Europa, ante una era de cambios políticos
martes 12 de mayo de 2015, 20:30h
Las elecciones en el Reino Unido fueron las más sorpresivas
desde 1945. El gobierno conservador salió fortalecido, pero también creció el
independentismo escocés y se reabrió el debate por la pertenencia a Europa. En España
el bipartidismo parece evaporarse ante formaciones de nuevo tipo, como Podemos
y Ciudadanos. En Francia, la ultraderecha acaba de expulsar a su fundador, en
un intento por no detener su camino de "moderación" hacia el poder.
Hasta hace un tiempo, la pregunta sobre el presente europeo
encerraba una paradoja: ¿cómo era posible que aún con varios años de caída del
PBI, desempleo alto y aumento de la desigualdad, la política siguiera sin
cambios?
Frente a eso se respondía que las décadas acumuladas del
Estado de Bienestar funcionaban como un dique de contención: las
importantísimas prestaciones sociales y un buen nivel de vida para casi todos
los ciudadanos compensaban los últimos años de vacas flacas y ajustes.
Algo de eso pareció funcionar, al menos por un tiempo.
Gobiernos conservadores o socialdemócratas, a partir de mediados de los años 80
empezaron a aplicar políticas económicas cada vez más parecidas. Con los
estrictos límites impuestos con los acuerdos de Maastricht que dieron vida a la
Unión Europea y a la moneda común, esas similitudes pasaron a ser copias
calcadas.
Mientras las recetas de ajuste y eficiencia se dieron en un
marco general de crecimiento, así sea modesto, poco se notó en la calidad de
vida de las mayorías. Incluso, casi todos los países continuaron con políticas
migratorias "generosas", permitiendo en distintos grados la llegada y
residencia de personas extra comunitarias que realizaban tareas laborales que
los europeos ya no querían realizar.
Sin embargo, con la prolongación de la crisis a partir de
2008, todo este tablero comenzó a resquebrajarse. En primer lugar, comenzaron a
notarse las consecuencias de las políticas de ajuste. Después de décadas de
mejoras en la calidad de vida, por primera vez una generación nueva de europeos
vio que la vivienda o incluso el trabajo ya no estaban garantizados como les
había ocurrido a sus padres. Una de las primeras víctimas de esta nueva
situación de precariedad fue la mirada sobre los inmigrantes.
Hoy, esa mirada aparece en forma de tragedia humanitaria en
las costas del Mediterráneo. La escalada de muertes en las costas italianas
encuentra una sensibilidad manifiesta en el Papa Francisco, pero otra mucho más
moderada en gran parte de la sociedad europea, donde caló hondo (principalmente
entre los jóvenes) la idea de que los inmigrantes vienen a quitar empleos e
ingresos. Incluso aquellos empleos e ingresos que parecían poca cosa hasta hace
diez años.
Finalmente, este desgaste social y político terminó teniendo
consecuencias en los sistemas políticos europeos, que hasta ahora parecían
soportar los embates de la crisis económica.
En Gran Bretaña, el partido Conservador tuvo una buena
elección y de hecho, podrá formar gobierno sin necesidad de alianzas. El UKIP
(Partido por la independencia del Reino Unido), que dio un batacazo en las
elecciones europeas del año pasado, no logró ningún escaño, aunque eso puede
llamar a engaño: el sistema electoral inglés, profundamente territorial, tiende
a no representar bien un voto geográficamente disperso: el UKIP habría logrado
un no despreciable 12% de los votos.
Al mismo tiempo, los laboristas fueron duramente castigados
en Escocia, donde siempre tuvieron una de sus plazas electorales más fuertes,
en favor del movimiento independentista que el año pasado estuvo a punto de
lograr la independencia del país.
De esta manera, ya sea por derecha o por izquierda, el
sistema político inglés parece en un momento de cambios profundos, donde se
juega un debate sobre la propia identidad nacional (la posible secesión
escocesa), así como el vínculo con la Unión Europa (Cameron, con su triunfo, ya
prometió un referéndum sobre el tema antes de 2017).
En el caso de España, la irrupción de Podemos es conocida.
En los últimos meses, las encuestas vienen mostrando que el sistema
bipartidista sigue astillándose. A la emergencia de Podemos se le suma ahora
Ciudadanos, una formación mucho más centrada en la crítica moral y
anticorrupción y menos crítica de las políticas de ajuste. Casi podría decirse
que Ciudadanos expresa una intención del status quo por encontrar un reemplazo
digerible para el votante del PP, mientras que el votante del PSOE se siente
más interpelado por Podemos. Como sea, el bipartidismo español puede, a fin de
año, haberse convertido en un espacio de cuartos.
Esta situación es, para el establishment, mejor que un
triunfo arrollador de Podemos, con dirigentes que tienen ideas que claramente
se oponen a lo hecho en los últimos tiempos por los gobiernos del PSOE y el PP.
Pero a un precio alto: la incertidumbre permanente, y un enrarecimiento del
"clima de negocios" que gusta de coyunturas políticas lo menos inquietantes
posible.
Finalmente, en Francia también se vislumbran las siluetas de
una crisis de representación política grave. Hasta hace no tanto tiempo, las
vicisitudes del ultra derechista Frente Nacional despertaba un sentimiento
unificado de desprecio por parte del resto del sistema político. A fuerza de
buenas elecciones, pero también de una notable moderación discursiva, el Frente
Nacional terminó de incorporarse a la política francesa de todos los días. El
hecho de que el fundador del partido, Jean Marie Le Pen haya sido expulsado por
su propia hija, quien ahora es la líder indiscutida del espacio, muestra que el
Frente Nacional ya no es una expresión marginal, sino el actor más vital y
dinámico de la política francesa.
En definitiva, la política europea aparece ante un abismo
creado por ella misma: desde hace años eligió dejar de representar a los
distintos intereses que la componen, para quedar presa de una representación
única, mono-ideológica. El abrazo del fundamentalismo del mercado y las
exigencias impuestas por Alemania al resto de los países, terminaron por vaciar
a los sistemas de partidos de cualquier diferencia sustancial.
Cuando la crisis llegó y se convirtió en la escena cotidiana
de los europeos, ese horizonte políticamente desértico comenzó a ser
cuestionado, a derecha e izquierda, pero fundamentalmente, desde los márgenes
exteriores a él. El orden político europeo, que parecía expresar la solidez de
la sociedad que le había dado vida, ahora se encuentra cuestionado, en un
momento de fragmentación y fragilidad general.
Al final de cuentas, podría decirse que en su crisis
interna, la política europea volvió a representar lo que desde hacía ya varios
años ocurría bajo las sábanas de esa misma sociedad. Una sociedad más
fragmentada, políticamente dispersa y descontenta con el actual estado de
cosas, emerge finalmente en las urnas.