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Impagable Gallardón

Impagable Gallardón

jueves 13 de febrero de 2014, 09:28h
Dice Alberto Ruiz Gallardón, ministro de Justicia, que la votación de su grupo, unánimemente contraria a la Proposición no de Ley socialista que pedía la retirada de la reforma del aborto, es un "mandato" recibido de los suyos para seguir adelante con el plan reformista. Se siente, dicen fuentes cercanas al ministro, "fortalecido" con esta votación de los 'suyos', desconociendo así los debates internos de los que todos hemos ido sabiendo, reunión tras reunión de los dirigentes del Partido Popular. Sabe perfectamente Gallardón, y lo saben todos en el grupo parlamentario Popular, y en el partido, y en el propio Gobierno, y en todas partes, que esta reforma no se pondrá en marcha en esta Legislatura. Es decir, que no se pondrá en marcha nunca. Pero no importa: el ministro de Justicia, otrora aspirante a las máximas jerarquías del poder, ya ha rendido su postrer servicio a la causa; todos pendientes de algo que ni es, ni va a ser, ni nadie consideró necesario hacer cuando abruptamente se propuso. Y, mientras todos miramos hacia el absurdo debate sobre una reforma que casi nadie pedía, al menos por ahora-porque la que hizo Zapatero también resultaba perfectamente innecesaria--, se olvidan los grandes temas de Estado que están ahí, pendientes, amenazantes, y que nadie quiere abordar con la urgencia y profundidad necesarias. Así que loor a Alberto Ruiz Gallardón, que nos hace olvidar lo imprescindible para obsesionarnos con lo superfluo.

Me dolió escuchar a la portavoz socialista, Soraya Rodríguez, decir en la sesión de control parlamentaria al Gobierno que este "pisotea", como siempre, a las mujeres. El ministro replica con su torrente habitual de palabras altisonantes que los socialistas "solo quieren dividir" a las filas prietas del Ejecutivo. A esto se ha reducido el debate sobre algo tan doloroso, íntimo, intransferible, como la regulación de la interrupción del embarazo, un tema con el que jamás se debería jugar en política.

Pero yo temo que sí se está jugando. Mientras las bancadas populares, socialistas, nacionalistas, izquierdistas y hasta abertzales aplauden o abuchean con entusiasmo sobre reforma sí-reforma no, otras muchas cuestiones, de fondo, que afectan de veras a la marcha del Estado, permanecen ajenas a los trabajos parlamentarios. A mí, por poner un ejemplo, que uno de los padres de la Constitución, y encima defensor de la infanta Cristina en el feo 'asunto Noos', Miquel Roca, diga que el Estado de las Autonomías "está agotado" me parece cuando menos digno de ser tomado en cuenta. Es cierto que el mismísimo Roca ya dijo algo parecido hace nada menos que treinta y cuatro años, casi recién aprobada la Constitución. Pero ahora, cuando están a punto de cumplirse cuatro décadas del reinado de un Monarca que, en su primer viaje al extranjero en meses, aparece fotografiado junto con Mario Soares, Giorgio Napolitano y Aníbal Cavaco, toda una eurogerontocracia que se renueva a pasos agigantados, parece que la advertencia de Roca cobra un nuevo sentido. Resulta imposible no ver que hay aspectos de la Constitución que están agotados, máxime cuando, en estos tiempos de inestabilidad en Navarra, pongamos por caso, mantiene una peligrosa disposición transitoria que sería un arma arrojadiza en manos de unos gobernantes independentistas, algo que ya vemos que no es precisamente impensable. Y este, repito, es apenas un ejemplo. Hay muchos más, pero ¿para qué reiterarlos?

Estamos ante un debate sobre el estado de la nación que debe depararnos, confío, algunas sorpresas. Hablan de un anuncio de remodelación gubernamental, de una declaración conjunta sobre el fin de ETA...Yo qué sé. Es el caso que un simple deambular por los pasillos del Parlamento te convence de que las aspiraciones de eso que ha dado en llamarse 'clase política' van, en el fondo, mucho más allá de que si el borrador de Justicia sobre reforma del aborto va a ir a la tramitación del Congreso con alteraciones sobre el texto surgido del equipo gallardoniano o si el ministro mantendrá su promesa de no cambiar una coma. Ya digo que da lo mismo, porque esa reforma, con o sin alteraciones sobre el 'manuscrito' original, no va a ver la luz. Pero, eso sí, está produciendo la oscuridad. Gallardón, con ello, ya está amortizado: es el pararrayos, todos le miran y, por tanto, no miran a otra parte. ¿Seguirá, como el Cid, cabalgando tras su victoria de imagen?
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