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Sintonía

Sintonía

Está claro para casi todos, incluidos los Premios Nobel de Economía “amigos”, que la macroeconomía Argentina, más temprano que tarde, necesitará cambios en su diseño, si se quiere evitar que el actual escenario de inflación alta pero estable, se transforme en inflación alta pero acelerándose, con todo lo que ello implica, y si se quiere impedir, que el deterioro creciente en la infraestructura pública termine paralizando o entorpeciendo fuertemente el crecimiento. Y que las cuestiones sociales y el núcleo duro del desempleo afecten aún más la convivencia pacífica de los argentinos.

Esos cambios en el diseño más que obligar a una drástica modificación en el “modelo macro” implican, principalmente, aspectos de “sintonía fina” que permitan devolverle consistencia a la política macro. Probablemente, los cambios más drásticos se requieran en los aspectos relacionados con la inversión pública y la política social, en donde allí sí habrá que modificar el modelo general, como ya comentara la semana pasada y, además, incorporar más “gestión” y menos “marketing”.

Permítanme concentrarme, en esta nota, en los aspectos macroeconómicos.

El “modelo” de tipo de cambio alto, superávit fiscal, política de ingresos prudente y política de gasto público contenido, como analizara más de una vez desde estas páginas, fue abandonado en el camino a las elecciones legislativas del 2005 y nunca retomado. Lo que ha quedado, es el intento por mantener el tipo de cambio alto, en medio de una política fiscal expansiva, con el superávit consolidado cayendo rápidamente y el gasto público creciendo a tasas exuberantes, una política de ingresos agresiva, en un contexto de cuasi pleno empleo, y una política monetaria que, enfrentada al dilema de sostener el tipo de cambio, combatir la inflación, y mantener negativa o neutra la tasa de interés real, navega haciendo malabarismos. El resultado ha sido y es, una economía que bate récords de crecimiento, pero a tasas de inflación crecientes, con riesgo latente de aceleración de dicha inflación, y, por lo tanto, de interrupción de este ciclo virtuoso de la economía, por caída acelerada del tipo de cambio real y del poder de compra de la población. Elevada inflación que, sumado a un entorno institucional complicado, impide una tasa de inversión aún mayor y complica el crecimiento futuro, mientras que el “ajuste por cantidades” se da incrementando las importaciones.

Este ciclo virtuoso, en realidad, hoy solo se sostiene por los altos precios internacionales de exportación, la revaluación de las monedas “competidoras”, la estabilidad de los precios de importación, y la baja tasa de interés internacional. Sin estos factores, la política macro “local” ya nos habría llevado a un entorno de alta inflación y muy bajo crecimiento.

Da toda la impresión, sin embargo que, aún después de las elecciones presidenciales de octubre, el pingüino o la pingüino que nos gobierne no muestra intenciones de alterar este programa. El razonamiento parece ser “mientras este ciclo internacional se prolongue, y nada aparece anunciar su crisis, y el superávit fiscal alcance para pagar los intereses de la deuda, podemos seguir así indefinidamente aunque a tasas de crecimiento algo más bajas”

¿Es este futuro posible? Es posible, pero improbable. Convivir con una tasa de inflación alta, en un contexto en donde se ha destruido la credibilidad del Índice de Precios y sin unidad de cuenta de largo plazo, no parece sencillo. Seguir creciendo al 5-6% anual con estas tasas de inversión y este entorno institucional y contractual tampoco. Reducir aún más el desempleo en el sector de menor capacitación y educación, luce difícil. Seguir presionando por un aumento del salario real, muy por encima de la productividad, cuando ya no hay mucho espacio para ganar escala, también parece complicado.

Quizás por todo esto, o por la sospecha que tienen algunos de que el escenario internacional podría no ser tan favorable en los próximos años, es que se sugiere desde afuera y desde dentro que sería necesario, aún manteniendo el “modelo”, devolverle a éste la consistencia entre tipo de cambio, gasto público, superávit fiscal y política de ingresos que perdió hace rato, si alguna vez la tuvo.

Les propongo, entonces, un ejercicio.

Supongamos por un instante que, ya sea porque la situación internacional cambia, ya sea porque la inflación se acelera, o ya sea porque el gobierno, contrariamente a lo sugerido más arriba, tiene verdaderos de anticiparse a una posible crisis y está dispuesto a introducir cambios en su política macro después de las elecciones, se toma la decisión de cambiar, ¿qué margen de maniobra hay política o económicamente para hacerlo?. Dicho más técnicamente: ¿qué grados de libertad se está dejando el gobierno para, de ser necesario, modificar sin traumas su política actual?.

No me parece un tema menor. Las experiencias recientes, y no tan recientes, de la política argentina han mostrado que, enfrentados a la necesidad de corregir políticas agotadas, los gobiernos, en general, fracasaron en instrumentar dicho cambio a tiempo. Esto puede ser producto de la impericia, de la omnipotencia o de una reacción tardía. Pero también puede ser consecuencia, y esa es la hipótesis a testear, de las “condiciones iniciales”. Dicho en otras palabras, si se van creando rigideces en el sistema después, lo más probable es que (contrariamente a los viejos radicales), sea necesario “romper” en lugar de “doblar”.

