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¿Traga-tiempo o Traga-monedas?

¿Traga-tiempo o Traga-monedas?

Las máquinas tragamonedas se han apoderado de los barrios más populares del país, transformándose en el boom del momento. Hoy no es extraño ver a decenas de personas haciendo fila para apostar en los distintos almacenes, ferias libres o lugares dedicados a este rubro, con el fin de “pegarle el palo al gato” y llevarse algún dinero extra.

Y no es para menos, ya que con sólo 100 pesos (20 centavos de dólar) se pueden ganar hasta 5.000 pesos (unos diez dólares) de una sola vez, si se le apunta al premio mayor.

Sin embargo, no todo es suerte y éxito, ya que si bien muchos se retiran contentos y con los bolsillos repletos de monedas, hay quienes pierden hasta el dinero que tenían destinado a otras cosas. Un panorama que podemos ver todos los días, en cualquier horario y que tiene como protagonistas a hombres y mujeres de todas las edades.

A pesar de que la Contraloría instruyó a los municipios para revocar el permiso para instalar máquinas de azar, más de 70 comunas permiten hoy estos locales escudándose en que se trata de aparatos de destreza. No por nada se calcula que a lo largo del país, existen alrededor de 40 mil juegos de esta naturaleza, de los cuales un 60 por ciento se concentra en la capital.

Con decir que introducirse en alguno de estos barrios es como caminar por un reconocido casino, pero sin los grandes lujos que marcan las notables diferencias. De aquí que también se le denominen “minicasinos”, pues la mayoría de sus asiduos jugadores no cuentan con los recursos económicos, necesarios para asistir y apostar las importantes sumas de dinero que en éstos se juegan.

Sin duda una excelente idea, ya que representa un paliativo contra la frustración de no poder apostar en un casino propiamente tal, pero sí tener la posibilidad de jugar en tres tipos de máquinas: “pinball”, aquellas en que las bolitas caen por un plano inclinado en diferentes agujeros, las “soccer”, pequeñas máquinas con un panel de botones, representados por distintos países u otros símbolos y, por último, las de “cascadas”, que consisten en hacer caer una moneda con el objetivo de ir botando otras, en un efecto dominó.

Arma de doble filo

Pero como toda acción tiene sus pro, también tiene sus contra, y estos se traducen en los excesivos periodos de tiempo que juegan algunos apostadores, además del dinero que gastan, sin ninguna medida.

Y no son sólo palabras al aire, puesto que como joven curiosa, me he acercado muchas veces a estos lugares y he visto las reacciones de la gente al perder, ganar o al no tener más monedas para seguir apostando. De hecho, puedo confesar que siempre que me topo con alguna de estas maquinitas, de preferencia las pinball, me doy el tiempo para ver cómo anda mi suerte. El otro día, por ejemplo, jugando en el negocio de un amigo, quien posee tres de estas máquinas,  perdí como dos mil pesos, tratando de apuntarle a las banderas de Chile.  Al lado mío, en tanto, un señor apostaba a un país en la máquina “soccer”. Para su suerte, se echó tres mil pesos de inmediato al bolsillo y se retiró del juego. Como ven, el hombre era controlado y un “suertudo” por naturaleza.

Pero no todos los días se ven situaciones de esta índole, ya que muchas veces me he encontrado con personas que aunque pierdan a la primera, a la segunda y a la tercera, siguen apostando, hasta quedar sin ni un peso. 

Hace un tiempo conversaba con una mujer, dueña de casa, que diariamente concurría a un almacén donde afirmaba que estaba su máquina preferida. Me contaba que sólo esa le gustaba, pues le traía suerte. Y mientras cambiaba un billete de dos mil pesos, me decía que ahí venía gente a hacerse el sueldo de la semana o del mes, ya que muchos sabían las “pillerías” y ganaban el premio mayor a la primera. Según ella, aún no las descubría, pero pronto ya sería toda una maestra.

Uno, dos, tres...  por fin la ruleta se detiene en la fruta prohibida  del Edén, y lanza la lluvia de monedas, que representan el premio máximo. Sin siquiera dudarlo, ella seguía jugando. Una vez, dos veces, tres, cuatro, gruñía, se quejaba, gritaba y hasta patadas se llevaba la pobre máquina, por no entregarle más premios.

Enfurecida, se registró los bolsillos y ya no le quedaba ni una sola moneda. Rápidamente abrió su monedero y no tenía más que 50 pesos, por lo que se dio media vuelta, me miró y me dijo: “mañana volveré a recuperar lo que perdí, hoy no ando de suerte”.

En definitiva, un juego de doble filo que si bien muchas veces entrega satisfacciones, en otras ocasiones no deja nada. Como cualquier juego en realidad, ya que si no se tiene la capacidad de controlar es mejor no probar.

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Karina Espinoza S.
Periodista
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