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Degradación: patota y bombo

Degradación: patota y bombo

Es imposible abarcar todo, es imposible decirlo todo. Además, como sentenciaba mi madre, hay cosas que se maman. Nos metemos en el suburbio, recorremos monólogos, complicidades, mutaciones. La legión de excluidos con mutilaciones verificadas. Combatiendo al capital: fachada y gloria, desguace y ademanes. Por el otro lado pobres y ricos, torpezas de la oligarquía, besamanos. Lo grotesco, como en el teatro nacional. El sainete, lo mejor de nosotros. Pero seremos breves esta vez. Hace poco el sociólogo Ricardo Sidicaro señaló que “peronismo no hay más, lo que hay son peronistas”.

También mencionó a su primera minoría abultada, alrededor de un cuarenta por ciento. “Lo que se ha diluido es la intensidad del sentimiento”. La historia por estas regiones la integran coros, jadeos y fachadas. Cejas levantadas entre diputados y senadores, carraspeos. Funciona, una y otra vez, la aclamación. La gente vive otra realidad, no es conciente de lo que pasa o llegará a pasar. Por eso sale con papelitos a celebrar el Mundial de Fútbol, la Guerra de las Malvinas o la historia folletinesca. Además hay pequeños viáticos, susurros laborales. Y se unen sindicatos intercambiables, llenos de lealtad y sumisión. Fraudulento todo, grosero; estrategias de la miseria.

No han leído a Trostsky ni a Rocker ni a Marx. No tienen la menor idea de Rosa de Luxemburgo ni de Henry Barbusse. Se tapa, se confunde, se mezcla todo en una olla. Se cuecen habas, decía mi madre. Son autistas, me comentó un día mi hermana. Creen que tienen en sus manos la ley de gravedad  y que además es una ley que descubrieron ellos, susurró melancólico mi padre. Es un poder bifronte, combatiendo al capital. Con afiebrado ritmo e intolerancia se agitan las banderas recién hechas. Los espectáculos son tristes, astutos pero tristes. Hay solipsismo, desdén, un pasado que se mezcla una y otra vez. Retórica maniquea: sinarquía internacional, antipatria, gorila. Patria si, colonia no.

Una manera dicotómica de interpretar conflictos. Manifestaciones corporativas, polarizaciones. Herederos siempre del pueblo. El pueblo nunca se equivoca. Del otro lado medallas lustrosas, pechera almidonada. Imágenes, fotografías sin retocar, sumisión y esquemas. Entonces surge la estatuaria, los índices admonitorios, los gestos de ópera donde se acuña virilidad, fábula y epitafios. Y lo que fue se olvidó, y las plazas se convierten en otra cosa: entre dolor, furia, muerte, desasosiego y choripan. Somos ciudadanos de una argentina grotesca. Incursiones en el pasado, circunloquios, perífrasis.

Dije que no saben nada de Trostsky ni de Kropotkine ni de Marx. A veces los citan, a veces. Les cuesta entenderlos. Desde el corso deshilachado intentan llevar la mística del viejo anarco, la derrota de los milicianos. Sienten de manera confusa las protestas legítimas. Pero tropiezan, les falta ideología. “Son todo corazón”, repetía una tía de Remedios de Escalada. Pobre tía, murió con sábanas prestadas en un hospital nacional y popular.

Sin chovinismos, sin desprecios, sin gestas patrióticas, sin el monopolio del azul y blanco. Sin rezos ni aggiornamento . Sin que nos crispemos en templos o ghetos. Sin entrar en discusiones conventuales o bizantinas. Sin fingirnos ecuánimes, entre la quimera y la pesadilla. A tomar distancia, entonces.

En mi época de estudiante, en el Profesorado en Letras Mariano Acosta, entre textos de autores clásicos y poemas, un grupo nos formábamos con discusiones, lecturas y seminarios. Entre aquellos libros hay uno que vuelve a la memoria pues se  cita -en estos días- una línea sin nombrar al libro ni al autor. Hablamos, caro lector, de un libro fundamental: El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte, de Carlos Marx. De consulta, sin lugar a duda. Finalizaremos éste artículo con un breve fragmento de éste clásico.

“La tradición de todas la generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos. Y cuando éstos parecen dedicados a transformarse y a cambiar las cosas, a crear algo nuevo, precisamente en épocas de crisis revolucionaria, invocan temerosos los espíritus del pasado, toman prestados sus nombres, sus consignas de guerra, sus trajes, para representar la nueva escena de la historia universal con este disfraz de vejez venerable y este lenguaje prestado.”
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