Hay que creer en la Justicia, y uno cree en ella a su
manera, matizada la fe de uno por el lugar de donde esa Justicia provenga, por
el juez que la aplique y hasta por las circunstancias, incluso mediáticas, que
concurran en cada caso. Mire usted el caso de Julian Assange, el fundador de
Wikileaks, que está a punto de costar un muy serio incidente diplomático entre
Ecuador y Gran Bretaña porque el Gobierno de Cameron se ha empeñado en que el
prófugo abandone su refugio en la embajada ecuatoriana en Londres. O mire usted
lo que le está ocurriendo al español
Carromero en Cuba, donde le pueden caer
siete años, siete, por un accidente de tráfico que en cualquier otro país se
sustanciaría con una fuerte multa y una indemnización civil a las víctimas. O
veamos, si quiere usted, el 'caso
De Juana Chaos' en Venezuela. Estoy seguro de
que no todo el mundo compartirá, quizá usted, amable lector, tampoco, mis
puntos de vista sobre alguno de los tres 'affaires'. Prueba de que la Justicia
admite ópticas diversas, por decir lo menos.
Para mí, el 'caso Assange' es un buen ejemplo de que hay
momentos en los que la Justicia bascula de manera incomprensible. O demasiado
comprensible: Suecia se empeña en extraditar al hombre que filtró información
sensible -pero cierta-para la Casa Blanca, que, a su vez, pedirá la extradición
a Suecia para juzgar a Assange por presunta traición y condenarlo quién sabe a
qué pena terrible, que puede incluir la muerte. El caso es que Suecia reclama a
Assange por un presunto delito sexual que, por lo que se conoce, está muy poco
claro (no soy juez ni tengo todos los datos, pero, para mí, no constituyen una
violación, ni mucho menos, los hechos que nos han llegado).
Las simpatías que ha despertado Assange en muchos lugares
van más allá de que se inspiren en sentimientos de derecha o de izquierda. De
hecho, no se puede decir que el presidente ecuatoriano Correa, que le ampara,
sea precisamente un campeón de la libertad de expresión y de la transparencia
informativa, y seguramente su amparo al prófugo se base en un deseo de meter un
dedo en el ojo a Obama, cuya conducta en este 'affaire', tan impropia de sus
postulados, solo puede explicarse por motivos electorales. Lo curioso es que
Suecia reclama al hombre que puso en un aprieto al Pentágono con las
informaciones que difundió, por un presunto 'asalto sexual' que ya digo que, en
mi opinión, no se tiene en pie, mientras que todos saben que la muy
independiente justicia de Estocolmo estaría dispuesta a entregarlo al brazo
ejecutor norteamericano, donde sería juzgado por motivos políticos, ni más ni
menos. Seguramente, ni en España ni en
una mayoría de los países europeos, Gran Bretaña entre ellos, se hallarían
indicios de culpabilidad en Assange, ni por unas cuestiones, ni por otras.
Bonito asunto para que Baltasar Garzón saque a pasear sus oropeles
internacionales, ahora que se ha incluido en el equipo defensor de Assange.
Sobre el caso del
español Angel Carromero no me parece que pueda haber discusión: el régimen
cubano se está ensañando con él con una severidad impropia de su presunto
delito, que, como mucho, podría ser la conducción temeraria con resultado de
muerte involuntaria. Siete años de petición fiscal por un discutible homicidio
involuntario parece una demasía -sí, las leyes penales cubanas lo prevén, pero
¿es correcta la normativa penal cubana?-que induce a pensar que hay otros
móviles tras la sañuda persecución a alguien que es militante de un partido
poco grato al castrismo.
Y tenemos, por fin,
en este recorrido por los diferentes parámetros de las justicias
iberoamericanas, norteamericana y europeas, la revelación de que el etarra, o
ex etarra, De Juana Chaos se encuentra exiliado en Venezuela. La policía
española lo sabía -y muchos más también-y el Gobierno de España ha preferido,
sin duda pensando en un intercambio de cromos con el régimen de Chávez de cara
a su posible asistencia a la 'cumbre' de Cádiz, hacer la vista gorda. Le
sorprenderá a usted, amable lector, que le diga que no me parece mal: si De
Juana, leyes en mano, fuese extraditado a España, los jueces, tengo la
seguridad, basada en dictámenes variados, volverían -repito, leyes en mano-a
dejarlo salir. Con lo que se daría un triunfo a quienes para mí son 'los malos'
ante las inminentes elecciones autonómicas vascas.
Qué quiere usted que le diga: detesto la figura de este tipo
tanto como usted. O más, si cabe. Casi nada me gustaría más que verle pagar sus
crímenes tan duramente como merecen. Pero tengo la impresión de que solamente
retorciendo mucho la realidad legal sería posible retener en prisión a quien,
en virtud de un Código Penal entonces mal construido, pagó tan levemente sus
muchas culpas. He tenido ocasión de conocer a algún etarra veterano -ex etarra,
en realidad-que trabajaba en Venezuela: era un tipo desorientado, con un argumentario
difícil de entender incluso para él mismo, pero que ya poco tenía que ver con
la banda irracional. Así me lo explicó, hace ya algunos años, un funcionario
del Gobierno bolivariano en Caracas, añadiendo que "nosotros no amparamos
a convictos, pero tampoco rechazamos dar ayuda a injustamente
perseguidos". NO sé, sinceramente, si el asesino José Ignacio de Juana
Chaos está siendo injustamente perseguido; el tema daría para un largo debate
y, desde luego, De Juana, con muchas muertes pesando (o no...)I sobre su
conciencia, no tiene nada que ver, en términos de hecho, con Asange, y menos
aún con Carromero, cuyo inmediato regreso a España sería exigible e
irrenunciable. Aunque en los tres casos estemos hablando de figuras conexas con
la extradición.
Solamente digo que,
en el caso De Juana, entiendo la posición del Ministerio del Interior de
España, a quien, sin duda, ahora le someterán a una fuerte presión mediática
para que reclame la extradición de este incalificable personaje. Y es que ya
digo: las leyes no son tan inmutables como algunos quisieran hacerlas parecer.
Las cosas, incluso en las salas de audiencia, no se ven igual, como
comprobamos, en Londres o en Estocolmo, en Nueva York o en Quito, en La Habana
o en Madrid. Ahora, que cada cual fabrique sus propias sentencias.
fjauregui@diariocritico.com