lunes 14 de abril de 2014, 11:21h
El hecho relevante de la semana que pasó, ha sido el paro
general, decretado por algunos gremios alineados en las CGT "opositoras".
Conceptualmente, el punto central de la protesta gremial
surge del enfrentamiento de dos descubrimientos tardíos, dos "despertares", si
se me permite un poco de poesía.
En efecto, el primer descubrimiento es el del gobierno que,
de pronto, reconoce que aumentos salariales sistemáticamente superiores al
crecimiento de la productividad, resultan insostenibles en el tiempo y, tarde o
temprano, hay que volverlos a la realidad.
¿Recuerdan las encendidas defensas del actual Ministro de
Economía de la política salarial que homologaba el gobierno?. "El aumento
salarial es virtuoso. Aumenta el consumo, la demanda, la inversión, la
recaudación, el gasto y el crecimiento y no genera inflación". Nunca se nos
explicó en qué momento los salarios perdieron esa "virtud".
El segundo descubrimiento pertenece a los sindicalistas, que
verifican que la elevada inflación, que resultó tan funcional a su poder, tiene
ahora nefastas consecuencias sobre sus afiliados y representados.
También aquí quedaron atrás los discursos sindicales, cuando
eran oficialistas y no opositores, que subestimaban la inflación. "Hay un poco
de inflación, pero no es un problema, porque hay trabajo, y los salarios se
ajustan por encima de la inflación. ¿Que prefieren la estabilidad de los
cementerios?".
Pero bueno, como dijo el amigo Hugo, citando al General, "la
verdad es la única realidad".
Y la realidad es que la inflación es hoy un impuesto clave
en la recaudación fiscal.
Por lo tanto, no se encaró un programa integral para
bajarla, que influyera sobre las expectativas de inflación, encima exacerbadas
por el descontrol nominal de noviembre y diciembre, un grave error estratégico,
uno más, del equipo económico.
Es por ello que se han homologado aumentos salariales en
torno a la inflación pasada y no futura.
Para el caso del sector público, la única manera de resolver
esta ecuación, es que la inflación, que está del lado de los ingresos, supere
al aumento de los gastos. (Subsidios, salarios y jubilaciones).
Y para el sector privado, debido a la caída de actividad y
el control de importaciones y precios, es ajuste de empleo, horas extras y,
eventualmente, nueva demanda por aumentar el tipo de cambio, demanda que,
dependiendo como se instrumente, puede meternos en un nuevo miniciclo de
descontrol nominal, como el ya mencionado.
En otras palabras, como el gobierno generó, por su impericia
macro, una aceleración de la inflación justo antes de las paritarias, éstas
cerraron en valores cercanos a la inflación pasada. Pero la economía necesita
que el salario real, que subió artificialmente en el fragor del populismo pro
consumo de estos años, de manera incompatible con la falta de inversión y la
baja productividad de nuestra economía, se acomode a la nueva realidad.
Pero al consolidar aumentos nominales elevados, la única
forma de que el salario real caiga, es que la inflación supere los ajustes
salariales. En este contexto, el apretón monetario llega tarde. Evitó una
aceleración mayor de la inflación, en medio del mantenimiento del desborde
fiscal, pero la dejó en valores muy altos. (Es como pasar de 180 kilómetros por
hora a 140). Ahora, si la tasa de inflación baja, los acuerdos salariales, en
lugar de ajustar el salario real, lo desajustarían. Si sube más, vamos a un
desastre macro. Y si queda estable, es el escenario de estancamiento productivo
y alta inflación.
Y es en esa "trampa" en la que estamos.
A menos que se consiga suficiente crédito externo como para
reemplazar parte de la recaudación del impuesto inflacionario, aún a costa de
dejarle al futuro gobierno otro problema más.
Quizás, ahora, se entienda mejor, por qué todos los países
del mundo, salvo tres o cuatro, saben que "con la inflación no se jode", y en
cuanto se mueve un poquito para arriba, instrumentan lo que haga falta para
frenarla, aún a costa del nivel de actividad y de perder popularidad.
Porque de la droga de la inflación es muy difícil volver sin
elevados costos.
La sociedad argentina, en cambio ,cae en esta droga
persistentemente, y se "interna" para rehabilitarse cada tanto.
En los discursos de estos días, tanto de sindicalistas como
de políticos, un poco de autocrítica al respecto, no hubiera venido mal.