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Frente populista o Frente democrático-republicano

Frente populista o Frente democrático-republicano

Por Ricardo Lafferriere
jueves 29 de diciembre de 2011, 13:47h
                En el oficialismo, chisporroteos en la superficie hay a montones y los seguirá habiendo. Choques verbales que ocupan la escena, muchos de ellos dentro de los mismos dirigentes oficialistas, convocan la atención de comentaristas de coyuntura. Aníbal Fernández y Randazzo contra Sbatella, Schocklender contra Bonafini, hasta Moyano contra la presidenta.
 
Sin embargo, nada de eso conmueve a un poder cimentado sobre la fuerte consistencia simbólica de un claro triunfo electoral. Una sola cosa lo haría: la existencia de una confluencia opositora sólida, en condiciones de cuestionar esa mayoría, "nivelar la cancha" y retornar al país a la senda institucional plena.
 
Esa construcción requiere muchos aportes, pero tiene dos componentes político-sociológicos imprescindibles. Necesita una estructura política nacional, y el respaldo masivo de las amplias clases medias argentina que si bien están presentes en toda la geografía país, se concentran demográficamente en el país moderno, y tienen su centro de gravedad electoralmente más importante en la Capital Federal. Mientras esa confluencia no se produzca, la persistencia del populismo en el gobierno está asegurada.
 
Allí, en el país moderno, se produce el 80% de PBI nacional. Allí está la producción agropecuaria que sostiene todo, los esfuerzos industriales, las vocaciones emprendedoras, la creatividad en nuevas tecnologías, los servicios más avanzados, los contactos con el mundo, la admirable potencialidad creadora en las artes y en las ciencias.
 
El peronismo no puede ganar una elección general sin obtener el 50 %, al menos, en el conglomerado clientelar del conurbano. Una construcción moderna, democrática y republicana no puede ganar si no cuenta con una estructura nacional y con -al menos- el 60 % de respaldo en la Capital Federal. Eso el oficialismo lo sabe, y opera en consecuencia. La oposición también, pero no trabaja para lograrlo.
 
Por eso, en el fondo, el gobierno está tranquilo. Las conducciones opositoras están demasiado ocupadas en afinar la punta del  lápiz para seguir garabateando ideologías, lo que asegura la persistencia de su fragmentación. Están obsesionadas en discutir migajas, lo que les quita el sueño y absorbe su tiempo y su pasión para abordar la agenda grande del país.
 
Dos componentes centrales de esta posible confluencia opositora para restaurar en plenitud la institucionalidad democrática y republicana de la Argentina son la UCR y el Pro. Son fuerzas con historias diferentes, con estilos separados por las modas de sus respectivos tiempos fundacionales, y por rivalidades recientes.
 
Sin embargo, son a esta altura dos componentes centrales de una eventual confluencia alternativa, una por su extendida estructura nacional y la otra por su fuerte representación en la "capital de las clases medias", la ciudad de Buenos Aires.  Ambas representan un electorado similar en su composición y en sus intereses, que se expresó en Córdoba y Mendoza, en Neuquén y Santa Fe, en San Salvador de Jujuy y cientos de ciudades. No pueden ser rivales. Debieran ser socias, conservando su identidad y respectivas visiones finalistas -porque son diferentes-, pero  trabajando en acuerdos para la etapa, como lo comenzaron a hacer en el parlamento luego del triunfo del 2009. A ellas debiera sumarse el socialismo, completando la expresión de la Argentina moderna que mira al futuro.
 
El oficialismo lo sabe, y con una inteligente acción sicológica golpetea interesada  y sistemáticamente contra cualquier diálogo entre ambas, directamente o a través de voceros en el interior del radicalismo. Tiene un terreno fértil en el extendido ideologismo existente en numerosos -y honestos, aunque ingenuos- cuadros radicales, fogoneado por el interés -no tan honesto y mucho menos ingenuo- de cierta nomenklatura que usa el ideologismo para ocultar tras él residuales e inofensivos espacios de poder, o directamente allanar el camino hacia el kirchnerismo.
 
Al "frente populista", el que tolera, aprovecha y construye poder desde Carlos Menem hasta Hebe Bonafini, desde Carta Abierta hasta los intendentes del Conurbano, desde Sabatella  hasta Moyano, le preocupa y se "asombra" que los "conservadores"  del Pro conversen con los "progresistas" del radicalismo o del socialismo.
 
Y dentro del radicalismo, es curioso que esa preocupación por su pureza que viene de sus viejos rivales populistas termine opacando su compromiso con la libertad de expresión, con las libertades públicas, con la inclusión social, con la educación pública, con la seguridad ciudadana, en fin, con todos los temas de agenda -antigua y nueva- del país real, alejándolo de su natural electorado potencial.
 
Sin embargo, se nota en el viejo partido la aparición de nuevas visiones que darían carnadura y justificación no sólo a la necesidad de construir una confluencia política que equilibre el poder, sino a abandonar el camino de su extinción paulatina y recuperar el de su retorno a su histórico papel en la política argentina, el de representar al amplio colorido democrático y republicano de la opinión nacional, con todos sus matices, conteniendo y defendiendo los intereses de sus votantes históricos, las amplias clases medias argentinas.
 
No sólo al radicalismo, sino a todo el país y hasta al propio gobierno, le vendría muy bien que esta reacción hacia la amplitud y la tolerancia se profundicen y la UCR retome su vocación de poder que le llevó a ser una piedra angular de la recuperación democrática. Con un poder equilibrado, las posibilidades del renacimiento argentino crecerán trascendentalmente.
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