Repasemos entonces, los cambios necesarios y las “condiciones iniciales” para instrumentarlos.

La política fiscal. Aquí harán falta dos cosas simultáneas: aumentar el superávit fiscal para poder sostener el tipo de cambio con compras del Tesoro y tener un verdadero comportamiento anticíclico y, a la vez, moderar el crecimiento del gasto público, para contribuir a que la evolución de la demanda agregada se acerque más al posible crecimiento de la oferta y bajar las presiones inflacionarias.

Veamos lo que tenemos. Por el lado de los ingresos, no parece existir demasiado margen para un incremento real de la recaudación. Hoy, los impuestos tradicionales se mueven al compás del crecimiento económico y la inflación, junto a una mejora marginal de la eficiencia recaudatoria, mientras que los “no tradicionales” en particular las retenciones a la exportación, dependen de la evolución de los precios internacionales y del clima, dos factores no controlados por el gobierno. En cualquier caso, basar una mejora en los ingresos en una nueva explosión en los precios agrícolas parece demasiado.


Por el lado de los ingresos, entonces, en términos reales debemos estar más cerca del techo que del piso. Por el lado del gasto público consolidado, variante clave en la determinación de la tasa de inflación, lo que está pasando tampoco es muy alentador. Tanto las Provincias, por el lado de los salarios y planta de personal, como la Nación, por el lado de pago a jubilaciones, número de jubilados y gasto salarial, han estado incrementando las erogaciones en forma alarmante. Más alarmante aún, si se tiene en cuenta que estos gastos son, nominalmente, inflexibles a la baja y que, todavía, en jubilaciones altas, por ejemplo, faltan aumento en función de la resolución de la Corte y de las demandas que seguirán en estratos judiciales inferiores. El margen de maniobra en las Provincias y en la Ciudad de Buenos Aires, donde el gasto en personal supera, en promedio, el 50-60% del gasto total, es casi nulo, mientras que en la Nación, se se suma salarios más jubilaciones, las cuentas no son muy diferentes.

El ajuste obligará, entonces, a un incremento de gastos bien por debajo de la inflación actual, “convenciendo” a empleados y jubilados para que miren más la “inflación esperada” que la actual, justo cuando, además, habrá que ir reduciendo los subsidios al sector privado e incrementando tarifas y precios controlados, para bajar el incremento del gasto y, a la vez, alentar la inversión privada. Una combinación conflictiva, si se considera, asimismo, el necesario incremento de la inversión pública en algunos sectores de infraestructura básica no atendible, por ahora, por el sector privado.

La política monetaria, por su parte, si recibe ayuda del Tesoro para sostener el tipo de cambio, podrá actuar con más independencia en metas de inflación o metas de expansión de monedas compatibles con una tasa de inflación que baje gradualmente. Hay que tener en cuenta que ya se está agotando la absorción por cancelación de redescuentos de los bancos, que la demanda de dinero crece a la tasa de inflación verdadera pero ya no en términos reales, que la colocación de deuda ya está llegando a niveles peligrosos y que la suba de encajes, siempre posible, conspira contra el objetivo tasa de interés. De allí la necesidad imperiosa de la ayuda del Tesoro y de una ayuda de magnitud.

Por último, y no es un tema menor. Moderar la política de aumentos salariales en un contexto de pleno empleo y crecimiento no es tarea fácil, en especial con el arreglo institucional argentino en el mercado de trabajo. Como mencioné para el caso del sector público, los aumentos salariales privados tendrán que estar más en línea con productividad y tasa de inflación “esperada” si las señales son claras de una política antiinflacionario seria. Pero esto es difícil con discusiones salariales centralizadas, y crisis de representatividad en la dirigencia gremial y empresaria, como se ha visto en los últimos conflictos. El tema es aún más complicado si se considera que, para incrementar la inversión, y teniendo en cuenta que el ahorro externo seguirá relativamente ausente, se necesita aumentar el ahorro local, lo que implica mayores tasas de rentabilidad empresaria para volcar a la inversión.

Como se puede apreciar, aún si el próximo gobierno reconociera la necesidad de cambios, su instrumentación gradual y no traumática no será tarea sencilla, dadas las condiciones iniciales descriptas. Y eso que, (tarea para la próxima), no hemos considerado todavía el capítulo infraestructura y el capítulo social.

Quizás este simple ejercicio sirva para reflexionar acerca de la necesidad de verdaderos liderazgos institucionales que generen el entorno necesario para que los cambios graduales en la Argentina sean posibles. Hasta ahora, siempre hemos fracasado en los intentos por corregir el rumbo suavemente. Este fracaso, insisto, puede ser debido a una actitud tardía o a la torpeza de los anteriores dirigentes.

Pero también puede estar originado en contextos institucionales político-económico sociales incapaces de modificar la realidad, una vez creadas las condiciones adversas.

El desafío para la próxima administración, cualquiera sea, no es menor. Y para la dirigencia empresaria, que tiene que abandonar la obsecuencia y empezar a contribuir en serio en el debate, tampoco.

Pero no se preocupe, puede ser que el mundo siga ayudando tanto, que todo lo anterior haya sido un simple ejercicio de economía-ficción y que podamos seguir admirando el “baile del caño” sin irnos a los idem.

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