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Cero en conducta.

Cero en conducta.

Por Vicente Battista
miércoles 07 de diciembre de 2011, 00:04h
Estaban allí para cumplir con una consigna: rodear en un abrazo simbólico a la legislatura porteña. En su interior, ciertos legisladores pretendían aprobar una de las últimas propuestas del PRO, aquella que graciosamente propone eliminar, de un solo plumazo, a las Juntas de Clasificación Docente. Era natural, entonces, la presencia de los maestros: mostraban su descontento ante un proyecto disparatado, muy a tono con la tradicional política PRO.

Alrededor de las once de la mañana, tres ómnibus estacionaron en Avenida de Mayo, a pasos de la Casa de Gobierno porteña. Esto no tenía nada de raro, podían ser ómnibus ocupados por turistas dispuestos a ver esa plaza histórica de la que tanto les habían hablado. Se abrieron las puertas, pero no descendieron japoneses con cámara en mano, tampoco brasileros con risa en los labios. Los que bajaron poco o nada tenían de turistas. Se trataba de jóvenes revoltosos, sus edades oscilaban entre los 15 y los 30 años. Ni bien pisaron la vereda cubrieron sus caras con pasamontañas y trapos sucios. Una vez disfrazados, desplegaron algunas pancartas en las que habían escrito duras críticas contra el jefe de gobierno porteño y su ministro de educación: "Macri+Bullrich = dictadura", se podía leer.

Más de un alma ingenua (nunca faltan) habrá pensado: aquí tenemos a otro grupo de docentes que se une a los que ya están frente a la Legislatura. Sin embargo, había ciertas cosas que no cerraban. Si bien contamos con una excelente enseñanza pública, es difícil encontrar maestros de 15 años de edad. Tampoco es común que los maestros cubran sus caras con trapos sucios y pasamontañas; por lo general usan guardapolvos blancos. Los desenfrenados muchachos que a grito pelado iban rumbo a la Legislatura, más bien tenían el aspecto de los clásicos patoteros, mezcla rara de barrabrava y matón de la esquina, muy parecidos a los que habíamos visto un año antes en el conflicto del Parque Indoamericano.

Y lo eran, sin más vueltas. Su primera acción revolucionaria fue romper la vidriera de un quiosco cercano, con el valiente propósito de abastecerse de alfajores, de chiclets, de cigarrillos y de todo lo que se les pusiera a mano. Luego, cual centuriones de ultramuros,  formaron un obsecuente corredor humano con el fin de impedir que se cruzaran los legisladores del PRO con los maestros y, de paso, ya que estaban allí, golpearon a varios de ellos.

Una vez cumplida su noble misión, regresaron a los ómnibus. Antes tuvieron la gentileza de responder algunas preguntas. Acá cerraron el círculo. Además de canjear guardapolvos blancos por trapos sucios y pasamontañas, estos supuestos docentes mostraron que se llevaban a palos con la gramática: se tragaban ávidamente las eses y sin piedad destrozaban los verbos.

El ingeniero Macri también respondió a la prensa. Luego de sacarse la foto para la tapa del número especial de Gente con los personajes del año y antes de ir a Telefé, con el fin de participar en el programa Sábado Bus, donde se disponía a cantar y a bailar, le dedicó unos minutos a los periodistas. Con su acento firme, de avezado estadista, les dijo que tenía pruebas definitivas de que habían sido los maestros los culpables de esos desmanes, dijo que seguramente les descontaría de sus próximos sueldos los chiclets, alfajores y chocolatines que habían robado.

Es esencial que los asesores del PRO revisen su metodología. La próxima vez que decidan enviar fuerzas de choque en un conflicto docente, no bastará con proveerlos de pancartas contrarias a Macri, también será necesario que los vistan con guardapolvos blancos y les enseñen a hablar correctamente. Es cierto, no es fácil. Pero todo es posible en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, si Macri pudo llegar a jefe de gobierno, bien pueden esos patoteros tener aspecto de maestros



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