El Gauchito Gil: la fuerza de un mito
lunes 14 de enero de 2013, 14:33h
Como cada ocho de enero, Gauchito Gil reunió en Corrientes,
y en muchos otros lugares del país, a multitudes que se movilizaron para
celebrar a un mito popular que se expande por toda la Argentina ¿En qué reside
su poder de movilización?
A nadie se le ocurrió nombrar como "8E" a la gran
movilización popular que cada enero suscita la devoción por el Gauchito Gil,
aún cuando esta última vez se manifestaron tantas o más personas que en las
últimas movilizaciones del 2012.
Sucede que la fe en el Gauchito no se expande principalmente
por las redes sociales, aunque tal vez en el futuro encuentre allí una vía más
para su rizomática expansión. Lo que su culto celebra es un puñado de memorias
que se trasmiten de manera oral, colectiva y anónima. En ello reside su
específico poder de convocatoria.
Esos legados, que no reciben su legitimidad de alguna
instancia estatal, eclesial o académica se nutren de la memoria popular, que
los conserva como fuente de nuevos
sentidos vitales.
Estos sentidos dislocan ciertos relatos constitutivos de la
identidad nacional. Frente a la idea de que la sociedad argentina es en última
instancia una sociedad homogénea, las fiestas que conmemoran al Gauchito Gil
recuperan la importancia de los negros en la constitución de las clases
populares argentinas.
Que Antonio Gil haya sido apresado tras los festejos paganos
dedicados a San Baltazar -el único rey mago negro- no es el único indicio de
esta presencia: quienes se oponen a la expansión del culto advierten a los
promeseros que se trata de "magia negra".
Además del poder de dislocación, la devoción al Gauchito Gil
posee un poder de descentramiento. Cada ocho de enero se torna visible cierto
estado de suspenso, la posibilidad de que en el modo de contar la historia se
produzca una inflexión, por la cual, ni siquiera la ciudad capital de
Corrientes sino Mercedes, asumiría el centro de la nación, en un movimiento que
ahora se replica en las grandes ciudades e incluso llega hasta la Patagonia.
De este modo, las clases populares advierten que cuentan con
otros recorridos y posibilidades latentes en la historia y el presente del
país, dibujando una cartografía que en otra época hubiera sido caracterizada
como "periférica" y que hoy es signo de una movilización que tiene
más de fiesta y exceso que de peregrinación.
La dislocación y el descentramiento son condiciones de
posibilidad para imaginar nuevas formas de reunión popular. En este sentido, el
Gauchito Gil es también un santo democrático: un bocinazo, un cigarrillo, un
vino, es todo lo que se pide para ser parte de la comunidad. Las velas que se
encienden en los altares no parecen evocar luto o mero recogimiento sino el
deseo popular de que ese muerto siga vivo entre los vivos. Y como el Gauchito
Gil no hace negocios con la culpa, su promesa no demanda ninguna penitencia.
Cuentan que antes de su muerte injusta en manos de un
coronel, el Gauchito Gil advirtió a su
victimario que su hijo podía salvarse de una enfermedad terminal si rezaba una
oración en su nombre. El Gauchito Gil fue asesinado y el hijo enfermo del
Coronel se salvó, tras la súplica de su padre. Así se convirtió en santo Antonio
Gil.
Este milagro es más que la prueba póstuma de la inocencia
del Gauchito; es también el modo que encuentran las clases populares para
señalar (a través de una leyenda y no de un archivo) que no son responsables de
la violencia que se prolonga en la historia argentina.
La cultura nacional cuenta con varios gauchos célebres. El
más famoso, Martín Fierro, un gaucho de Ida y Vuelta que ingresa en la historia
cantando la extraordinaria pena que aqueja a aquel que tuvo que haber perdido
todo para poder volver. Un gaucho sin Vuelta, Moreira, que pelea hasta al
final, es decir, hasta su muerte. Y Rivero, un gaucho que enfrenta al poderío
inglés en el mismo territorio en que se operó la usurpación.
Desde hace algunas décadas, el Gauchito Gil se integra a esta
saga como santo popular. Las clases poderosas lo toleran como reliquia
pintoresca, y lo difunden como el espectáculo y la fiesta enorme que cada ocho
de enero se recrea.
Pero sabemos, por discusiones recientes, que la aceptación
del otro requiere algo más que tolerancia. Como cualquier humano, el Gauchito
Gil pide amor. Exhibe su propia falta y sólo así acepta a los otros tal cual
son. Porque es capaz de un gesto así, el Gauchito es un ícono de la cultura
popular que enriquece significativamente la construcción democrática de la
Argentina.