Acelerón patrio

Si en este país a la crisis se le llama desaceleración, a la victoria de nuestra Selección en Europa se le puede llamar aceleración, y como consecuencia de este triunfo histórico, toda España, incluso la que quiere ser independentista, pegó ayer un acelerón de patriotismo de esos que nos ponen de cero a 200 en unos segundos.

Todos acelerados, desde aquellos que al principio apostaron porque no volveríamos a pasar de cuartos, hasta los que quejándose del mal campeonato que estaba haciendo Fernando Torres, ayer le encumbraron como el héroe porque metió el gol que tantas veces había pifiado, lo que pasa es que terminó siendo el gol decisivo, y quienes quisieron echar a Luis Aragonés después del Mundial, entre los que me incluyo, queremos desde ayer que se quede cuando ya es tarde.

Pero estas son las cosas del fútbol, que todo da un giro de ciento ochenta grados en un abrir y cerrar de ojos. Hasta el mundo de la política se conmueve, se llena de patriotismo, del grito unánime de ¡podemos! y de banderas españolas. Es hoy difícil encontrar una mueca de tristeza en el rostro de España, bueno, sí la de Urcuyu, el presidente del Partido Nacionalista Vasco, que expresó públicamente su deseo de que España no ganara, creyendo que de esta manera el concepto de España desaparecía y se ha encontrado con la sorpresa de que ha crecido, incluso en el país vasco.

Este lunes Madrid ha amanecido con resaca. La fiesta de la noche-madrugada ha dejado heridos y detenidos en las calles, y es que tenemos la mala costumbre histórica de poner una dosis de tragedia en la fiesta. El mal humor de la derrota se transforma en violencia y también el entusiasmo por la victoria. El caso es que la sangre corra en la alegría y en la tristeza, en el dolor y en el gozo.