martes 05 de mayo de 2015, 10:38h
El triunfo generalizado del PRO en las villas, en las PASO
porteñas, abrió ojos y desató debates.
Antes de seguir, aclaro que el título trata de ser apenas
una humorada. La sola posibilidad de que los sectores más empobrecidos del
electorado porteño se hayan volcado masivamente a las listas del PRO altera las
cofradías progresistas más de lo imaginable, tanto en el espacio kirchnerista
como en los opositores que se aferran a las categorías político-geométricas del
siglo pasado. Y deja planteada a la reflexión y al debate el comportamiento
electoral de los ciudadanos más necesitados.
Adelanto que, en la opinión de esta columna, está lejos de
ser un voto ideológico.
¿Es, entonces, un voto clientelar?
Tal vez algo de eso exista. Al fin y al cabo, el voto
clientelar es una categoría siempre presente en las compulsas electorales. No
es ni más ni menos extraño que el clientelismo de las clases medias contratadas
masivamente en empleos públicos, el clientelismo empresarial atado a
licitaciones generosas, el clientelismo bancario, favorecido por las
neo-bicicletas que le han permitido, en los años kirchneristas, ser el sector
de la economía que más dinero ha ganado, o el propio clientelismo intelectual
que nos atosiga con Cartas Abiertas escasamente leídas. Sería discriminatorio
reservar la categoría clientelar sólo a los más pobres.
No son, sin embargo, la mayoría ni los que definen una
elección. La mayoría de los ciudadanos no votan llevados de la nariz o la
conveniencia personal, aunque algunos sí lo hagan. En el caso del voto villero
porteño, a juicio de esta columna, responde a varias causas.
Hay, sin dudas, voto clientelar. Está presente en todos los
partidos a través de sus "aparatos", principalmente en el FPV -ubicado en
segundo lugar- aunque también del PRO y hasta de algunos radicales residuales,
que distribuyeron sus lealtades en diversas alternativas del abanico,
oficialista y opositor.
Pero en la mayoría hay lo que en todo votante: evaluaciones
sobre lo que les parecen las mejores opciones para sus vidas personales, para
sus familias, para sus barrios y para su país.
Una recorrida por los barrios porteños indica que aunque
mucho falta, también se notan novedades. Acción cultural intensa, nuevos
establecimientos educativos, algunas calles que comienzan a dibujar un esbozo
de urbanización, centros de atención primaria de salud, establecimientos
preescolares, centros de atención ciudadana multipropósito (los "NIDO") y, en
algunos muy pocos casos, hasta esos símbolos de la modernidad ciudadana que son
los semáforos, que, curiosamente, han sido instalados en algunos cruces de
arterias con saturación de tránsito en plenas villas.
Se trata de un mundo cuya complejidad y dinamismo no suele
aparecer en los medios, que sólo exponen la violencia, la dureza de la
subsistencia y la presencia delictiva. Sin embargo, es un espacio urbano
atravesado por esfuerzos vitales emocionantes de comisiones vecinales y
barriales, aportes solidarios, ansias de superación y luchas por el
mejoramiento de sus condiciones de vida, donde no faltan heroicidades que
rescatan lo mejor de los valores humanos ni tampoco programas públicos, mixtos
e incluso religiosos estimulantes de su vida comunitaria.
Desde la perspectiva del análisis político, sin embargo, lo
que resulta curioso -aunque no extraño, porque desde esta columna lo venimos
señalando desde hace años- es que las pertenencias "de clase" ya no dicen nada
de cara a las definiciones políticas. Que la Villa 31 vote igual que Recoleta,
o que Belgrano, habla de una homogeneización creciente de la condición
ciudadana.
Los compatriotas más "pobres" no sienten ninguna diferencia,
al momento de reflexionar sobre el país, con los de clases medias o de barrios
más pudientes.
No parece que esto sea un mérito de nadie en particular. Es
un signo de los nuevos tiempos, en los que las "puntas de lanza" de la
modernización global impregnan las conductas de las personas de todo el
planeta, desde las Villas porteñas hasta Puerto Madero, pero también desde las
selvas y desiertos africanos hasta las democracias desarrolladas de Europa.
Quien vea las características de los balseros que atraviesan el Mediterráneo y
tenga acceso a las pocas notas periodísticas que los interrogan en forma
directa no notarán diferencias en sus aspiraciones básicas con los desocupados
españoles o los "indignados" de Wall Street.
Singular desafío para los analistas políticos -y para muchos
políticos...-, obsesivamente atados a marcos interpretativos del mundo en
retirada. Y estimulante acicate para quienes se atrevan a comenzar a esbozar
nuevas categorías de análisis, interpretando este nuevo individualismo que
abandonó sus identificaciones sociales y políticas de "pertenencia dura" para
pensar por sí, sin delegar en ningún colectivo ideológico, partidario o
corporativo, la definición de su destino.
Estos hombres y mujeres, tan alejados de "izquierdas" y
"derechas" que atrasan medio siglo, buscan detectar y abrir en los mecanismos
de la economía, la sociedad y aún de la política las grietas que les permitan
mejorar sus vidas. No mucho más, pero tampoco menos. Se sienten tan
protagonistas del mundo de hoy y de mañana como los "nerd" de las City's, los
profesionales de la política o los dueños de las grandes riquezas. Y desde esos
marcos, votan.
No son neoliberales. Tampoco progresistas. Y a la vez, son
ambas cosas. Mejor aún: son los hombres y mujeres del siglo XXI, celosos de su
independencia, dueños de su criterio, cada vez más responsables de sus propias
vidas. Eso es lo emocionante y movilizador.
Ricardo Lafferriere