Cuando el amarillo es usado como un color oscuro.

¿La prensa podría pagar por obtener una primicia? Y aún más: ¿Para fraguarla? No, no se rían. ¿Podría pagar para que una persona actúe de modo que luzca como real una imagen falsa? O ¿Para potenciar la atracción de la noticia se podría conseguir que alguien llore como un deudo al que se le acaba de morir un ser querido, sin serlo? ¿O lograr que manifestantes pacíficos acepten quemar neumáticos en la calle y proferir gritos que no tenían previsto, como condición para interesar a las cámaras y así visualizar su reclamo? ¿Y sería posible adulterar, manipular, descontextualizar una foto con el fin de que diga "algo" que le conviene al que la publica y que culpabiliza mentirosamente al fotografiado?La respuesta positiva es obvia. El periodismo amarillo es cada vez menos una excepcionalidad que una regla. Y en nuestro país se amarillea hasta el antiguo y presunto periodismo blanco, si es que existía; porque hay serias dudas.

Hace más de un siglo el amarillismo surgió en Estados Unidos y fue un diario- New York Press- quien le impuso su bautismo en una histórica nota cuyo título fue: "We called them yellow because they are yellow", cuya difícil traducción - aparte de referirse al papel amarillento en que se imprimían los medios que medraban con el morbo y la vulnerabilidad humana- le da connotación de "cruel y cobarde". No hace falta insistir aquí, cuanto de cobarde y cruel ha sido últimamente el tratamiento gráfico y audiovisual que usó a una muchacha muerta y a un enfermo terminal indefensos, y en otro caso al pillaje de un vándalo fraguado y expresamente pagado, para avivar su negocio mediático. Las redes sociales -también antisociales- participan en bastante proporción del fanatismo amarillento con infundios y dislates amparados por el libre albedrío del anónimo.

Y si el amarillismo periodístico no tiene punición, tampoco la tiene el público amarillento. ¿Qué dimensión tienen ese público y cuánto de amarillo sin confesar  hay en cada uno de nosotros?

Preguntémonos a modo de sofisma: ¿Si no hubiera público amarillo fracasaría el periodismo ídem?  O al revés: ¿Si no hubiera periodismo amarillo el color amarillo no colorearía al público?

Cada tanto una torpeza demasiado grosera alborota esa pajarera mediática en que los mediáticos inesperadamente descubiertos y deschavados en una trampa, se sienten impulsados a moralizar su ejercicio aún a sabiendas que la inmoralidad forma parte de su comportamiento.

Y cunde un estruendoso pero efímero alerta sobre alguna prensa que engaña acerca de una foto, o que impone una imagen fraudulenta que pretendió emplearse como auténtica. Sin embargo, en su opuesto más frecuente, se amontonan miles de neumáticos quemados bajo la subrepticia  instigación periodística, cientos de apedreamientos a presuntos violadores que pueden o no serlo pero que para la escena conviene que lo sean. Y cientos de bebés involuntarios, bebés de madres muy pobres. Los obligan a ser partícipes de una demanda callejera como lastimeros protagonistas de una injusticia. Y sirven para un compasivo primer plano que optimiza un rating y consecuentemente un negocio. Los mismos que proponen sistemas de exclusión simulan apiadarse de los excluidos que hacen colas o piquetes, ya que estos les proveen imágenes dramáticas atractivas que culpabilizan al gobierno. Y los mismos que arrojan la mierda mediática se lavan las manos en la escena siguiente.

Lástima el color amarillo. El pintor Kandinsky decía que "el amarillo tiene tal tendencia a la claridad que no puede haber amarillo oscuro". No parece que Kandinsky sea la guía de los Fontevecchia y los Mauro Viale. Ni de tantos otros. El color que más se está usando en el periodismo es el amarillo libertad de prensa o amarillismo opositor independiente