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Un político como excepción

Un político como excepción

Por Gabriel Elorriaga F
lunes 08 de diciembre de 2014, 15:13h
La pasada semana tomo posesión como Ministro de Sanidad el diputado Alfonso Alonso. En casi todos los ambientes se comentó favorablemente que tenía un adecuado perfil político. Efectivamente, tenía y tiene todas las características de un auténtico político. Plena dedicación profesional desde su juventud en un oficio que, en la práctica, no permite entretenimientos en otros menesteres, pese a lo que vulgarmente predican algunos que creen que el servicio público es algo así como una dedicación a tiempo parcial o una improvisada experiencia de temporada. Valentía acreditada por su protagonismo inicial en el País Vasco en las peores épocas en que la política era un juego peligroso y las pistolas terroristas estaban calientes. Vocación comunicativa probada por su labor parlamentaria de contacto con la opinión pública y el diálogo con parlamentarios de distintas ideas. No cabe ninguna duda de que se trata de un nombramiento político para un cargo político. Lo sorprendente es que estas condiciones llamen la atención como si se tratase de un acierto insólito y destacable. Lo normal es que se designe para un cargo político a una persona con madera de político.

 Muchos comentarios han valorado el nombramiento ministerial de Alfonso Alonso, hasta entonces portavoz en el Congreso del Grupo Popular, como una rectificación del tono inexpresivo y tecnocrático del Gobierno. Esta valoración constituye, por sí misma, un reproche a otros nombramientos del mismo Gobierno. En los últimos meses el Presidente de Gobierno ha tenido, por circunstancias sobrevenidas que no es del caso comentar ahora, que sustituir a tres miembros de su Gobierno por el discurrir de acontecimientos más que por una voluntad de renovación o de reajuste. Dos puestos fueron ocupados por personas de pulcra actuación funcional pero sin aureola política. Los pronosticadores, al parecer, temían más de lo mismo que era como presuponer vaciedad políticamente hablando. Tres sillones en el Consejo de Ministros y sus posibles combinaciones internas daban margen suficiente para replantearse un equipo poco apreciado por un electorado que, hace tres años, llevó al Partido Popular a una mayoría absoluta en cuanto opción política de principios y estilo que permanecen más en sus bases que en la selección gubernativa. Sin embargo, la inercia presidencial parecía obstinada en afrontar próximas contiendas electorales con la carga negativa de una falta de afección de sus anteriores votantes.

 Algunos optimistas quieren ver en el nombramiento de Alfonso Alonso una corrección de rumbo. Pero solo lo es en relación con determinado ministerio que no es, precisamente, donde urgen cambios de rumbo. Un Ministerio con competencias predominantemente transferidas a las Comunidades Autónomas que conserva unas ciertas facultades de orientación general más tecnocráticas que políticas y en cuyo campo de proyección se han mantenido, a pesar de las dificultades de la crisis, unos servicios de salud y atenciones sociales con un nivel no solo digno sino envidiable en el mundo que vivimos. Las deficiencias que afectan a la imagen política del Gobierno de España no residen en el Ministerio de Sanidad cuya gestión cabe confiar que pilotará acertadamente Alfonso Alonso.

  Las zonas de desgaste del Gobierno residen en la política territorial y su débil presencia en Cataluña y en cuanto atañen a la unidad y autoridad del Estado. En los ramalazos de la corrupción y sus secuelas aún no aclaradas en todos sus aspectos. En la política laboral y la parsimonia con que se asume la persistencia del paro aunque se dibujen algunos trazos de mejora económica. En la falta de una estrategia activa de comunicación y de pedagogía política. En la política fiscal. En estas zonas de desgaste no se ha colocado a ningún político con expectativas renovadas. A Alfonso Alonso se le ha colocado donde hacía menos falta, como una excepción valiosa entre los componentes de un círculo que ha dado muchas muestras de vender mal el mensaje político que para la coyuntura que vive España supone la estabilidad y la moderación de un Partido Popular que permanece acomplejado por la precaria presencia pública de su dirigencia actual. Lo que necesita el Partido Popular es que personas como Alfonso Alonso no aparezcan como una excepción en la cumbre para taponar agujeros sino que sirvan para recuperar el pulso político general perdido.
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