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La pelea contra el mundo

La pelea contra el mundo

Por Ricardo Lafferriere
domingo 01 de abril de 2012, 18:02h
La masiva queja de decenas de países de todas las geografías por la gestión del comercio exterior argentino es una nueva advertencia, no sólo al gobierno sino a la capacidad de reflexión de todo el conjunto nacional.
                 Los países reclamantes -desde México hasta Japón, desde USA hasta todos los de la Unión Europea, desde Israel hasta Turquía, desde Australia y Nueva Zelanda hasta Panamá, Suiza y Tailandia- tienen tradicionales relaciones con la Argentina basadas en el derecho internacional e interno, el respeto a los tratados y exhiben en común el trabajo laborioso para darle normas a la globalización. 
                Todos ellos defienden, es obvio, sus intereses. Pero en este caso sus intereses coinciden con los del mundo -en el que, bueno es recordarlo, también vivimos los ciudadanos argentinos-, desafiados por los berrinches del dedito levantado que no defiende los de su propio país sino los de su propio gobierno. 
                 No es el momento de desarrollar la suma de contradicciones que debemos soportar diariamente los argentinos, condenados a la puesta en escena por cadena nacional de malos guiones recitados ante el espejo y aplaudidos por la claque estable. Reiteramos, sí, la convicción y la advertencia sobre el rumbo suicida que ha tomado la gestión del país. 
                  La respuesta oficial ha sido rudimentaria. El país -dice- ha aumentado sus importaciones y tiene con varios reclamantes déficit comercial. Sin embargo, el reclamo no pide superávit comercial para los firmantes, sino algo muchísimo más básico, tan básico como la posibilidad de existencia de una convivencia internacional en paz: que se respeten las normas y los acuerdos.                    Contestarle a este pedido con acusaciones que no han sido en todo caso volcadas a los organismos internacionales pertinentes se asemeja más a una discusión de sobremesa que a la madura capacidad de reflexión y gestión de un gobierno serio. La tendencia negativa del comercio no es imputable a los países con los que comerciamos, sino a la inconsistente política económica, de ninguna manera  atribuible "al mundo" -del que, en todo caso, recibimos el beneficio de un excelente precio de nuestros productos de exportación-.
                      El arco opositor ha mostrado una gran lucidez, destacando la gravedad del hecho no sólo por su propia existencia, sino en cuanto refleja una realidad irregular. Son destacables las declaraciones de los diputados Pinedo -Pro-, Zabalza -socialista- y Lozano -Proyecto Sur-, mostrando que las discrepancias ideológicas no pueden forzar el olvido al sentido común y el interés nacional.
                     Tan sólo una voz opositora se sumó inexplicablemente al razonamiento oficial, descalificando a los países amigos reclamantes. En efecto, el ex candidato radical Ricardo Alfonsín, aunque criticó la política de restricciones del gobierno nacional, se desmarcó de la tradicional posición radical de respeto a la ley y los tratados internacionales afirmando que "los promotores de la denuncia no tienen autoridad para hacerlo, pues con sus limitaciones al acceso a sus mercados y los subsidios que aplican, distorsionan el comercio internacional y afectan las exportaciones de nuestro país".
                    Cabe recordar que las normas vigentes de la OMC, de la que la Argentina es parte, permiten ciertas medidas restrictivas al comercio dentro de los límites definidos, y que el tradicional reclamo argentino por la mayor apertura de mercados se traduce en requerir la modificación de las normas en las periódicas rondas de renegociación, pero de ninguna manera en violarlas abiertamente, como lo hace el gobierno nacional. Es injusto, por otra parte, englobar en una crítica generalizada y descalificante a países que nos han apoyado en momentos difíciles y en temas sensibles. Sería bueno una rectificación o una aclaración, en caso de tratarse de una cita fuera de contexto, dada la jerarquía política de Alfonsín como ex candidato presidencial.
                      La obsesión del oficialismo k-peronista en tapar el sol con un dedo puede costarle al país mucho más que no tener medicamentos oncológicos, trabar la producción automotriz, desabastecer las líneas de producción, dejarnos sin libros importados -como en tiempos de la Colonia- y paralizar la inversión fogoneando la inflación, la desocupación y la caída salarial. Puede llevar a una marginación mayor del país de los espacios plurales en los que se construye la normativa de la globalización, y tal vez hasta costarle su sitio en el G-20. Y eso no se revierte con una elección.
                     Por supuesto que no se acabará el mundo. No se les ha acabado a los venezolanos, a los cubanos o a los norcoreanos. Simplemente continuaremos en el tobogán, hasta que madure la reacción. A pesar del "54%", hay argentinos con esperanzas que llegue al país en algún momento una ola de lucidez, sentido común y auténtica vocación nacional
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