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Más que un entrenador

Me perdonará el lector este escarceo por un ámbito que no es el de la información política y económica que me es habitual. Mis amigos saben que no soy especialmente aficionado al fútbol, pero es de sentido común que el gran espectáculo que hoy vamos a vivir excede el ámbito de los intensos y muy numerosos aficionados, como lo ha venido siendo la sucesión de encuentros que ha llevado a la selección española a la frontera misma del triunfo en la Eurocopa, que todos esperamos deportivamente alcanzará esta noche. No siendo aficionado, no he podido por menos de seguir el esfuerzo de nuestra selección, los partidos culminados con éxito y la intensa emoción ciudadana. Y ello me ha dado ocasión de observar con atención la tarea y el comportamiento del entrenador nacional, Luis Aragonés. Con admiración, debo añadir. Es tanta la calidad deportiva y humana de este hombre, a quien nunca he tenido el gusto de conocer personalmente, tan notables su elegancia y su buen sentido cada vez que habla, que me llena de admiración y me sorprende la actitud de sus críticos.

Pienso que debiera suscitarse un amplio movimiento cívico y deportivo para hacerle volver de su decisión, seguramente fruto del agobio y disgusto de un hombre de bien ante el acoso de tantos caraduras y mediocres, de dejar la selección nacional. En un ámbito, el del fútbol profesional, en el que tantos burócratas y mediocres viven del excepcional esfuerzo de los deportistas, no debiéramos permitir, suceda lo que suceda esta noche, que hay muchas probabilidades de que sea lo mejor, que Luis Aragonés se vaya harto, justificadamente harto, de los enredos y rapacidades no precisamente de los deportistas.

De momento ahí está nuestra selección nacional, veinticuatro años después, recuperando el orgullo de millones de aficionados y rozando las estrellas. Se lo han ganado a pulso ellos, los deportistas, esto es, los jugadores y su entrenador. Es la hora de que el deporte se rija por las reglas del deporte. Sólo desde las entrañas del peor cainismo, tan español ciertamente, cabe imaginar que Luis Aragonés no siga mañana al frente de nuestra selección nacional. “Es él quien quiere irse”, dicen determinadas personas a las que eludo poner nombres y apellidos. Si así fuera, habría que convencerle de que se quede. Pero no es verdad. Son algunos, a los que el fútbol español no debe nada, por lo menos nada que se sepa, los que le empujan para que, por dignidad y decencia que le sobran, Luis Aragonés ponga fácil el camino de apartarle. La ciudadanía debiera rodearle de cariño y calor para que se quede. 
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