Ocampo, quien fuera fiscal del Juicio a los integrantes de
las ex Juntas Militares realizado por la justicia independiente apenas lograda
la recuperación democrática, en una política de estado que se inició con la
ratificación parlamentaria del Pacto de San José de Costa Rica, enviado para su
tratamiento en el primer mensaje dirigido al Congreso por el presidente
Alfonsín.
Por
supuesto, esta extensión está en construcción y es aún imperfecta. Aunque la
mayoría de los Estados del mundo la ha ratificado, aún no lo han hecho algunos.
Por ejemplo, Estados Unidos. Y tampoco Cuba. Siempre hay argumentos para
justificar estas injustificables demoras. Pero la Argentina no sólo fue
firmante y el Convenio ratificado por nuestro parlamento, sino que la Corte
Suprema ha considerado sus principios y normas como derecho aplicable, y en
virtud de estos derechos es que se ha actuado contra ex funcionarios acusados
de violar derechos humanos durante la última dictadura, en una interpretación
que justamente es cuestionada no por limitada, sino por exageradamente amplia.
El
Estado de Israel, formado como hogar nacional para los judíos luego del
holocausto en el que murieron seis millones de ellos por masacrados por la
barbarie nazi y la indiferencia de gran parte del mundo, no puede menos
que interesarse por la investigación de
dos atentados terroristas con decenas de muertos, realizados claramente contra
personas que profesan la religión del Antiguo Testamento. Es insólito que se
pretenda reclamarle que no se preocupe, o que mire para otro lado, cuando uno
de esos atentados fue producido además contra su sede diplomática.
La
tesis que ha invocado el gobierno nacional, expresada por el Canciller
Timmerman pero sin dudas ordenada por la Jefa del Estado, respondiendo a este
pronunciamiento israelí, es que la investigación por estos hechos que según la
propia justicia argentina eran funcionarios de un gobierno extranjero,
pertenecen a la exclusiva competencia de la justicia argentina y un gobierno
extranjero no tiene el derecho de interesarse, a raíz del principio.... ¡de la
soberanía nacional! Cínico argumento, para justificar la renuncia al deber
irrenunciable del Estado argentino de perseguir a dos delitos de lesa humanidad
cometidos en su territorio.
Retroceso ultramontano, en tiempos en que el mundo lucha denodadamente
para construir el entramado legal de la globalización y un abandono de la sana
política de estado de nuestro país desde 1983, considerando que la violación de
los derechos humanos, en cualquier parte del mundo, ataca la dignidad de la
humanidad en su conjunto y está por encima de cualquier consideración política
de corto alcance.
Un
claro alineamiento del gobierno de Cristina Fernández con la tesis de
Washington y de La Habana. Y un nuevo desprestigio para el país, en uno de los
pocos símbolos de respetabilidad ética que nos quedaban en el mundo.
Ricardo Lafferriere