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Roberto Navia logró hacerse con el galardón

Boliviano gana premio 'Ortega y Gasset' de periodismo

Boliviano gana premio "Ortega y Gasset" de periodismo

Roberto Navia y el fotógrafo Clovis de la Jaille cuentan algunos pormenores de Esclavos made in Bolivia, el reportaje que ganó el Premio Ortega y Gasset de Periodismo 2007 en la categoría mejor trabajo de investigación
 

La vida de Roberto Navia ha cambiado desde el miércoles pasado. Desde ese día, su teléfono celular suena de forma insistente y, cuando contesta, escucha voces que lo llaman desde España, Inglaterra, Argentina, Colombia y diversos rincones de Bolivia. Le hablan periodistas, amigos, colegas y, sobre todo, sus familiares. Unos quieren entrevistarlo, otros lo hacen con el afán de felicitarlo y confirmar que el Roberto Navia que anuncian en periódicos de diferentes países, es el mismo que vive en Santa Cruz, que trabaja en EL DEBER y que desde chico soñaba con ser panadero. 

Desde que le anunciaron que era uno de los ganadores de los premios Ortega y Gasset de Periodismo 2007, otorgado por el diario El País de España, las cosas ya no son las mismas. Su reportaje, Esclavos made in Bolivia (publicado el 22 de julio de 2006 en EL DEBER), fue galardonado por un jurado compuesto por personalidades como el sociólogo francés Alain Touraine, la escritora Clara Sánchez, la actriz Aitana Sánchez-Gijón, el periodista Darío Arizmendy, el escritor Rafael Argullol y los cuatro directores que ha tenido El País desde su fundación: Javier Moreno, Jesús Ceberio, Joaquín Estefanía y Juan Luis Cebrián.
Ellos también destacaron a Raúl Rivero (mejor labor informativa), la fotógrafa española Desirée Martín (periodismo gráfico) y al servicio mundial en español de BBC Mundo (periodismo digital).
En la redacción en la que Navia trabaja, sus colegas lo felicitan a cada rato y le hacen bromas sobre los 15.000 euros que recibirá como premio en la ceremonia del 9 de mayo en Madrid. También le piden que mande algunos saludos para el príncipe Felipe de España, en caso de que él le entregue la distinción en la capital ibérica. “Es lindo que la gente se alegre por uno”, comenta mientras evoca los recuerdos que forman parte de su reportaje

Primero en tren, luego en bus
“Nos fuimos en un tren hasta la frontera con Brasil”, explica mientras sus manos hacen ademanes tratando de dibujar el recorrido. “En un principio, lo que más me impactó fueron las miradas de los policías brasileños. Cuando íbamos a São Paulo, nos observaban como si fuéramos ‘mulas’. Para ellos, todos los bolivianos somos traficantes de droga”, relata el periodista de 31 años.

En la gran mole de cemento
En São Paulo llegó la hora de la verdad. “Lo primero que teníamos que hacer era buscar gente que nos pudiera introducir en ese mundo de esclavitud, donde el boliviano es explotado por otro boliviano en los talleres de confección”. Lo logró gracias a un tal Charlie. Él fue quien los llevó a visitar diferentes talleres, algunas veces presentándolo como un compatriota que buscaba trabajo, en otras confesando que era un periodista que quería hacer un gran reportaje para ayudar a los ‘esclavos bolivianos’. “Así presencié la miseria de muchas personas que trabajan hacinadas por más de 20 horas. Lo hacen en pequeñas casas o en galpones improvisados. Conocí gente que no podía salir de su trabajo a dar una vuelta, a pasear, a disfrutar del sol. Si querían permiso, tenían que fingir alguna enfermedad”.

Su inseparable compañero
En São Paulo, Navia permaneció alrededor de tres semanas. Siempre estuvo acompañado por Clovis de la Jaille, reportero gráfico que durante su juventud quiso ser futbolista, pero que por azares del destino terminó sacando fotos. “Un día llamé a EL DEBER a uno de los fotógrafos; me preguntó si yo le hacía al deporte y le dije que sí. Pensé que querían que juegue para su equipo de fútbol. Cuando fui, me enteré de que era para trabajar como fotógrafo en la sección Deportes”, relata de la Jaille, que se siente orgulloso del reportaje del que fue parte. Para captar las gráficas en los talleres tenía que apretar el disparador casi a ocultas de los dueños, o ante la desconfianza de los mismos trabajadores esclavizados.
“Fue un lindo trabajo. Corrimos algunos riesgos, como cuando una de las dueñas nos reclamó por qué estábamos sacando fotos”, asegura De la Jaille, que trabaja en EL DEBER desde 1990.

El camino de los esclavos
En São Paulo, Navia y De la Jaille se percataron que había muchos eslabones sueltos, ya que se enteraron de que había otras rutas de la ‘esclavitud’. Fue así que decidieron emprender viaje por tierra hasta Buenos Aires. No estaba en los planes, y fue ahí cuando los $us 3.000 destinados para el reportaje (patrocinados por la Fundación Unir y por EL DEBER) comenzaron a escasear. “Fue un riesgo que podía costarnos una ‘tratada’ en el periódico, porque en teoría teníamos que ir a San Pablo y volver a Bolivia”, cuenta.
 
La tierra del triste tango
En Buenos Aires, Navia permaneció una semana. Fue suficiente para constatar que la historia se repetía. Talleres clandestinos, con gente hacinada, encerrada por unos cuantos pesos, con niños de por medio y enfermedades o virus pululando entre ellos. “Algo que me dolió mucho fue cuando tocamos la puerta en una de esas fábricas. Un señor abrió por una ventanita pequeña y nos dijo que no podía salir porque su patrón había salido y la puerta estaba con candado. Era una prisión”.
Cuando pudo ingresar a los talleres bonaerenses, presenció las miradas tristes de niños que junto a sus padres sueñan que trabajando más, algún día serán libres. Lo triste es, como relata Navia en su reportaje, que muchas veces los esclavos de ayer se transforman en los esclavizadores de hoy, en un circuito que se repite cada día ante la poca atención de las autoridades bolivianas, que conocen el problema, pero no buscan una solución de fondo

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